Nueva York, años 50. Suena el teléfono del bar. Preguntan por George Kaplan. "¿Señor Kaplan? ¿Señor Kaplan?", vocea el camarero. En ese momento, Cary Grant levanta la mano. Llama al muchacho para mandar un telegrama. No es a él a quien va dirigida la llamada, pero lo parece. Y le secuestran. Con una llamada. Así comienza la inolvidable Con la muerte en los talones.
En los Archivos Históricos de Telefónica se conserva alguno de esos locutorios de madera como los que usa Cary Grant en la obra maestra de Alfred Hitchcock. También son piezas de museo las cabinas acristaladas de los años 70 y 80, las de los 90 que sustituyeron la rueda por botones para marcar y hasta la última versión de los 2000.
La idea misma de echar monedas a un aparato que realice una llamada está a punto de quedar tan obsoleta como el telegrama. Sobre todo ahora que su situación deficitaria amenaza con que desaparezcan para siempre de las calles españolas.
La idea misma de echar monedas a un aparato para llamar es tan obsoleta como el telegrama
El número de cabinas ha caído en picado en este siglo. De las más 50.000 que había en 2000, quedan poco más de 17.000 en las calles españolas. Y aunque los datos concretos son confidenciales, su utilización se ha hundido hasta hacerse prácticamente nula ante la vertiginosa expansión de la telefonía móvil (16.000 es un número anecdótico frente a las más de 50 millones de líneas de móvil hoy activas en España).
Sin embargo, y aquí viene el problema que las condena a una inminente extinción, los costes necesarios para su mantenimiento no dejan de crecer. En 2013 –último año con datos oficiales y auditados- el servicio de cabinas tuvo un coste neto de 1,2 millones de euros, el triple que un año antes. Y ninguna empresa de telecomunicaciones desea hacerse cargo de un sistema cada vez más costoso y menos demandado.
Telefónica se ha ocupado históricamente de gestionar la red de cabinas de toda España. El antiguo monopolio se ha hecho cargo del gran negocio que suponía la explotación de los teléfonos a pie de calle durante décadas. Y ahora que junto a su utilidad, también se ha esfumado su rentabilidad, gestionarlas es una obligación que se asume con resignación porque se incluye en el llamado servicio universal, según el cual debe haber un teléfono público por cada 3.000 habitantes, entre otras cosas.
De hecho, la Comisión Nacional de los Mercados y la Competencia (CNMC) ha recomendado al Gobierno acabar con la obligación de mantener las cabinas. Alega que además de deficitario es un servicio obsoleto. El próximo 31 de diciembre era la fecha tope que se manejaba hasta hace unas semanas, porque a fin de año expira la última concesión otorgada a Telefónica. Pero, de momento, se quedan.
El Gobierno quiere imponer a Telefónica la gestión de la red de cabinas otros tres años más
El Gobierno convocó en octubre un nuevo concurso público para alargar el servicio un año más, hasta finales de 2017. Pero ninguna empresa quiere gestionar las cabinas, y el concurso se declaró desierto. Ante esta situación, la nueva Secretaría de Estado de Sociedad de la Información y Agenda Digital impondrá un nuevo gestor o, en concreto, impondrá que siga siendo el de siempre.
El Gobierno ultima la aprobación de una orden ministerial con la que designará a Telefónica como responsable del servicio durante tres años más, hasta finales de 2019. No obstante, en el texto se incluye una cláusula para hacer posible la suspensión de la imposición antes de finalizar esos tres años si finalmente se acaba dejando fuera del servicio universal la obligación de que haya teléfonos públicos a pie de calle.
Sólo han durado 50 años
Los nostálgicos las echarán de menos, pero en realidad no llevan tanto tiempo entre nosotros. Aunque los primeros teléfonos públicos se instalaron en España en 1928 en el Viena Park de El Retiro, a las calles no llegaron hasta finales de los años 60.
La mítica película de Antonio Mercero con José Luis López Vázquez encerrado en La cabina es de 1972, justo cuando los españoles empezaban a habituarse a encontrárselas. Eran toda una novedad.
“La instalación en la calle tardó en generalizarse porque era muy complicada, hacía falta un teléfono capaz de resistir a la intemperie y en vez de fichas, que aceptara dinero dentro”, explica Reyes Esparcia, responsable de Patrimonio Tecnológico y Archivos Históricos de Telefónica. “Hacía falta que fueran cajas fuertes con teléfono, un desarrollo tecnológico complejo para la época. Hasta entonces lo habitual era que hubiera teléfonos en establecimientos públicos como bares y restaurantes y hasta locutorios ambulantes para los veranos en zonas de playa”.
La Vanguardia de la época se hace eco de la importancia del acontecimiento cuando se instala el primero de estas teléfonos públicos en las calles catalanas. La inaugura el alcalde y un párroco se encarga de bendecirla. Era el 16 de mayo de 1966.
Ahora que nos preparamos para su desaparición conviene recordar que las cabinas han sido en realidad un invento más efímero de lo que parece. "Hasta los años 70 no estuvieron automatizadas y había que pasar por una telefonista que pasaba las llamadas", recuerda Esparza. "Y hasta los 80 no se podían usar para llamadas al extranjero en toda España".
¿Sobrevivirán?
En la última década, las cabinas han intentado a duras penas reinventarse. En España, además de aceptar el pago con tarjeta de crédito, algunas han habilitado la posibilidad de enviar correos electrónicos, mensajes a móviles y, en un alarde de I+D, hasta faxes. Pero nada de esto ha evitado su desplome del 84% en 15 años.
En otros países, en vez de competir inútilmente con el auge de los móviles, se han centrado en buscarles, directamente, un nuevo uso o recuperarlas directamente como patrimonio industrial.
En Francia hay localidades donde las han convertido en bibliotecas públicas, en Alemania, en minúsculas discotecas. En Londres, donde los míticos cubículos rojos están considerados patrimonio (algunos se consideran "edificio protegido") se alquilan para que los emprendedores les busquen nuevos usos. Pueden reconvertirlas en negocios de todo tipo, como pequeñas tiendas de artesanía o floristerías.
Pero una cosa es la nostalgia y otra la comunicación del siglo XXI. Para quienes busquen pragmatismo, Londres creará un nuevo tipo de cabinas llamadas LinkUK que nada tienen que ver con el pasado. A partir de 2017, serán estaciones wifi con conexión a internet gratuita y puertos USB para recargar los móviles. Y una empresa especializada en espacios de trabajo compartidos ha convertido una veintena de cabinas en una red de mini oficinas de medio metro cuadrado donde, además de wifi, habrá impresoras y hasta máquina de café. Las llama Pod Works.
"En España no se ha dado el paso de buscarles nuevos usos porque conservan su uso tradicional", dice Reyes. "No sabemos qué pasará en el futuro. Si hace 20 años nos dicen que las cabinas iban a ser marginales, no te lo crees".
Cuenta Esparza que, cuando hay visitas de niños al Museo de la Fundación Telefónica, lo que más les preguntan es: "¿Y cómo quedabais cuando no había móviles?". Y añade: "Cuando les explicas que quedabas en un sitio a una hora y si alguien no aparecía utilizabas una de estas cabinas para avisar, pero que no podían mandar ni mensajes ni fotos, te miran raro”. Como del siglo pasado, vaya.
Paradójicamente, el futuro de las cabinas tiene mucho que ver con los orígenes de los teléfonos públicos hace 100 años, cuando estaban resguardados en estaciones de tren o restaurantes, como en la película de Cary Grant.
"Siempre hará falta alguno para las emergencias, pero seguramente no hace falta que estén en la calle", dice Esparza. "El gasto de las cabinas callejeras pierde sentido cuando todo el mundo lleva móvil, pero hace falta un sistema de comunicación público para emergencias", explica Esparza. "Estamos volviendo al locutorio para hacer llamadas en caso de emergencia, como era en los años 20".
Ahora son las cabinas las que están en el papel del señor Kaplan. Con la muerte en los talones.
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