Cuando Mario Draghi abandone la presidencia del BCE, en octubre de 2019, pocos podrán negar que habrá cumplido con la promesa que realizó hace ya seis años de hacer "lo que sea necesario" para salvar Europa. Durante su mandato, el banco central ha puesto en marcha toda una batería de medidas extraordinarias, algunas consideradas inviables poco antes de su implementación, cuyo protagonismo en la recuperación de la economía europea resulta hoy fuera de toda duda.
La Europa sobre la que Draghi lanzaba aquellas palabras era una región duramente zarandeada por la crisis económica y amenazada por la deflación; rasgada por su mitad, a través de una abultada brecha -plasmada de forma dramática en las llamadas primas de riesgo- entre el centro del continente, la Europa core, y la periferia. Una Europa, en definitiva, en peligro de extinción a medida que se le acumulaban los rescates.
Que aquellos tiempos han quedado atrás lo evidencia mejor que nada el hecho de que Grecia, epicentro de la tormenta, está a punto de abandonar el programa de rescate, tras ocho años necesitada del auxilio internacional. La economía europea acumula varios trimestres de sólidos crecimientos, la prima de riesgo ha quedado desterrada de la primera plana informativa -salvo en episodios puntuales de tensión de corto recorrido- y la amenaza de la deflación ha sido sustituida por una inflación en remontada progresiva. La mejora ha llegado hasta el punto de que Draghi empieza a considerar cumplida su misión y señala ya el camino de regreso a la normalidad.
El BCE comunicó este jueves que su programa de compra de deuda soberana y de empresas (el denominado Quantitative Easing o QE) llegará a su fin el próximo mes de diciembre. Casi cuatro años después de su puesta en marcha, tras inyectar alrededor de 2,5 billones de euros en el sistema, los responsables de la política monetaria europea consideran que la Eurozona está ya lista para caminar sin esas muletas.
Un anuncio que llega, curiosamente, en un momento en el que, según reconoció el propio Draghi, las incertidumbres se han incrementado de forma "incuestionable" en los últimos meses, y han llevado a una ostensible revisión a la baja de las previsiones de crecimiento de la Eurozona en 2018 (hasta el 2,1% desde el 2,4% previo). Para Europa los riesgos llegan desde fuera de sus fronteras, especialmente en forma de políticas monetarias proteccionistas, impulsadas por la Administración de Estados Unidos. Pero también surgen de dentro de sus fronteras, con Italia como el foco más reciente de inquietud.
La llegada de un gobierno populista a Italia, con posturas abiertamente contrarias a las de Bruselas en asuntos de enorme trascendencia, ha azuzado los temores a un enfrentamiento que vuelva a poner sobre la mesa una posible ruptura de la unión monetaria. El repunte de la prima de riesgo trasalpina, replicada, hasta cierto punto, por la de España o Portugal, ha vuelto a confrontar a Europa con sus viejos fantasmas: ¿puede reabrirse la brecha que dividió al continente?
A falta de avances en la integración europea, el BCE se ha erigido en garante de la unidad en la región
Para Draghi la respuesta es que no. De hecho, afirmó que los acontecimientos italianos se han quedado aislados en el país, sin provocar un contagio "significativo" a otros países de la región, porque, según explicó, la Europa de hoy es más fuerte que la de los años 2011 y 2012, cuando "el marco institucional del euro no estaba tan desarrollado como lo está hoy. Ahora tenemos varias salvaguardas nuevas". Así, pudo afirmar convencido que "el euro es irreversible".
Pero son muchas las dudas que sobrevuelan este mensaje. Pese a algunos avances, lo cierto es que los mecanismos clave para reducir las divergencias entre los países europeos permanecen encallados. Especialmente, todos los referidos a una mutualización de riesgos que se antoja fundamental para disminuir la vulnerabilidad de la región a problemas locales.
A falta de herramientas de este tipo, el BCE se ha erigido en casi único garante de la unicidad del mercado monetario. Y por ello persiste el temor a que, sin su auxilio, cualquier deterioro de las condiciones económicas acabe por reabrir las heridas del pasado. Un repunte agudo de los costes de la deuda podría truncar la recuperación en alguno de los países más vulnerables de la región, como Italia, Portugal o, incluso, España.
Una salida cuidadosa
Por eso, Draghi insiste continuamente en la necesidad de ejecutar reformas en la Eurozona, que afiancen los logros impulsados por el BCE en los últimos años. Pero, mientras estas se resisten, resulta fundamental que el banco central mida cada uno de los pasos que da hacia la salida.
Draghi demostró ser consciente de esto, al apuntar que, tras el fin del QE, cualquier subida de los tipos de interés se pospondrá "al menos" hasta el verano de 2019. De hecho, el propio final de las compras de deuda quedó sumido en un halo de incertidumbre al condicionarla a que los datos corroboren que se dan las circunstancias adecuadas. Y por si todo esto fuera poco recordó que, aunque se guarden momentáneamente, las armas empleadas por el BCE para combatir la crisis seguirán estando presentes en su arsenal, listas para volver a utilizarse cuando sea preciso.
"Se dejaron abiertas muchas puertas traseras", explica Jan von Gerich, estratega jefe de Nordea. Y en la misma línea, Carsten Brzeski, economista jefe de ING, apuntó que "la reunión marca otro paso hacia un final suave del QE pero, al mismo tiempo, no marca el comienzo del ajuste monetario. Una primera subida de los tipos aún está lejos".
La normalización de la política monetaria no llegará antes de la marcha de Draghi
Tan lejos como, al menos, el verano de 2019, precisamente cuando Draghi encare la recta final de su mandato. Si para entonces considera que se dan las condiciones para elevar los tipos de interés en la Eurozona, ocho años después del último movimiento en este sentido, significará, a buen seguro, que su estrategia de salida avanza de forma adecuada. Al fin y al cabo, el banquero italiano ha dado suficientes pruebas de que no quiere precipitarse. "Existe la intención colectiva del Consejo de Gobierno de evitar un endurecimiento injustificado de las condiciones financieras", corroboró este jueves.
Fin de las compras de deuda y, si se puede, inicio del proceso de subida de tipos. Draghi ya tiene marcado su camino para los poco más de 16 meses que le quedan al frente de la institución. Un camino de regreso a la normalidad. Al menos, sus etapas iniciales. Esto debería ser suficiente para confirmar que habrá hecho "todo lo que sea necesario" para salvar el euro. Tal y como prometió.
Pero no puede olvidarse que Draghi, aquel día de julio de 2012, completó su promesa con una tajante declaración: "Créanme, será suficiente". Si lo habrá sido o no, seguramente, sólo se sabrá cuando el italiano ya no ocupe la presidencia del BCE. Cuando la normalidad monetaria llegue a ser una realidad y los fantasmas de las dos Europa no vuelvan a desgarrar la región.
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