Tuve que cerrar la puerta del pasillo. Han tomado la parte del fondo”, dice el protagonista de Casa Tomada. Y echa la llave antes de que sea demasiado tarde. “Tendremos que vivir en este lado”, dice resignado a que unos desconocidos le vayan desposeyendo poco a poco de su casa. Y como en este cuento de Julio Cortázar, crece el temor a la masificación turística en destinos desbordados por la demanda.
En 2015, Barcelona superó por primera vez los 7,2 millones de turistas, casi el doble que hace una década. Esa cifra corresponde a los que duermen en hoteles, sólo una parte de los más de 30 millones de visitantes que pasan anualmente por la ciudad. No sólo aumenta la preocupación por riesgo de colapso en la Ciudad Condal, el malestar ha ido extendiéndose este verano récord por la costa catalana y balear, poniendo seriamente en cuestión el modelo turístico.
Es curioso para un madrileño oír hablar así de los turistas, esos grandes y deseados desconocidos. Porque en Madrid, más que un problema, los guiris siguen siendo un reto. Al pensar en turistas por Barcelona una se imagina un ruso comiendo un helado en chancletas. En Madrid, sin embargo, ves un señor de Murcia haciendo cola en Doña Manolita.
En 2015, Barcelona superó por primera vez los 7,2 millones de turistas, casi el doble que hace una década. Esa cifra sólo corresponde a los que duermen en hoteles.
Este año hemos tenido una oleada insólita de visitantes extranjeros. La patronal turística calcula unos seis millones de turistas más que el año pasado. Y más de la mitad lo atribuyen a desvíos de otros países del Mediterráneo, sobre todo Turquía, porque los derivados de Egipto y Túnez ya estaban descontados.
España ha sido un país refugio de las inestabilidades del mediterráneo, pero mucha de esta demanda trasvasada fue contratada por los mayoristas a precios más bajos de otros países más bajos. El sonado boom no está repercutiendo lo suficiente en la mejora de ingresos. Una gran oportunidad desaprovechada de actualizar un modelo turístico caduco, que sigue primando cantidad frente a calidad.
Mientras los ingresos crecen en España un 4,7%, la afluencia supera más de un 13%. Es decir, llega más gente pero deja menos dinero. Y por más que en Madrid la saturación turística suene tan lejano como llegar a la playa en metro, ni en Cataluña ni Baleares se le ocurre ya a ningún político presumir de que el turismo va bien porque este verano hemos vuelto batir el número de visitantes.
Mientras los ingresos crecen en España un 4,7%, la afluencia supera más de un 13%. Es decir, llega más gente pero deja menos dinero.
Mientras no se cambie el modelo low cost y sigan aumentando los visitantes sin que mejoren proporcionalmente los ingresos (y, con ellos, la calidad de los empleos) también crecerá el rechazo de la ciudadanía hacia el turismo.
El ayuntamiento de Barcelona anunciaba esta semana que "el parque Güell ya no aguanta más visitas". Tendremos que vivir en este lado.
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