Entre las predicciones de la ciencia abundan los augurios sobre lo que pasará en la tierra dentro de 50 años, en los que los avances tecnológicos, el cambio climático o el envejecimiento de la población suelen ser elementos esenciales para conformar un panorama cargado de incertidumbres. Aunque no tanta como la que puede generar la predicción del célebre matemático Isaac Newton, que a inicios del siglo XVIII fechó en el año 2060 el fin del mundo.
Cuando llegue el momento de comprobar la exactitud de tales pronósticos, los inversores que hayan comprado los bonos emitidos por el Tesoro Público español el pasado jueves seguirán esperando su vencimiento. Y no serán los únicos: los estados europeos han vendido a lo largo de 2016 cerca de 50.000 milllones de euros en títulos a plazos superiores a 30 años, según datos de Dealogic.
La venta de bonos a plazos ultralargos ha conocido este ejercicio un ritmo sin precedentes. De hecho, en sólo un año los países europeos han vendido tantos títulos de este tipo como en los tres años previos. Y las cifras resultan más elocuentes si sólo se tienen en cuenta los títulos con vigencia de, al menos, medio siglo. Los 15.683 millones de euros colocados a estos plazos representan un 35% más de los emitidos entre 2010 y 2015.
Las ventas en 2016 de bonos a más de 50 años superan en un 35% los registros de los últimos seis años
Austria ha sido el último país en adentrarse por una senda por la que ya se habían aventurado a los largo de 2016 Irlanda, Bélgica, Italia, Francia y España. El Tesoro austriaco vendió este lunes 2.000 millones de euros en títulos con vencimiento en 2086. Se trata de uno de los vencimientos más largos en el panorama actual de la deuda soberana, sólo superado este año por los bonos a 100 años vendidos por Irlanda y Bélgica.
El escenario de tipos de interés en mínimos generado por las políticas de los bancos centrales se ha revelado como un aliciente sin parangón para las emisiones de bonos a plazos largos. Para los países representa una oportunidad única de garantizarse financiación a largo plazo a unos tipos de interés históricamente bajos; para los inversores, supone un clavo ardiendo al que aferrarse para obtener algo de rentabilidad, en un entorno en el que alrededor de 10 billones de euros en deuda pública presenta rentabilidades negativas.
El caso de España es paradigmático del creciente interés de los emisores por empujar los vencimientos de su deuda a un territorio cada vez más lejano. Hasta 2014, cuando vendió 1.000 millones de euros en títulos con vencimiento en 2064, el Estado no se había aventurado nunca con plazos tan largos. Este año, en cambio, ha cerrado ya dos emisiones de bonos a 50 años, en los que ha colocado más de 4.200 millones de euros.
De este modo, el Tesoro español ha logrado, al tiempo que los costes de la deuda caen a las cotas más bajas de la historia, alargar la vida media de sus bonos, que actualmente se sitúa en niveles récord, en torno a los 6,8 años, frente a los 6,45 años a los que cerró 2015.
Las causas del apetito inversor
Pero si para los vendedores, la venta de este tipo de bonos sólo presenta ventajas, para los compradores la situación es mucho más compleja. ¿Por qué aventurarse a depositar su dinero en títulos que estarán sometidos a eventos tan impredecibles como los que tendrán lugar en el próximo medio siglo?
La tradición marca que a la hora de invertir en deuda, un plazo más largo implica un mayor riesgo. Por un lado, porque existe más margen para que se deteriore la solvencia del emisor; y, por otro, por el impacto que pueden tener los movimientos de la inflación sobre los rendimientos del bono (si la inflación es superior a la rentabilidad del bono, se entiende que el inversor está perdiendo dinero).
En el entorno actual, incluso este tipo de títulos se está colocando a rentabilidades muy bajas. El bono español a 50 años se vendió el pasado jueves a un tipo de interés medio del 2,68%, mientras que Austria, considerado un país más seguro, pudo emitir su deuda a 70 años con una rentabilidad del 1,5%.
Aseguradoras y fondos de pensiones ven en estos títulos un alivio a sus dificultades para generar rentabilidad
Que haya inversores dispuestos a comprar bonos a estos tipos de interés puede entenderse como una muestra de desconfianza sobre una posible recuperación de la inflación en el medio plazo, que el BCE pretender llevar a niveles próximos al 2%. Y las bajas expectativas del mercado sobre la evolución futura de los precios parecen refrendar este escepticismo.
Pero una cosa es prever una inflación reducida durante el próximo lustro y otra deducir que se mantendrá deprimida durante varias décadas. Sin embargo, para comprender este fenómeno es necesario tener en cuenta la presión actual que padecen fondos de pensiones y aseguradoras, que en muchos casos están constreñidas a invertir en activos de bajo riesgo, como la deuda pública. Para estos actores, el escenario de tipos negativos representa todo un desafío para sus objetivos de rentabilidad.
Así, estos inversores ven en este tipo de bonos, que ofrecen rendimientos mucho más elevados que los que se pueden obtener en plazos más cortos -el bono austriaco a 10 años cotiza a una tasa del 0,26%-, un alivio temporal a su compleja situación actual, que compensa los riesgos a más largo plazo. Al fin y al cabo, cuando uno deposita su dinero en un bono a 50, 70 o 100 años, lo que pueda ocurrir cuando llegue el momento del vencimiento parece una cuestión muy secundaria.
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