La central cerró un domingo. A las 23.30 horas, apurando la jornada, un técnico apretó por última vez el botón rojo. Ese botón rojo. Apagada. Desenchufada. La de Zorita se convertía en la primera nuclear de España en apagarse para siempre de manera programada (Vandellós I lo hizo antes, pero tras un incendio). Era 30 de abril, era 2006, y la más vieja de las centrales nucleares del país quedó desconectada.
Su nombre oficial era, es, Central Nuclear José Cabrera, un homenaje a uno de los promotores del plan para traer la energía nuclear a España. Pero todos la conocen por el nombre del municipio en que se encuentra, Almonacid de Zorita, a unos 70 kilómetros de Guadalajara, a unos 100 de Madrid, y a apenas unos pasos del río Tajo.
Zorita fue la primera central nuclear de España, el primer hito del ambicioso plan atómico de la dictadura franquista, luego muy venido a menos. [El régimen soñó con tener hasta 27 centrales nucleares, pero el país acabó conformándose con nueve reactores, de los que el dictador Franco sólo pudo inaugurar dos, Zorita y Garoña. Lo hizo “vestido de paisano”, cuentan las crónicas de la época. El resto se abrieron ya en los ochenta.] Aquella central, entonces modernísima, abrió en 1968, y esa España en blanco y negro entraba en la era atómica y, de momento, en ella sigue.
Sin pena ni gloria
Frente al tenso culebrón y la enorme batalla empresarial y política que ha supuesto el cierre de la central burgalesa de Garoña (finalmente decretado por el Gobierno el año pasado), la clausura de Zorita se produjo casi sin pena ni gloria. Sólo casi. Pero su fin llegó con mucho menos ruido que el que ha generado el choque por mantener viva Garoña y, sobre todo, que el que se avecina con el resto de centrales del país.
Sí que hubo una grave fractura en la cúpula del Consejo de Seguridad Nuclear (CSN) entre los técnicos y los políticos sobre la clausura de Zorita, sobre si estaba justificado el cierre en términos de seguridad (la única competencia del organismo supervisor), pero a la postre el centro avaló la clausura.
Sí que hubo unos partidos políticos que lo celebraban más explícitamente que otros, y por diferentes motivos, pero había un acuerdo evidente y general en clausurarla. El primer clavo del ataúd de Zorita lo puso el Gobierno del PP en 2002 frenando la renovación de su licencia y el cierre definitivo lo decretó el del PSOE en 2006. “Zorita está cerrada y bien cerrada”, sentenció el entonces portavoz de la Junta de Castilla-La Mancha, y hoy su presidente, Emiliano García-Page.
Zorita fue la primera nuclear de España en pleno franquismo y será la primera central que se desmantele por completo en el país
Incluso a la propia titular de la planta, la antigua Unión Fenosa (hoy Gas Natural Fenosa), ya había dejado de resultarle especialmente rentable por su modesta producción. El cierre no tuvo impacto en el sistema eléctrico nacional, porque Zorita en relación al resto de centrales era enana. Tenía una potencia de 160 megavatios (MW), apenas un tercio de la también pequeña Garoña (cuya desconexión a finales de 2012 el sistema eléctrico tampoco notó), y entre seis y siete veces menos que el resto de las plantas nucleares más modernas españolas, que todas superan los 1.000 MW.
Diseñada para funcionar 35 años, las mejoras y reformas introducidas a lo largo de su vida útil la llevaron hasta los 38. Y ahí se acabó su historia. Durante las casi cuatro décadas que Zorita estuvo en funcionamiento, su producción eléctrica total superó ligeramente los 36.500 gigavatios hora (GWh). Esa electricidad generada durante toda su vida por la planta guadalajareña equivale a poco más de mes y medio del consumo eléctrico que registró España el año pasado.
Nucleares que desaparecen
Hoy en la antigua sala en que se apretó el botón rojo de apagado no hay nada. Es puro hormigón visto. Ya no están los equipos de control de la central, ya no hay botones ni agujas de potencia. Hace tiempo que fueron retirados, como casi todo lo demás en la planta, como el propio reactor. Y es que la central se va vaciando por dentro, poco a poco, hasta hacerla desaparecer del todo. Los trabajos de desmantelamiento de la central de Zorita arrancaron hace doce años y aún quedan otros dos más para terminarlos.
“El desmantelamiento de una nuclear es un traje a medida, el de cada central es diferente”, explican desde Enresa, la empresa pública encargada de la gestión de los residuos nucleares y de pilotar la clausura y demolición de las plantas atómicas en España (al menos de momento, porque el Gobierno prepara un cambio legal para trasladar a las propias eléctricas la responsabilidad de desmantelar sus centrales).
El de Vandellós I, la central tarraconense que echó el cierre en 1989 tras un incendio y una inundación posterior, se trata de un desmantelamiento en diferido. El cajón de su reactor permanecerá sellado en una suerte de sarcófago gigante durante un periodo de latencia de 25 años, y entonces -en 2025- se reanudarán los trabajos para acabar demoliéndola.
"Que el Gobierno no se preocupe sólo de Garoña. Aquí estamos igual o peor", dice la alcaldesa de Almonacid de Zorita, que trabaja en la central
El de Zorita, en cambio, es un desmantelamiento inmediato (como probablemente lo será también el de Garoña), en el que los trabajos comienzan justo después del cierre y continúan sin pausa hasta dejar el terreno como si allí no hubiera habido nunca un reactor. Ése es el objetivo, ése es el compromiso. Hasta ahora se ha completado un 84% de las labores previstas, y la demolición total de todos los edificios y la retirada de todo el material concluirán a finales de 2019.
“Desmantelar una central nuclear no consiste sólo en demolerla. Se trata de un gran proceso industrial muy complejo, y que comprende grandes trabajos pesados y también labores de auténtica cirugía”, explica Manuel Ondaro, director del Desmantelamiento de la José Cabrera, mientras camina por el edificio que albergaba el antiguo reactor. “Lo que estamos haciendo aquí nos convierte en una referencia internacional. Han venido equipos de todo el mundo a ver los trabajos”, dice orgulloso.
El desmantelamiento y posterior demolición de la planta obligarán a Enresa a gestionar 104.000 toneladas de residuos de todo tipo. La inmensa mayoría se trata de materiales convencionales, sin radiactividad alguna, y que no requiere un tratamiento especial. Apenas un 6% del total (algo más de 6.000 toneladas) sí son residuos con actividad nuclear o que están contaminados en mayor o menor medida.
Su propio cementerio nuclear
Las labores más delicadas, las que obligaban al manejo de materiales de altísima radiactividad, se concentraron en los primeros años tras el cierre. Gas Natural Fenosa y Enresa colaboraron en la retirada del combustible nuclear gastado de la piscina del reactor, y la sociedad pública -que asumió la titularidad de la central en 2010- se encargó en solitario de la retirada de la vasija y de todos los elementos internos del reactor.
Todo este material, que seguirá siendo potencialmente peligroso durante miles de años, se encuentra en un almacén temporal individualizado (ATI) construido específicamente junto a la central para guardar la basura nuclear de Zorita. A cielo abierto, y sobre una gran losa que los protege de posibles terremotos, doce grandes contenedores cilíndricos esconden 175 toneladas de combustible nuclear y otros cuatro contienen 45 toneladas más de equipos internos y maquinaria del antiguo reactor.
Y allí seguirán hasta que se construya el futuro almacén temporal centralizado (ATC) de Villar de Cañas, en Cuenca, que ya va con años de retraso sobre el plan previsto -y sin nuevos plazos fijados para tenerlo listo- por las dudas sobre la seguridad de los terrenos elegidos. Cuando Enresa termine el desmantelamiento el próximo año y (en principio) el terreno en que se ubicaba la central tenga ya el aspecto de cualquier monte bajo castellano, ese cementerio será el testimonio único del pasado atómico de la zona.
Medir contaminación con drones
El edificio que albergaba el reactor nuclear de Zorita ahora es apenas un esqueleto de hormigón. Tras el túnel y las enormes puertas que servían para sellar la antigua zona de máxima seguridad de la central hoy no queda casi nada. El edificio de contención lo presiden dos enormes agujeros. Uno, en el que estaba la vasija que contenía el núcleo del rector. Otro, el de la piscina en que se almacenaba el combustible nuclear utilizado.
Las paredes de ese edificio de contención son como un enorme mapa. Llenas de cruces y de números pintados a mano, que demuestran que se ha medido metro a metro la radiación de cada hueco. Los técnicos de Enresa han comprobado con medidores específicos si hay contaminación radiactiva en 14.000 metros cuadrados de muros y suelos del edificio de contención, más otros 10.000 metros cuadrados más del edificio auxiliar.
Queda sólo por realizar esas mediciones en el interior de la icónica cúpula naranja de Zorita. Una labor que se efectuará próximamente utilizando drones que cargarán los equipos de caracterización para determinar si el hormigón de los techos del edificio principal están contaminados o no.
Limpiar la radioactividad con un trapo
A los técnicos de la planta a veces se les escapa, y a pesar de la asepsia que -según destacan- domina su trabajo, al descuido se refieren a la contaminación radiactiva como “guarrería” o “porquería”. Dependiendo del nivel de radioactividad y de la profundidad de la incrustación de esa “porquería” en los materiales, los métodos de limpieza son diferentes, y algunos sorprendentes para el profano.
Cuando la central sea demolida por completo, un almacén con 200 toneladas de residuos de alta radioactividad dará testimonio del pasado atómico de la zona
Y es que la radioactividad muy ligera, apenas polvo contaminado que se acumula, puede ser retirada de paredes, suelos o los más diferentes elementos de la central (tuberías, cableado…) “simplemente pasando un trapo húmedo o raspando con un cepillo”, explica Ondaro. “Si está incrustada en el hormigón sólo de manera superficial se retira una capa del muro con una radial pequeña y si la incrustación es profunda se utilizan martillos picadores”, indica el jefe del desmantelamiento.
De Zorita saldrán cerca de 6.000 toneladas de residuos de radiactividad media, baja o muy baja. Estos materiales contaminados no se quedarán en el almacén aledaño a la central, sino que están siendo evacuados -ya han salido unas 2.000 toneladas- al centro de almacenamiento nuclear de El Cabril, en Córdoba.
Antes de su destino andaluz, el procesamiento al que son sometidos estos residuos en la central es uno de los grandes orgullos del equipo de Enresa. Se construyó un túnel subterráneo para trasladar los materiales contaminados directamente, sin salir al exterior, desde el reactor hasta el antiguo edificio en que estaba la turbina de la central, que hoy se ha reconvertido en almacén transitorio. Son almacenados y sellados con hormigón en los contenedores que directamente servirán para su traslado y estancia en El Cabril.
El pueblo que se apagó con la central
Apenas a unos minutos de la central se encuentra el poblado. Antaño era una colonia de 70 viviendas en mitad de la nada en la que vivían empleados de Unión Fenosa con sus familias. Había una piscina comunitaria, un economato, un centro social, e incluso una más que sui generis capilla que se instaló en una antigua estación de tren.
Hoy el poblado es sólo una pequeña ciudad fantasma. Están las viviendas, pero ni rastro de las familias. Y ejerce de trasunto extremo, pero en miniatura, de los efectos que el cierre de la central nuclear está teniendo en Almonacid de Zorita, el primer pueblo nuclear de España y el primero que ha descubierto lo que le puede suceder a otros cuando se queden sin su particular motor económico… y atómico.
“El pueblo va cada vez a menos, y lo hace a pasos agigantados. Hemos pasado de tener un motor económico a no tener nada”, se lamenta la alcaldesa de Almonacid, Elena Gordón, que como algunos de sus antecesores en el cargo también trabaja en la central nuclear. “Durante años se paliaron los efectos del cierre gracias a los trabajos de desmantelamiento. Ahora que queda tan poco, la desolación es cada vez más palpable”.
Con la central en funcionamiento, en ella trabajaban cerca de 300 personas, repartidas a partes iguales entre empleados de Fenosa y de empresas subcontratadas. Y cuando se ejecutaba una recarga de combustible en la planta acudían durante semanas entre 700 y un millar de trabajadores adicionales. Hoy empleados de Gas Natural Fenosa quedan 19, y al desmantelamiento se dedican unas 170 personas entre Enresa y contratas.
El retrato de un pueblo apagándose lo dibuja su alcaldesa: en los últimos años Almonacid ha perdido un cuarto de su población -de alrededor de un millar de habitantes a cerca de 750-, y la que queda cada vez está más envejecida; a la escuela del pueblo acuden 30 niños repartidos todos en sólo tres aulas; han desaparecido comercios, han cerrado bares y restaurantes…
Almonacid y otros 12 municipios del área de influencia de la central se han unido para promover la Alternativa Zorita, un plan de dinamización que reclaman al Gobierno y que contempla la construcción de la autovía de la Alcarria, un parador de turismo en Pastrana y un polígono mancomunado en Almoguera. Y también una autopista de datos, porque, según se queja Gordón, “aquí estamos en la prehistoria de las comunicaciones digitales, cómo vamos a atraer entonces empresas”.
A la espera de estas medidas, “el desánimo es generalizado, esto ya va cuesta abajo”, explica la alcaldesa. “Es horrible esta sensación de abandono. Que no nos dejen en el olvido, que el Gobierno no se preocupe sólo de Garoña. Estamos igual o peor que en Garoña”. Y mientras, en los pueblos cercanos a la central de Garoña, se miran con temor en el espejo de Zorita.
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