Sólo le quedaba al Presidente Trump la aplicación de medidas proteccionistas para ponerle la guinda al cócktail de inconsistencias de sus políticas. Mientras promueve una más que discutible desregulación del sector bancario, anuncia medidas proteccionistas de política comercial. La única línea argumental que une ambas decisiones (la primera ultraliberal y la segunda claramente intervencionista) es su AmericaFirst (populismo en estado puro). Ninguna frase representa mejor esta esquizofrenia que el parafraseado eslogan mutado a AmericaOnly.

Trump ha cultivado la difícil habilidad de ser a la vez una cosa y su contraria. Su inconsistencia en política exterior o en regulación financiera sólo admiten comparaciones con su incongruente política fiscal, aplicando medidas expansivas con un déficit público desbocado, en una economía en pleno empleo y con la Fed en modo restrictivo en política monetaria.

Pero quedaba el último redoble de tambor: aranceles a la importación sobre el acero (25%) y sobre el aluminio (10%), gravamen aproductos tecnológicos y de telecomunicaciones importados de China por valor de 60.000 millones de dólares y supuestas presiones al país asiático para que rebaje aranceles a la importación de vehículos americanos y abran el mercado financiero a firmas estadounidenses.

Con ello, el presidente americano desea reducir en un tercio el déficit comercial de EE.UU. con China que en 2017 fue de 337.000 millones de dólares pero ha desatado los temores de una guerra comercial que no beneficiaría a nadie; tampoco a EE.UU. La respuesta de China no se ha hecho esperar y ha anunciado aranceles sobre 3.000 millones de dólares de importaciones provenientes del país americano.

Pero no sólo la imposición de tarifas afecta a China sino que Japón, Canadá, México, Australia, Brasil y la Unión Europea (aunque esta última ha sido en principio exonerada y México y Canadá quedarían excluidos inicialmente) se hallan bajo amenaza, a pesar de ser los principales socios comerciales de EE.UU.

Las exportaciones de aluminio y de acero a EE.UU. suponen tan sólo un 0,03% del PIB americano y, globalmente consideradas, las exportaciones de China a EE.UU. suponen el 3% del PIB del país asiático. Por lo tanto, aun siendo importante, la cuestión no es tanto de impacto económico directo de las medidas anunciadas como de una ruptura unilateral del statu quo y del inicio de hostilidades comerciales: una vez abierta la caja de Pandora, el resultado puede ser incontrolable en el que todos perdamos.

Como recientemente ha publicado el Real Instituto Elcano, “existe un amplio consenso acerca de las causas que agravaron y alargaron la Gran Depresión del período de entreguerras, y el proteccionismo aparece en uno de los primeros lugares de la lista”.

Las medidas proteccionistas de 1929 de imposición de un nuevo esquema arancelario por el entonces presidente de EE.UU. Herbert Hoover conllevaron una “declaración de guerra económica” secundada a continuación por veinticinco países, de forma que las exportaciones cayeron a nivel global entre 1929 y 1932 de 5.200 millones de dólares a tan sólo 1.600 millones, implicando una caída del 14% en el PIB de cada país. Esperemos que la historia sirva para no cometer los mismos errores.