No tuvo que empezar de cero. Heredó con 32 años el conglomerado empresarial que había levantado su padre, éste sí desde la nada. Era 1903. Y Horacio Echaverrieta se puso al frente de un puñado de minas de hierro y de varias sociedades que se habían hecho de oro especulando con la compraventa de terrenos del Ensanche de Bilbao.
Pero en apenas veinte años supo convertir ese grupo familiar en un auténtico imperio empresarial con intereses en el sector del carbón, de la electricidad, del transporte, de la inmobiliaria, de la construcción naval, de la industria militar, de la prensa… Fue el mayor magnate español en la década de los veinte. El más conocido y envidiado. Una verdadera estrella con poder económico e influencia política, que a momentos fue aclamado por todo el país.
Fue el mayor magnate de la España de los años veinte. El más conocido y envidiado, que a momentos fue aclamado por todo el país
“Echevarrieta es un persona clave en la España de principios del siglo XX, comparable en muchos sentidos con el norteamericano William Randolph Hearst, que tan bien retrató Orson Welles en su película Ciudadano Kane”, se apunta en el documental El último magnate sobre la figura del empresario bilbaíno, dirigido por José Antonio Hergueta y Olivier van der Zee. “Alguien que lo fue todo, tuvo el mundo en sus manos, y finalmente lo perdió por una suerte de coincidencias, empeños equivocados y falta de adaptación a los nuevos tiempos”. Y pasó de la gloria al olvido, hasta convertirse en un nombre que hoy sólo conocen los historiadores.
La lista de hitos empresariales es inacabable. Echevarrieta fue el fundador de la aerolínea Iberia en 1927, creó junto a Banco de Bilbao la sociedad Saltos del Duero (que con la concentración del sector eléctrico se convirtió primero en Iberduero y más tarde en la actual Iberdrola), participó de la mano de su cuñado como socio de Portland Yberia (hoy convertida en Cementos Portland), se hizo con la concesión para la construcción de la Gran Vía madrileña y se enriqueció con la venta de parte de sus edificios, fue uno de los socios fundadores de uno de los consorcios que construyó parte del Metro de Barcelona…
Su gran negocio fue Astilleros de Cádiz, con los que vivió días de gloria, con la botadura del buque escuela Juan Sebastián Elcano y convirtiéndolos en el puntual de una incipiente industria bélica nacional de la mano de Alemania. Y a la postre, los astilleros fueron su condena. Echevarrieta acabó vendiendo todas sus participaciones empresariales y gran parte de sus propiedades para tratar de sostenerlos y financiar las deudas. El esplendor de los años veinte se apagó en los treinta, y su inmensa fortuna y su influencia desaparecieron entre los cuarenta y los cincuenta.
El republicano que no quiso ser marqués
Horacio Echevarrieta era republicano. Además de minas y terrenos en Bilbao, heredó de su padre el liderazgo del republicanismo en Vizcaya. Llegó a ser diputado en las Cortes en varias legislaturas por el Partido Demócrata, primero, y por la Conjunción Republicana (la alianza de Unión Republicana y el PSOE), después. Un patrón minero al frente de la lista al que acababan votando los mineros socialistas.
“¿Puede odiarse a un hombre solamente por la circunstancia de ser rico y de pasear en automóvil? Yo no soy socialista, efectivamente, pero no soy tampoco un individualista furibundo que lleve la exacerbación de su individualismo a los límites de la tiranía y proclame la necesidad de blandir el látigo para tratar con los obreros… No, eso es inhumano”, explicaba Echevarrieta en una entrevista en 1910 con El Liberal (periódico también de su propiedad, por cierto). “Seré uno de los más ardientes defensores de las reformas sociales y aceptaré cuanto pueda desarrollar la acción protectora y tutelar del Estado sobre los obreros. Si yo no fuera partidario de una legislación social protectora del obrero, ¿con qué títulos podría llamarme republicano?”
Echevarrieta se convirtió en héroe nacional al negociar la liberación de los 500 soldados prisioneros en el Rif tras el Desastre de Annual
Echevarrieta, quizá el más progresista de los miembros de la oligarquía de Neguri -tampoco es que fuera muy difícil, eso es cierto-, nunca vio contradicción alguna entre su republicanismo y un ritmo de vida arrollador, con las excentricidades propias de un millonario. Entre sus propiedades, dos yates, seis automóviles en una época en que estaban reservados sólo para los más ricos, una amplísima colección de arte, con obras de Goya, El Greco, Gauguin, Van Gogh, Canaletto, Pisarro, Sisley… La familia Echevarrieta también disfrutó de palacios en Getxo, Barakaldo y Madrid (su casa en la calle Claudio Coello es ahora el hotel Meliá Los Galgos) y fincas en Málaga (hoy el jardín botánico de la ciudad) y en Tres Cantos, en Madrid.
Y ese republicano, moderado pero republicano, acabó siendo amigo cercano del rey Alfonso XIII y también del dictador Miguel Primo de Rivera. Una relación directa y de confianza que nació cuando Horacio Echevarrieta se convirtió en un héroe nacional con un servicio especial al país. El empresario bilbaíno fue el mediador directo con el líder rifeño Abd-El-Krim para negociar la liberación de los más de 500 soldados apresados tras el Desastre de Annual. Echevarrieta viajó al norte de África con uno de sus yates, negoció personalmente el modo de pago del rescate de 4 millones de pesetas y la fórmula de la liberación, y se ofreció como rehén a modo de garantía.
El magnate regresó a España con 336 prisioneros españoles a bordo de su yate (más de 200 habían muerto durante los casi dos años de cautiverio) aclamado por todo el país. En pleno fervor, Alfonso XIII le concedió el título de Marqués del Rescate, pero Echevarrieta rechazó el título nobiliario alegando expresamente sus convicciones republicanas.
Una historia de espías
Con el Tratado de Versalles, las potencias europeas impusieron durísimas sanciones económicas y militares a Alemania tras la Primera Guerra Mundial. Entre ellas, la prohibición de rearmar sus Ejércitos. Para sortear las restricciones, Berlín puso en marcha una operación secreta para iniciar el rearme gracias a toda una trama de sociedades interpuestas radicadas en Holanda y con socios en varios países europeos que formalmente serían encargados de desarrollar prototipos con tecnología cedida por Alemania.
El hombre fuerte en España de esa operación secreta acabó siendo Echevarrieta. Y su enlace con Berlín un personaje tan oscuro como Wilhelm Canaris, siempre en el ala más nacionalista del Ejército alemán, vinculado con el asesinato de Rosa Luxemburgo, que acabó dirigiendo la red de espías de la Alemania nazi, y que fue sentenciado a muerte y ejecutado apenas unas semanas antes de que terminara la Segunda Guerra Mundial por participar en un complot contra Hitler.
Echevarrieta vio en la trama alemana una oportunidad para convertir Astilleros de Cádiz en el proveedor principal de la Marina española. El plan pasaba por conseguir la tecnología germana y la financiación que proporcionaba en secreto la Armada alemana con el objetivo de acabar vendiendo diferentes modelos de buques y submarinos a España. Echevarrieta contaba con que su influencia y buena relación con el Rey y con Primo de Rivera serviría para facilitar la operación.
Participó en una trama secreta para rearmar Alemania tras la Gran Guerra y construir en España el mejor submarino de la época
La colaboración con Alemania sirvió, en paralelo, para que Echevarrieta se introdujera en nuevos negocios. Cuando la relación con Berlín aún era incipiente y su capacidad como interlocutor estaba por asentarse, Echevarrieta consiguió el visto bueno del Rey para la constitución de la primera aerolínea del país. Hace justo noventa años, en 1927, nacía Iberia, Compañía Aérea de Transportes, con un primer vuelo entre Madrid y Barcelona. Oficialmente Echevarrieta era propietario de un 76% del capital de Iberia, y el 24% restante lo controlaba de la germana Lufthansa, que además cedía todos los aviones de su primera flota. Pero el pacto secreto entre ambas partes dejaba realmente en manos de Lufthansa un 49% de las acciones de la aerolínea.
El gran objetivo de la red secreta germana, en cualquier caso, era construir el mejor submarino militar de la época. Ése era el gran negocio que esperaba impulsar Echevarrieta, y el que acabó siendo la causa de su declive. El empresario asumió el enorme riesgo de pactar sólo verbalmente con el Rey y con el Gobierno construir primero un prototipo del sumergible y posteriormente la Marina española compraría una docena de naves. No había contrato, sólo un apretón de manos.
En 1930 Astilleros de Cádiz terminó la construcción del flamante submarino E-1 (denominado así por el apellido del magnate). En el día de su botadura, la botella de champagne no se rompió al lanzarla contra la nave. Una señal de mala suerte para los marinos. Con la proclamación de la Segunda República el pedido de doce submarinos nunca se concretó, y el imperio empresarial de Echevarrieta empezó a tambalearse.
Coincidió en la cárcel con Santiago Carrillo por participar en una rocambolesca operación para dar armas a la Revolución de Asturias
La cooperación con Alemania no tuvo los resultados que esperaba el empresario. “Mientras los alemanes alcanzaban su propósito de convertir a España en campo de pruebas para un futuro rearme naval de Alemania y obtenían encargos para empresas de su país, el empresario (…) no logró salir de la crisis de pedidos que sufría ni se convirtió en suministrador privilegiado de la Marina española”, explica Pablo Díaz Morlán, autor de la biografía Horacio Echevarrieta. El capitalista republicano (LID Editorial).
El magnate “se creó una relación de extrema dependencia, no sólo del grupo extranjero, sino de los encargos del Estado. Un cambio en las relaciones políticas entre España y Alemania podría resultar fatal para Echevarrieta”, apunta Díaz Morlán. Y así acabó sucediendo. “El negativo desenlace de tal estrategia, que tendrá lugar en los años treinta, sumirá al empresario en una profunda crisis financiera de la que no saldrá hasta después de la guerra civil española y tras haber dejado por el camino una buena parte de su poder económico”.
El declive
Gran parte de la capacidad financiera de la familia Echevarrieta estaba atrapada en el proyecto del submarino E-1. El Gobierno de la recién estrenada Segunda República respetó varios de los pedidos comprometidos con Astilleros de Cádiz, pero no el del flamante sumergible. La compañía negoció con otros países -Polonia, Yugoslavia, la URSS o Japón- en busca de compradores, pero al final sólo consiguió colocar una unidad del submarino a Turquía. Insuficiente para sanear su situación financiera.
Echevarrieta se fue desprendiendo de todas sus participaciones empresariales para tratar de financiar sus deudas. A la desesperada, en un último intento de salvar el proyecto del submarino, el empresario acabó participando en una rocambolesca historia –el Asunto Turquesa- que le llevó a prisión. En principio, el propio Manuel Azaña le habría ofrecido retomar parte del contrato de compra del submarino si Echevarrieta se involucraba en una operación que serviría para facilitar armas a los exiliados portugueses que buscaban derrocar la recién instaurada dictadura militar de su país. Pero esas armas, con mediación de Indalecio Prieto, finalmente tenían por destino alimentar la Revolución de Asturias de 1934.
Horacio Echevarrieta fue detenido y enviado a prisión. Allí coincidió con Santiago Carrillo. “Pasaron por la cárcel Modelo personalidades muy diversas; (…) Alguno desentonaba claramente en aquel ambiente revolucionario. Tal era el caso de Horacio Echevarrieta, empresario vizcaíno, intermediario en la operación del Turquesa, nunca supe si consciente o no del destino que tenía el alijo de armas (…) Era un hombre grandullón, muy simpático, que se relacionaba bien con la gente”, cuenta el líder comunista en sus memorias sobre su compañero en prisión. Echevarrieta y otros implicados en la operación acabaron siendo indultados cuando, en 1936, llegó al poder el nuevo gobierno del Frente Popular.
Alfonso XIII le llegó a nombrar marqués, pero el empresario rechazó el título alegando ser republicano
Terminada la Guerra Civil, y a pesar de su militancia republicana y de su famosa implicación directa en el alijo de armas para la Revolución de Asturias, las nuevas autoridades de la dictadura respetaron sus bienes y nunca fue detenido. Quizá fuera por sus contactos en el Ejército, quizá por sus antiguas amistades en la alta burguesía vizcaína, quizá pesó que el empresario convirtió durante la guerra su casa de Madrid en refugio de simpatizantes franquistas.
El nuevo régimen incluso le devolvió el control sobre los Astilleros de Cádiz, que pasaron a ser su única actividad empresarial. Esta nueva etapa al frente de la compañía naval estuvo marcada por una tragedia: una tremenda explosión en los Astilleros que dejó 17 muertos y decenas de heridos. Un desastre que condenó definitivamente las cuentas del grupo y que llevó a Echevarrieta a acabar pidiendo al Gobierno la incautación de la empresa por no disponer de los fondos necesarios para afrontar las obras de reparación. La expropiación se materializó en 1952. Y el último vestigio del antiguo imperio empresarial de Echevarrieta se esfumó.
El 21 de mayo de 1963, el último magnate moría a los 92 años en su mansión de Barakaldo tras una operación de esófago de la que no se recuperó. Ante la insistencia de sus familiares, él que tan anticlerical era acabó recibiendo a regañadientes a un sacerdote. Cuenta Díaz Roldán en la biografía del empresario que sólo apareció una modesta esquela en El Correo Español en su recuerdo. Con poco espacio para extenderse, en el texto se le ensalzaba como “Vizcaíno Esclarecido, Guipuzcoano Honorario, Padre de la Provincia de Álava, Hijo Predilecto de Cádiz, ex Diputado a Cortes” y se concluía con un lánguido “etc., etc.”. Un etcétera en verdad inabarcable, aunque hoy se haya olvidado.
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