No se imaginaban los movimientos antiglobalización que empezaron a manifestarse hace casi 20 años escuchando Manu Chao, leyendo a Naomi Klein y gritando aquello de "¡Otro mundo es posible!", que en 2017 la antiglobalización estaría ocupando (sin k) el Despacho Oval de la Casa Blanca, Downing Street y quién sabe si no acabará también entrando en el Elíseo.
Manifestarse contra los tratados de libre comercio era desde finales de los 90 cosa de los colectivos izquierdistas, con el agricultor francés José Bové apedreando McDonald's y los altermundialistas reivindicando en Occidente los derechos de los oprimidos del Tercer Mundo. Y ahora el que va de antisistema es el multimillonario Donald Trump, que ha llegado a presidente de EEUU haciendo patria del proteccionismo.
Manifestarse contra los tratados de libre comercio antes era de izquierdas, ahora lo hacen Trump y Le Pen
"Hicimos ricos a otros países. Eso es el pasado", dijo Trump en su discurso inaugural. También el Brexit ganó en 2016 demonizando el libre comercio. Agitar la bandera antiglobalización también está impulsando a Le Pen en la campaña francesa y al Movimiento 5 Estrellas de Beppe Grillo en Italia.
Bienvenidos al nuevo mundo al revés en el que EEUU se desmarca de la economía mundial y China, irónicamente, se erige como el último gran defensor del sistema globalizado. "No al proteccionismo", afirmó Xi Jinping esta semana en la Cumbre de Davos.
Las victorias de Donald Trump y el Brexit en 2016 rompieron los moldes de la democracia liberal, donde para explicar el mundo solía servir el eje derecha e izquierda. El intervencionismo era de izquierdas y el libre mercado de la derecha. Pues esto ya no sirve. La nueva división política es abierto o cerrado. La marcan los partidarios del libre comercio y sus opositores proteccionistas. La globalización vs. la reivindicación nacionalista.
2016 rompió los moldes y la nueva división no es derecha e izquierda, sino abierto y cerrado
"Ahora, la línea divisoria no es entre la izquierda y la derecha, sino entre globalistas y patriotas". Lo decía en campaña la propia Marine Le Pen hace un año, respaldada por una bandera francesa gigante y miles de seguidores en un mitin del Frente Nacional, el partido antiinmigración partidario de salir del euro.
Se parece mucho a estas palabras de Theresa May, la premier británica: “Si crees que eres un ciudadano del mundo, eres un ciudadano de ninguna parte, es que no entiendes lo que ciudadanía significa”, en su primer discurso al frente de Reino Unido. Y a la de Trump en su discurso presidencial: “A partir de hoy va a ser América, primero".
Está por ver cuánto hay de retórica y cuánto se transformará en medidas concretas. Lo que está claro es que el discurso nacionalista antiglobalización sirve para ganar votos.
Tanto la OCDE como el FMI han advertido en los últimos meses del parón que podría suponer para la economía mundial un aumento del proteccionismo. Y los analistas se dividen entre quienes creen que Trump va de farol con sus amenazas a China y México y los que creen que puede colapsar la economía mundial.
Los porqués
La mayor crítica a la globalización, cuando los tratados de libre comercio de los 90 empezaron a materializarla, era que los países y las multinacionales occidentales explotaban a los más pobres.
Sin embargo, donde mejor fama tiene 20 años después es precisamente en los países emergentes a los que aquellos manifestantes antiglobalización querían defender en sus protestas.
En países como Filipinas, Tailandia, Singapur e India, la mayoría de la población considera que “es una fuerza positiva”, según muestra el estudio realizado por la revista The Economist junto a la empresa de encuestas YouGov para medir las actitudes hacia la globalización en 19 países.
La nueva clase media, antes prácticamente inexistente, de los países emergentes ha sido la gran beneficiada del comercio global.
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Los olvidados de la globalización (y también por la antiglobalización) estaban en las fábricas de Detroit, Rotterdam y Marsella. "Son las clases medias de los países occidentales los que más han sufrido la deslocalización", explica Federico Steinberg, investigador principal del Real Instituto Elcano.
En EEUU, Francia y Gran Bretaña, el apoyo a la globalización no llega al 50%. El giro proteccionista es especialmente claro en Francia (sólo el 36% de los franceses cree que la globalización haya sido positiva, el 52% está contra las importaciones y sólo el 13% ve en la inmigración un efecto positivo).
[infogram id="b1060a98-dc5d-4bf9-9de5-9afd54967979" prefix="oPU" format="interactive" title="Crees que la globalización es un factor bueno o malo para el mundo"]
Este es el caldo de cultivo donde Donald Trump supo captar votos y en el que dentro de tres meses Francia votará si elegir como presidenta de la República a Marine Le Pen.
Sin embargo, sólo lo económico no explicaría por qué ha crecido tanto el voto antiglobalización. "También aumenta en países con un 4% de paro y crecimiento económico”, apunta Steinberg. El nuevo proteccionismo está derivando a menudo en la exaltación de políticas xenófobas.
“Estos nuevos nacionalismos, tanto en Europa como en EEUU, están haciendo tambalearse la ilusión del cosmopolitismo de las últimas dos décadas", dice Steinberg. "Había un sentimiento racista que ha salido del armario y ha vuelto una búsqueda de la identidad nacional fuerza de la vieja mayoría”.
El nacionalismo económico ha resurgido al tiempo que se ha hundido el prestigio y credibilidad de las élites
El nacionalismo económico ha resurgido al tiempo que se ha hundido el prestigio y credibilidad de las élites en los países occidentales a raíz de la crisis financiera.
“La antiglobalización de la década de los 2000 ha tomado peso institucional más en los partidos políticos de extrema derecha que en los de extrema izquierda”, añade Steinberg. “Hace 15 años eran movimientos sociales sin representación institucional, hoy están accediendo al poder”.
En España, sin embargo, no existe una base social para el éxito de movimientos antiglobalización, ya sean de derecha o de izquierda, según el Barómetro del Instituto Elcano.
Los españoles asocian fundamentalmente la globalización con mayores facilidades para viajar y estudiar en otros países (20% y 10% de los encuestados, respectivamente), con el surgimiento de nuevas oportunidades para las empresas españolas (15%) y con el acceso a bienes culturales de otros países (9%), cuando se les pregunta que contesten de forma espontánea sobre los efectos positivos de la globalización.
El proteccionismo y la estabilidad
No está claro cuántas de las amenazas al libre comercio que ha verbalizado Trump van a materializarse. Pero, como explica el economista Gary Hufbaur en este informe del Peterson Institute, un prestigioso think tank de Washington, el presidente de EEUU tiene mucho más poder para romper acuerdos de libre comercio que para crearlos.
"La proyección es que van a seguir subiendo las medidas proteccionistas", alerta Roberto Ruiz-Scholtes, director de Estrategia de UBS en España. "No creemos que Trump se atreva a poner aranceles al producto chino o mexicano, pero sí pondrá todo tipo de trabas que lo dificulten con medidas tangenciales como controles de calidad, etcétera".
“En 2016, la economía ha sido resiliente a los terremotos políticos, pero un presidente de EEUU proteccionista puede poner en peligro la estabilidad de la economía mundial”, opina Ferran Brunet, profesor de Economía Aplicada Europea de Universidad Autónoma de Barcelona.
Todavía está por ver si, como parece, Donald Trump va a dar por muerto el acuerdo del Transpacífico, el más contestado por la opinión publica estadounidense. No es el único en peligro. También el NAFTA con México y Canadá puede ser revisado.
Respecto al TTIP que EEUU negociaba con Europa durante la etapa Obama, los expertos esperan que se quede en hibernación hasta que pasen las elecciones francesas y las alemanas.
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“Normalmente, en la década posterior a las grandes crisis económicas hay un auge de partidos de extrema derecha”, afirma Steinberg. “Lo habitual es que luego esa retórica se calme y se vuelva con la recuperación al eje tradicional de izquierda y derecha, pero no siempre es así”. En los 30, desde luego, no funcionó así.
Antes incluso de tomar posesión del cargo, Trump ha presionado a empresas como Ford para mantener la producción en EEUU en vez de expandirse en México. Un gesto que representa sólo varios cientos de empleos.
La gran incógnita en los mercados es si la presidencia de Trump se limitará a golpes de efecto de este tipo que le den buena prensa entre sus votantes o si esto no es más que el principio.
"Lo malo es que imponer aranceles en el siglo XXI es como levantar un muro en medio de una fábrica, literalmente", explica Ruiz-Scholtes. "Hay componentes de los coches de Ford que pasan ocho veces la frontera entre México y EEUU antes de estar terminados y eso está generando trabajo a los dos lados. Si paras una parte de la cadena la otra también deja de funcionar".
Hasta ahora los mercados no se han tomado en serio el programa económico de Trump
Hasta ahora los mercados no se han tomado en serio el programa económico de Trump. "Se han creído su plan de estímulos fiscales y su apuesta por mejorar infraestructuras", apunta Ruiz-Scholtes. "Pero se ha dado por descontado que no llevará a cabo sus amenazas porque se impondrá el sentido común para los intereses para la recuperación económica".
Sin embargo, la historia nos enseña que porque algo no tenga sentido económico no quiere decir que no vaya a pasar. En realidad, las medidas fiscales son más difíciles para Trump de aprobar (porque tienen que pasar por el Congreso) que las amenazas proteccionistas. Éstas sí las puede tomar unilateralmente.
El presidente de EEUU cuenta con poderes especiales para imponer aranceles del 15% sin pasar por el Congreso a países con los que tenga un déficit serio en la balanza de pagos (como es el caso tanto con China como con México).
Trump podría invocar también la madre de todos los poderes presidenciales en comercio internacional, la Enemy Act de 1917, dictada cuando EEUU entraba en la Primera Guerra Mundial. En caso de considerar que el país se encuentra en “emergencia nacional”, el presidente puede “imponer cualquier tasa en las importaciones de cualquier país”.
Viendo los nombramientos de Trump, no es descabellado que pueda pasar de las palabras a la acción
Viendo los nombramientos que ya ha anunciado Trump, no es descabellado que pueda pasar de las palabras a la acción. Como representante de Comercio de EEUU ha elegido a Robert Lighthizer, un abogado que lleva décadas luchando para la protección de la industria siderúrgica de las importaciones extranjeras. Y como secretario de Comercio, ha nominado al multimillonario Wilborg Ross, íntimo amigo suyo y presidente de un gigante del auxiliar del automóvil con varias plantas en México, que se ha mostrado en numerosas ocasiones partidario de renegociar los tratados de libre comercio.
El nuevo e incierto orden global
China, que entró en 2000 en la Organización Mundial del Comercio (OMC) con la bendición de Bill Clinton, el mismo presidente que en 1993 había firmado el NAFTA con México y Canadá, ha sido la gran beneficiada del ciclo económico. En 20 años, ha pasado de ser la séptima economía mundial, por detrás de Italia, a ser la segunda. Y de ser el decimoprimer exportador a ser el primero.
"Si EEUU se retira de ser el policía del mundo, más que ocupar China esta posición lo que habría es un vacío que esta potencia aprovecharía en la zona del Pacífico, pero no mas allá", afirma Steinberg. "Dejaría el mundo huérfano de líder, como en el período de Entreguerras, cuando EEUU no quiso ocupar el liderato que dejaba Reino Unido cuando estaba en declive su imperio colonial".
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Hay estudios que consideran a la ola de importaciones chinas responsables de la pérdida de dos millones de trabajos, como este de la Annual Review of Economics.
Sin embargo, hace tiempo que China dejó de ser simplemente la fábrica mundial. También es el mayor importador (sí, sí, importador) de al menos 70 países y representa cerca del 10% de las importaciones globales. "Una guerra comercial entre China y EEUU no beneficiaría a ninguno", advierte Ruiz-Scholtes.
La globalización ha traído también muchos beneficios a las potencias occidentales. Entre 1987 y 2008, los salarios estadounidenses aumentaron un 53% (ajustada la inflación). Y las compañías multiplicaron su beneficio un 347%.
Clinton decía que la globalización era una fuerza de la naturaleza “como el viento o el agua”. En La Gran Convergencia, el economista Richard Baldwin recuerda que, como el viento y el agua, también la globalización además de progreso puede traer destrucción.
Y las cumbres de Davos han terminado de algún modo por darle la razón a aquellos grupos antiglobalización que se manifestaban a sus puertas a principios de los 2000: ahora es el economista jefe del FMI, Maurice Obstfeld, el que reconoce que “el comercio aumenta la productividad, pero puede hacer daño a no ser que haya políticas que redistribuyan los beneficios”.
Lo que argumentan ahora quienes quieren salvar la globalización es que hay que poner primero los intereses de la gente, no los de las compañías. Se parece mucho a algunas de las reivindicaciones altermundialistas de hace dos décadas.
Las cumbres de Davos han adoptado en su agenda las reivindicaciones sociales de la antiglobalización
Las protestas antiglobalización han desaparecido, pero sus mensajes sociales han entrado en la agenda política. El establishment que tanto criticaba ha incorporado como normal la lucha contra el cambio climático y hasta se discute en el FMI la conveniencia de una renta universal y la tasa Tobin para gravar las transacciones financieras.
Y de la otra parte de la antiglobalización, la que pedía acabar con los tratados de libre comercio, se va a encargar, quién lo hubiera imaginado, el presidente de EEUU.
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