Isidro Fainé y Antonio Brufau llegaron a La Caixa con 40 años y ganas de merendarse el mundo. Firmaron contrato en la caja de ahorros con sólo cinco años de diferencia. El primero, natural de Manresa, aterrizó en 1982. El segundo, nacido en Mollerusa, en 1987. Sus currículos compartían la misma licenciatura (Económicas) y una experiencia directiva elevada para su edad. Fainé ya había ocupado puestos de responsabilidad en bancos de pequeña talla (Bankunión o Banca Jover). Brufau provenía del hipercompetitivo mundo de la consultoría (era socio en Arthur Andersen).
Los dos eran conscientes de que la Caixa era mucho más que una caja: era el pulmón de la economía catalana. De sus arcas emanaba la financiación para empresas, partidos políticos y medios de comunicación. Y su obra social arropaba con su chequera holgada proyectos sociales y culturales de toda índole. Con dosis similares de valía y ambición, Isidro Fainé y Antonio Brufau aprovecharon el trampolín que les ponía delante el destino. Y, de salto en salto, escalaron hasta lo más alto que puede trepar un directivo en España. Uno acabó presidiendo la todopoderosa Caixa y el otro Repsol, una de las grandes corporaciones del Ibex. Las brillantes carreras de ambos discurrieron paralelas durante dos décadas, una historia de alianzas y desencuentros con final gélido que podría trocearse en cinco actos.
El punto de partida
El día que Isidro Fainé firmó su primer contrato en la caja catalana, Repsol ni siquiera existía como empresa. En 1982 La Caixa era toda una institución. Competía con varias decenas de cajas de ahorros y otras tantas decenas de bancos. Le aguantaba el pulso a los más grandes: al Banco Santander, al Banco Central, al Banco de Bilbao, a Caja Madrid.
Con ellos peleaba en el negocio bancario, pero también en el terreno industrial. Porque los bancos de entonces no sólo prestaban dinero a las empresas, también las controlaban, o aspiraban a hacerlo.
Fainé y Brufau aprovecharon el trampolín que les ponía delante el destino y escalaron a lo más alto que puede trepar un directivo
Lo de Fainé eran las finanzas. Por eso se afanó en alargar los tentáculos de La Caixa, deseosa de arraigarse fuera de Cataluña. En la aventura empresarial se embarcó Brufau. El ejecutivo de Mollerusa llegó 1988 y remó para robustecer la cartera industrial.
Una de las participaciones con más proyección de La Caixa era Catalana de Gas. Con buen olfato, la entidad la empujó en 1991 hacia la integración con Gas Madrid y parte de los activos gasistas de la entonces pública Repsol. El paquete accionarial de control quedó en manos de La Caixa y la petrolera se reservó una porción. Así nació Gas Natural, la empresa que –paradojas del destino- acabaría presidida por Brufau primero y por Fainé mucho después.
La carrera hacia la cima
Tras el alumbramiento de Gas Natural, las carreras de los dos directivos discurrieron paralelas, en sentido ascendente siempre. El buen hacer de Brufau le aupó a la presidencia de la empresa gasista, en 1997. El ex Arthur Andersen se había ganado la confianza de la plana mayor de La Caixa, comandada por José Vilarasau e Isidro Fainé.
Brufau tenía delante la mayor oportunidad de su carrera profesional. Y la aprovechó. En poco más de un lustro, Gas Natural había expandido su red por buena parte del territorio nacional. También había tomado dos decisiones estratégicas importantes: la absorción de Enagás y la firma de un acuerdo de importación de gas con Argelia. Brufau trabajó para hacer más grande Gas Natural y, a la vez, más internacional.
Tras nacer Gas Natural, las carreras de ambos discurrieron paralelas, en sentido ascendente siempre
Paralelamente, Fainé siguió demostrando buen oficio en el cuartel general de La Caixa. En 1999, la entidad le entregó la dirección general. El cargo le convertía en uno de los hombres más influyentes de Cataluña, con enorme poder ejecutivo sobre el banco y, por supuesto, sobre la cartera industrial, muy potente ya por esas fechas. Entre las participaciones destacaba Repsol, llamada a convertirse en el nuevo destino para Brufau.
El ascenso a la gloria
Al igual que Endesa, Telefónica, Tacabalera o Argentaria, Repsol era a principios de los 90 una de las joyas de la corona del Estado español. También una distorsión dentro del mercado comunitario europeo, donde había que competir en igualdad de condiciones; o sea, sin el respaldo de los gobiernos mediante acciones de oro. Tras la llegada del PP al poder en 1996, José María Aznar y su superministro de Economía Rodrigo Rato iniciaron una ronda de privatizaciones. Afectó a las grandes corporaciones y todas acabaron presididas por un ejecutivo afín al nuevo gobierno popular.
Alfonso Cortina fue a parar a Repsol. Hasta finales de los 80, la petrolera formó parte del Instituto Nacional de Hidrocarburos. El conglomerado industrial público encargó la apertura del capital a Óscar Fanjul. El primer presidente de Repsol acometió un proceso de profesionalización del grupo y no tardó en explorar posibles adquisiciones. En el punto de mira estaba la boyante Gas Natural.
La Caixa adivinó las intenciones y tomó una decisión estratégica: para blindar a Gas Natural entró en el capital de Repsol. Lo hizo en 1996 y en él permanecería hasta el pasado jueves, cuando anunció su intención de salir para no volver, tras 22 años de alianza.
Para blindar a Gas Natural ante un posible asalto de Repsol, La Caixa entró en el capital de la petrolera
Con Cortina al frente, Repsol tomó posiciones en el extranjero y acometió su mayor operación, la compra de la argentina YPF. Pero el mandato del directivo, puesto a dedo por Aznar, tenía los días contados. La llegada de José Luis Rodríguez Zapatero en 2004 puso fin a su mandato. Y La Caixa aprovechó para colocar a uno de sus hombres de confianza, Antonio Brufau. El directivo de Mollerusa alcanzó una cima aún más alta en el Ibex. Fainé logró otra sólo tres años después, cuando la Caixa le eligió presidente.
Las turbulencias
Los destinos de Fainé y Brufau siguieron discurriendo paralelos, para lo bueno y para lo malo. La llegada a lo más alto tenía reservadas turbulencias para ambos, aunque de distinta naturaleza.
Cuando el directivo de Manresa asumió todos los poderes de La Caixa, quedaban meses para el estallido de la crisis económica. La recesión, que fue doble en España, se llevaría por delante a casi todas las cajas de ahorros. Algunas quebraron y el resto se vieron abocadas a la concentración. Fainé sobrevivió a la tormenta y aprovechó para pescar en río revuelto. CaixaBank acabó absorbiendo las cajas que conformaban Banca Cívica y también el Banco de Valencia.
A Antonio Brufau le llegaron los quebraderos de cabeza desde dentro. El boom de la construcción, el que forjó la burbuja que tanto daño hizo después a la economía, auspició el ascenso de una generación de nuevos ricos. Crecidos por años de vacas gordas, empresarios de la construcción tomaron posiciones en sectores como el bancario o el energético. Ejemplos hay muchos. Luis Portillo entró en BBVA, Florentino Pérez en Iberdrola o Luis del Rivero en Repsol.
El desembarco de Sacyr en la petrolera, en 2006, provocó una auténtica convulsión interna en el accionariado. Y es que el constructor no tardó en desvelar su ambición de hacerse con el control –y la presidencia-. Del Rivero compró nada menos que el 20% del capital e inició una serie de hostilidades contra Brufau. La más aguerrida consistió en atraer a otro de los accionistas del grupo, Pemex, para hacer frente común. El objetivo era desbancar al presidente y gobernar a su antojo Repsol, con una posible venta o fraccionamiento en el horizonte. Su posición era tentadora: sumando las participaciones, Sacyr y Pemex tenían más peso que La Caixa en el consejo de administración.
El presidente de Repsol se vio contra las cuerdas y el asedio duró meses. La Caixa jamás apoyó el proyecto del Del Rivero y Pemex, pero Fainé adoptó una posición demasiado fría en un conflicto demasiado caliente. Nunca defendió públicamente a los insurrectos, pero tampoco los criticó. Fueron esos silencios, la postura aparentemente equidistante, lo que enfrió las relaciones entre Brufau y Fainé.
La Caixa jamás apoyó a Del Rivero y Pemex, pero Fainé adoptó una posición demasiado fría en un conflicto demasiado caliente
Del Rivero acabó perdiendo la guerra en Repsol… y la presidencia de Sacyr, donde fue desbancado por los accionistas en 2012. Las maltrechas relaciones provocaron también la salida de Pemex. Para colmo, el presidente de Repsol tuvo que lidiar el mismo año con la dramática expropiación de YPF, que suponía la extirpación de los mejores activos de producción de crudo de la multinacional.
Brufau aguantó todos los embistes y la petrolera siguió su camino sin Sacyr, sin Pemex y sin YPF. Permaneció La Caixa, pero la alianza de tantos años quedó trastocada, sentenciada a la ruptura.
La ruptura final
Al igual que Brufau, Fainé soportó la crisis monumental que asoló el sector financiero. Es más, logró aumentar el tamaño de CaixaBank. Pero las circunstancias y el desgaste le llevaron a ceder poco a poco el poder.
Los cambios que auspició la crisis en la ley de cajas acabó propiciando la salida de Fainé de la cúpula de La Caixa. Le sustituyó Jordi Gual, que desde entones porta la presidencia no ejecutiva (la gestión está en manos de Gonzalo Gortázar). Fainé recaló, a mediados de 2016, en la presidencia de Gas Natural Fenosa, la antigua casa de Brufau. Pero la aventura duró poco.
El banquero tuvo que tirar de su dilatada experiencia para recomponer las relaciones con el gobierno, dañadas por los choques constantes con el consejero delegado, Rafael Villaseca. También sufrió el tremendo impacto del proceso independentista, que obligó a Gas Natural Fenosa a tomar una decisión espinosa: trasladar su sede de Barcelona a Madrid. Fainé dio finalmente un paso al lado y dejó los mandos a Francisco Reynés.
Eso sí, se reservó una elevada cota de poder a través de la Fundación La Caixa, de la que es presidente. La institución controla Criteria (el holding que agrupa la cartera industrial) y la Obra Social, la más potente de España con un presupuesto de más de 500 millones.
Antonio Brufau también cedió los poderes ejecutivos en 2015 a su consejero delegado, Josu Jon Imaz, un químico que pasó por la política para regresar a la empresa, y que ha acabado convirtiéndose en uno de los directivos con más recorrido en el Ibex. Sobre todo, por el viraje estratégico que está dando a la petrolera, destinada a competir cada vez más con las eléctricas.
Hasta el pasado jueves, cuando CaixaBank anunció la retirada de Repsol, Brufau e Imaz compartían la mesa del consejo de administración de la petrolera con Jordi Gual y Gonzalo Gortázar. Era el último vínculo profesional que les quedaba con los directivos de La Caixa, después de que Repsol abandonara el consejo de Gas Natural el pasado mayo, al vender todas sus acciones.
Entre La Caixa y Repsol ya no queda nada, salvo una relación “cordial” y el recuerdo de las vidas de Isidro Fainé y Antonio Brufau, que discurrieron paralelas hasta que chocaron.
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