Fue el 16 de abril de 2015. Poco después de las cuatro de la tarde. Rodrigo Rato, el hombre que aspiró a todo en la política española, que llegó a tener tratamiento de jefe de Estado al frente del FMI, que lideró esa Bankia nacida para redimir los males de la banca nacional, ese hombre, era detenido en su casa de un barrio top de Madrid.
Detenido delante de sus hijos, de sus vecinos también top. Con decenas de cámaras de televisión esperando a pocos metros de su portal. Con un agente poniéndole la mano en la nuca para introducirle en un coche para ser interrogado por la Policía Tributaria.
Fue la imagen icónica del derrumbe de una carrera en otro tiempo fulgurante, y que antaño parecía imparable hacia la Presidencia del Gobierno. Fue la imagen, quizá, con la que el Gobierno de su propio partido -el Partido Popular, el de Mariano Rajoy, el que a la postre le acabó moviendo la silla hacia la Presidencia- buscaba expiar algunos de sus pecados de corrupción, redimirse con un chivo expiatorio caído ya en desgracia (así lo cree, y así lo denuncia, el propio Rato).
Antes y después de esa mano en la nuca hubo idas y venidas a los juzgados para declarar: por su gestión al frente de Bankia y la salida a bolsa de la entidad, por presuntos delitos fiscales a través de su red de sociedades… Y antes y después de esa foto hubo informes demoledores de la Policía, de la Fiscalía… sacándole más que los colores sobre las actividades ilícitas de su entramado empresarial ya con él ocupando la Vicepresidencia del Gobierno y hasta prácticamente anteayer. Y también ha habido una condena –hay quien augura que sólo la primera- de cuatro años y medio de prisión por la malversación continuada que supuso el sistema de cobros ilegales de las tarjetas black en Caja Madrid y Bankia.
Éste es el mismo Rodrigo Rato que obtuvo su primer acta como diputado con 35 años, que fue el más feroz azote en el Congreso y en toda rueda de prensa contra las corruptelas de los últimos Gobiernos de Felipe González, que fue vicepresidente económico casi plenipotenciario con José María Aznar, que comandó (y supuso llevarse todo el mérito) la España del milagro económico de finales de los noventa y primeros dos mil, ésa en la que se disparaba el empleo, la que se puso patas arriba reforma tras reforma para entrar en el euro, la que se colocó a la cabeza del crecimiento económico de Europa y ésa –también- en la que se alimentaba la burbuja inmobiliaria y financiera que estaba por estallar.
El ascenso imparable de Rodrigo Rato y su posterior caída en desgracia sirven ahora de guía para retratar en forma de obra de teatro esa España del boom que se acabó convirtiendo en la España del crac. El milagro español, escrita por Pablo Remón y Roberto Martín Maiztegui, se apoya en la vida y carrera del ex político y ex banquero para hacer un recorrido, mitad real mitad imaginario, por ese país de los sueños que acabó en pesadilla.
“Utilizando como símbolo la figura de Rodrigo Rato, la obra retrata toda una época de sueños y espejismos en la que el país creció disparatadamente, los años del mal llamado milagro español, y la resaca que llegó después: la crisis”, explica el dramaturgo y guionista Pablo Remón (Madrid, 1977).
La obra, que nació de una colaboración con el Teatro del Barrio, acaba de ser galardonada por el Premio SGAE de Teatro Jardiel Poncela, por lo que se incluirá en el ciclo de lecturas dramatizadas de la sociedad de autores y el texto será publicado en forma de libro. Su estreno como montaje teatral no llegará, en principio, hasta el próximo año, porque éste ambos autores ya lo tienen lleno de proyectos (Remón estrena dos obras en la capital, El tratamiento en el Teatro Pavón y Los mariachis en los Teatros del Canal; y Martín Maiztegui acaba de rodar su primer corto y está grabando otro largometraje junto al propio Remón).
“Aunque el texto utiliza personajes y hechos reales” -por él pasean no sólo Rato, también José María Aznar o el propio Mariano Rajoy (también Chimo Bayo)- “queríamos hacer una obra que no fuera un panfleto ni un reportaje”, apunta el autor. Y es que no se trata de un biopic del ex vicepresidente, no es un documental (ni un docudrama) que se aferre a su biografía y a los datos como única fuente, sino que las escenas se articulan también con conversaciones imaginarias con su padre, con Fraga, con Aznar…
“La obra separa lo que es verdad-verdad, la verdad de los hechos, de lo que es verdad-mentira: algo inventado, imaginado, que podría ser o no, y que nos sirve para ilustrar poéticamente algunas de las ideas de la obra”, subraya Remón. “Ofrece una mirada bastante fantasiosa y poética”. Una mirada de ese milagro económico que duró lo que duró. O que a la postre no fue.
Aparece en la obra la detención de Rato, pero no de Rodrigo, sino de Ramón de Rato, su padre. Era 1966, en pleno franquismo, fue por evasión de impuestos, por desviar fondos de su banco a Suiza. Y probablemente le pusieron la mano en la nuca para meterlo en el coche policial camino de comisaría. Cinco años de cárcel.
Rato quiso recuperar el relumbrón del apellido con una carrera de éxito en política como gran artífice del milagro español, como casi seguro sucesor de Aznar al frente del Gobierno (ese casi acabó siendo fatídico, porque Aznar apuntó en su cuaderno azul el nombre de otro, no el suyo, sino el de Rajoy), como director gerente del Fondo Monetario Internacional (puesto que abandonó sin agotar su mandato y sin explicaciones demasiado claras), como presidente de Bankia (con una salida a bolsa bajo sospecha y dimitido por la fuerza por el Gobierno, que acabó inyectando a la caja de cajas más de 23.000 millones de dinero público para rescatarla).
Luego vinieron las acusaciones de fiscales, de jueces, de la Guardia Civil, de Hacienda..., el banquillo, la primera condena por el sobresueldo de las black. Y la detención, esa detención televisada en su casa. Con la mano de un policía en la nuca. “Un numerito”, “una cacería”, se queja el personaje de Rodrigo. “Un circo”. Y también una obra de teatro. Esta obra de teatro.
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