Si Facebook pusiera el mismo empeño en proteger la privacidad de sus clientes que en evitar que nos crucemos con un pezón, no se habría producido la masiva filtración de datos camino de convertirse en el mayor escándalo de su historia, según una investigación de The New York Times y The Observer.
Es irónico que Mark Zuckerberg pida perdón públicamente por haberle censurado una teta a La Libertad guiando al pueblo de Delacroix, el enésimo pecho cautivo de su algoritmo desde la paleolítica Venus de Willendorf, mientras se conoce la filtración de unos 50 millones de cuentas de Facebook a Cambridge Analytica. Al fin y al cabo, que esta compañía especializada en el análisis de datos para campañas electorales se haya beneficiado de la posible mala praxis del gigante tecnológico amenaza nuestra libertad como pueblo mucho más que un humilde pezón.
Cambridge Analytica, según la confesión de Christopher Wylie, uno de sus empleados ahora arrepentidos, utilizaba cientos de miles de datos sociales y psicológicos obtenidos de forma espúrea para favorecer a sus clientes. Entre ellos, las campañas electorales a favor de Donald Trump y el Brexit. Cuánto ha influido esta brecha de seguridad en la victoria de ambas campañas es aún difícil de cuantificar. Pero ya hay fiscales investigándolo a ambos lados del Atlántico.
La parte más controvertida no es que esta consultora hubiera desarrollado unos potentes algoritmos capaces de crear un perfil psicológico completo de los usuarios (desde sus opiniones políticas y religiosas a su orientación sexual o su estado de ánimo), sino en cómo logró la base de datos con cientos de miles de cuentas de Facebook con la complicidad de esta.
Cambridge Analytica adquirió los datos a Aleksandr Kogan, un académico ruso de la Universidad de Cambridge que a su vez había obtenido el permiso de Facebook para realizar análisis exhaustivo de personalidad de los usuarios. A cambio de un clic, recopiló información privada de cerca de 270.000 personas dispuestas a participar en lo que se suponía iba a ser un experimento académico. Sin embargo, el uso que Kogan dio a esos datos no fue académico sino comercial porque luego se los vendió a Cambridge Analytica, que los utilizó para ayudar a Trump y el Brexit.
La pasividad de Facebook para proteger los datos de sus clientes es un antes y un después para la compañía
Mark Zuckerberg todavía no ha pedido perdón por una brecha de seguridad de la que, según esta importante investigación periodística, Facebook sería consciente desde 2015. La red social alega que no fue una filtración porque técnicamente fueron los propios usuarios los que entregaron los datos voluntariamente y las condiciones de privacidad que tenía entonces (y luego endureció) lo permitían.
De confirmarse los hechos, la pasividad de Facebook para proteger los datos de sus clientes es un antes y un después para la compañía que ya estaba tocada por su papel en la propagación de las noticias falsas. No solo debería tener consecuencias legales, también es probable que Facebook sufra una crisis reputacional que le lleve a replantearse su futuro. Que los usuarios de redes sociales estemos acostumbrándonos a ceder cierta privacidad a cambio de unos servicios que nos hagan la vida más fácil o de publicidad más adecuada a nuestros perfiles no justifica que se comercialice con nuestros datos sin permiso.
Una empresa con dos mil millones de usuarios que actúa como un monopolio revendiendo a su antojo los datos de sus clientes puede empezar a percibirse como un peligro público. Sobre todo si esta materia prima se utiliza para influir en los resultados electorales aprovechando un agujero negro en la privacidad digital.
La Libertad guiando al pueblo de Delacroix simboliza precisamente la insurrección de un pueblo contra un despótico poder que quiere ahogar, entre otras, la libertad la de información. Y por más que sea una oportuna alegoría que Zuckerberg se haya disculpado por haberla censurado, no es por el empeño de Facebook en tapar pezones que tendríamos que estar ahora preocupados.
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