En noviembre de 2007, muchos medios se apresuraron a informar de que Petrochina se había convertido en la primera compañía del mundo en superar el billón de dólares de capitalización en bolsa. Aquel hito ha sido desde entonces objeto de controversia, ya que son muchos los expertos que estiman que la valoración real del gigante chino de la energía era muy inferior, y que sólo se explicaba por las ineficiencias del mercado bursátil chino. En cualquier caso, el supuesto récord de Petrochina fue tan efímero que a finales del año siguiente su capitalización era ya inferior a los 260.000 millones de dólares.
Hubo que esperar casi 11 años hasta que este mismo verano primero Apple y luego Amazon hollaran -esta vez sí, sin discusión- la cota del billón de dólares, haciendo historia en los mercados financieros internacionales. Sin embargo, aquel logro ha sido para ambas firmas el preludio de un revés bursátil que va camino de convertir sus respectivos hitos en algo tan efímero como lo fue para Petrochina.
Desde que el pasado 4 de septiembre Amazon traspasó de forma momentánea la simbólica barrera, el grupo que dirige Jeff Bezos ha sufrido un descalabro sobre el parqué próximo al 20%. Por entonces, hacía ya un mes que Apple se movía por encima de esos guarismos y aún resistiría varias semanas más con tan llamativas valoraciones. Hoy, sin embargo, el fabricante de iPhone se mueve hasta un 16,3% por debajo de sus máximos históricos, registrados el pasado 3 de octubre.
De este modo, la capitalización de Apple y Amazon se ha reducido hasta los 922.307 y 800.370 millones de dólares respectivamente. En total, ambas compañías han visto esfumarse alrededor de 375.000 milllones de dólares (unos 334.000 millones de euros) desde inicios del pasado septiembre. Esta cifra es el equivalente al valor conjunto de la ocho mayores empresas de la bolsa española.
Es cierto que este tropiezo se ha producido en paralelo a una caída general de Wall Street que ha estado liderada, principalmente, por el sector tecnológico. La percepción de que la economía mundial se está desacelerando y los riegos comerciales desatados por la guerra abierta entre Estados Unidos y China han llevado a muchos inversores a cuestionarse si las valoraciones alcanzadas por las bolsas estadounidenses -y en especial por las grandes tecnológicas-, tras años de subidas casi ininterrumpidas, no estaban descontando un escenario excesivamente optimista.
Pero, aún así, las caídas registradas por los principales índices de la Bolsa de Nueva York en este periodo resultan más limitados. Mientras el S&P cede un 5,8%, el Nasdaq 100, más golpeado por la mayor relevancia del sector tecnológico en su evolución, ha sufrido caídas en el entorno del 10,5%.
Y es que los dos gigantes de Wall Street se han visto muy penalizados, tras sus últimas presentaciones de resultados por una serie de previsiones para el último trimestre del año poco alentadoras a ojos de los inversores.
Dudas sobre la demanda
En el caso de Apple, la historia es la misma que la de todos los otoños. Al comienzo de la estación el gigante de Cupertino desvela el nuevo iPhone, con la presión de que tiene que ser el pilar sobre el que sustentar el (ex) billonario imperio. Los analistas se rasgan las vestiduras por la ausencia de demanda, las acciones se desploman y, poco a poco, van recuperando su fortaleza al ritmo de cuentas de récord.
La cuestión es, ¿será una vez más así? Apple está inmersa en un cambio radical de estrategia, y eso no siempre es fácil. De primeras, ha dejado de pensar en la cantidad para pensar en la calidad, esto es, en vender menos móviles pero más caros. Con el estreno del iPhone Xs y Xs Max, ambos por encima de las cuatro cifras, el precio medio de cada smartphone que despachan está en los 793 dólares, poco más de 700 euros, algo inalcanzable para el resto de fabricantes.
El problema es que Apple ha conseguido despertar las dudas del mercado con un sorprendente giro en su política de comunicación financiera. A partir de ahora no hará públicas las cifras de ventas de iPhones, iPads y Macs, una información que hasta ahora facilitaba de manera trimestral. Esa falta de transparencia no ha contado con el beneplácito del mercado, que castigó con un retroceso del 7% el anuncio. "Llegamos a la conclusión de que la perspectiva a medio plazo para los volúmenes de unidades de iPhone es deficiente", señalaban los analistas de Nomura tras conocer la decisión del gigante de la manzana.
La caída de Apple se agravó al día siguiente después de que el Nikkei Asian Review publicara que los proveedores asiáticos de la compañía han recibido la orden de ralentizar sus ritmos en la producción del iPhone XR, el último modelo en llegar al mercado. ¿El resultado? Las peores 48 horas en seis años.
Y este lunes, la rebaja de las previsiones de negocio de su proveedor Lumentum ha azuzado las especulaciones sobre el negocio del fabricante del iPhone, agravando su declive bursátil. "Los inversores podrían considerar que la proyección actualizada de Lumentum refleja hasta un 30% de reducción en los pedidos de Apple", alertaban en Wells Fargo.
Apple está en problemas, pero no parecen excesivamente preocupantes. La fortaleza de lo que catalogan como "servicios" sigue aumentando día a día, y en septiembre creció un 27%, frente al 31% que se dispararon las ventas de los dispositivos, incluyendo un Apple Watch que sigue sorprendiendo. La cuarta generación del reloj inteligente ha sido un golpe de efecto para la compañía, que tiene un liderazgo muy importante en el sector de los wearables.
"Creemos que Apple va por buen camino y que está bien posicionada para crecer gracias a los actuales esfuerzos por diversificar su base de ingresos centrada ahora casi totalmente en el iPhone", observa Haris Anwar, analista senior de Investing.com.
¿Qué pasa en Seattle?
Mientras Jeff Bezos busca donde instalar su segundo cuartel general en Estados Unidos, con decenas de ciudades pegándose por conseguir ese empujón de inversión y empleo, en Seattle, donde todavía están las oficinas centrales, no se deben explicar muy bien qué está ocurriendo.
Igual que le pasa a Apple, Amazon está en medio de un profundo cambio. Su principal negocio es todavía la venta de productos a través de su inigualable red logística, pero Bezos sabe que es difícil mantener el ritmo de crecimiento fiándolo todo a eso.
El negocio, y Bezos lo sabe, está en la nube. De ahí que estén dedicando tantos recursos a los Amazon Web Services, la división de computación y alojamiento en la nube, que ya el año pasado facturó 17.500 millones de dólares, poco más de 15.500 millones de euros.
Las previsiones que manejan en Seattle son muy superiores a esa cantidad. Para el año 2021 esta división llevará a las arcas del cuartel general de la compañía un total de 83.500 millones de dólares, casi 75.000 millones de euros, unos augurios que parecen moderados teniendo en cuenta la importancia del sector y la escasa competencia a la que se tendrán que enfrentar.
Los analistas no recibieron con especial entusiasmo la subida de precios en la suscripción Prime de Amazon, que se ha disparado hasta los 119 dólares al año en Estados Unidos, aunque en España apenas paguemos unos ridículos 36 euros. Teniendo en cuenta que incluye el envío de los pedidos en 24 horas, el servicio de películas y series en streaming y la música con Amazon Prime Music, la cuota parece especialmente baja.
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