Difícilmente podía imaginar Luis de Guindos, cuando asumió la cartera de ministro, que acabaría negociando en Bruselas el rescate del sector bancario español. De todas las experiencias que ha vivido el nuevo vicepresidente del BCE en los últimos seis años, no hay ninguna tan dura como el momento en que el sistema financiero casi salta por los aires. La explosión habría creado una crisis de confianza sin precedentes en la economía española, fácilmente contagiable a la zona euro. Lo que estaba en juego no era el futuro de España, sino del propio euro.
Avanzaba la primavera de 2012 y Bankia se caía a pedazos. La situación del banco ya era quebradiza cuando Luis de Guindos juró el cargo, el 11 de diciembre de 2011. Pero la caída se precipitó en el primer trimestre de 2012. Los inversores huían despavoridos ante el agujero contable del que alertaban muchos analistas y que Rodrigo Rato no quería reconocer. Y ahí es cuando al nuevo ministro de Economía, hincha acérrimo del Atlético de Madrid, le tocó salir a jugar.
El 7 de mayo, el Estado inyectó 10.000 millones en la entidad. Un par de días después, Bankia fue nacionalizada y Guindos acometió la limpia en la cúpula directiva, con Rodrigo Rato a la cabeza. El ministro de Economía iniciaba así un tortuoso tour de ida y vuelta a Bruselas que culminaría el 9 de julio. Ese día vio la luz el Memorándum de Entendimiento, un acuerdo histórico que garantizaba la asistencia financiera de la Eurozona a cambio de duros sacrificios, como la reforma laboral.
El propio Guindos tuvo que explicar el contenido del acuerdo en una tensa rueda de prensa en la que negó, una y otra vez, que la ayuda europea tuviera la entidad de rescate. También daría cuenta de los ajustes Rajoy en el Congreso, el 11 de julio, en un pleno histórico por la cantidad y la importancia de los ajustes (65.000 millones) que se detallaron.
Ningún ministro de Economía en la España democrática había vivido un estreno tan turbulento. En apenas medio año, el Gobierno había adoptado medidas tremendas que afectaban no sólo al sector financiero, sino también, o sobre todo, al marco laboral y al mapa recaudatorio. Los ajustes drásticos del verano de 2012 sentaron las bases de la recuperación. Seis años después, las cifras dan fe de ello.
Sin entrar en los matices que requerirían otro artículo (por ejemplo, la calidad del empleo creado), la salud de la economía está a años luz del estado moribundo que presentaba al llegar Rajoy. Al concluir 2011, el crecimiento del Producto Interior Bruto (PIB) era negativo. Es decir, la economía retrocedía en vez de avanzar. En concreto, decrecía un 1%, muy lejos del incremento del 3,1% registrado en el ultimo trimestre de 2017.
La tendencia es similar en el mercado laboral. A finales de 2011, había 5,28 millones de parados, frente a los 3,76 millones actuales. La tasa de desempleo ascendía al 22,5%, seis puntos por encima de la actual.
Entre los datos que permiten a Guindos sacar pecho sobresalen otros dos. El año que el Gobierno de Rajoy tomó posesión, la prima de riesgo rondaba los 350 puntos y hoy se mueve en torno a 90. Es decir, hace seis años, España necesitaba pagar casi cuatro veces más interés a los inversores por colocarles un bono a 10 años, en comparación con lo que abonaba Alemania.
La otra cifra halagüeña es el déficit público, que se aproximaba peligrosamente al 10% en 2011 y ahora supera ligeramente el 2%. La evolución del déficit, por tanto, entra dentro de los parámetros que exige Europa. No ocurre lo mismo, sino todo lo contrario, con la deuda pública, convertida en seis años en una lastre preocupante.
Cuando Guindos aceptó ser ministro, España arrastraba una deuda de 743.000 millones de euros, equivalente al 69,5% del PIB. Al cierre de 2017, según el Banco de España, superaba los 1,14 billones (en torno al 98% del PIB). Entre los factores que más han contribuido al aumento están, como no, el rescate financiero, cuya factura asciende a 50.000 millones; y las ayudas concedidas a CCAA y ayuntamientos para pagar a miles de proveedores en lo peor de la crisis (unos 40.000 millones).
La elevada deuda pública, probablemente, la marca más negativa que queda registrada en el mandato del ya ex ministro. En la misma etapa, no obstante, aparecen otras variables positivas. Una de ellas es el dato de exportaciones: España volvió a batir un nuevo récord en 2017, al concluir el año con un aumento del 8,9%.
Otra cifra que ha usado Guindos para sacar pecho es el saneamiento bancario. La estadística da fe de ello: la tasa de morosidad cerró 2017 en el 7,8%, el nivel más bajo desde 2011 y lejos del máximo del 13,6% registrado en 2013. La hemeroteca aporta también otro hito: la liquidación del Popular.
Si Guindos casi estrenó su cartera con la intervención dramática de Bankia, el hundimiento y el rescate de la veterana entidad española le causó el último gran sobresalto al final de su mandato. En esta ocasión, no fue el Gobierno sino las autoridades españolas las encargadas de intervenir y liquidar el Popular, en junio de 2017. Pero la operación volvió a airear las peores pesadillas de la crisis. La absorción por parte del Santander se realizó en tiempo récord y el sector financiero esquivó el bache sin turbulencias.
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