El secreto llevaba medio siglo oculto en un archivador de Zúrich. Era un mero apunte en un libro de contabilidad, una numeración que identificaba la cuenta bancaria abierta por un ciudadano alemán durante la Segunda Guerra Mundial. Se llamaba Hugo Ferdinand Boss y era uno de los muchos empresarios germanos que salvaguardaron sus ahorros en los bancos suizos mientras duraba el conflicto.
En 1997, 52 años después de acabar la contienda, una investigación promovida por el Gobierno suizo sacó a la luz el nombre de Boss, y el de muchos otros compatriotas que buscaron cobijo en la opacidad del Estado helvético. Cuando Boss abrió la cuenta, su empresa era un negocio anónimo instalado en Metzingen, al suroeste del país. Cuando la cuenta fue descubierta, la empresa se había transformado en una de las mayores insignias de la moda mundial. Sólo entonces, sus dueños, sus accionistas y sus clientes descubrieron que Hugo Boss era nazi.
“Claro que mi padre pertenecía al Partido Nazi. ¡Qué empresario no lo era! Todos trabajaban para los nazis”, declaraba el hijo del fundador, Siegfried Boss, a la revista austriaca Profil tras el descubrimiento de las cuentas suizas.
La revelación dejó en shock a los grandes de la industria. Y obligó a los dueños de Hugo Boss a emprender la desagradable tarea de bucear en el pasado. La iniciativa más contundente fue encargar una investigación histórica que culminaría años después en un libro, firmado por Roman Köster y publicado en 2011.
Hugo Ferdinand Boss nació en 1885, poco después de la unificación alemana. Echó a andar en un país que avanzaba con brío tras muchos años en guerra, bajo el mandato del canciller Otto von Bismarck. La locomotora económica empezaba a tirar. Se notaba en las grandes ciudades, pero también en núcleos urbanos pequeños como Metzingen. Allí comenzó a familiarizarse Boss con el negocio de la confección.
Embebió los trucos del oficio en la tienda de lencería de sus padres, hasta que el Ejército le reclamó para el servicio militar. Años después, transcurrido ya el capítulo sangriento de la Primera Guerra Mundial, Hugo Boss abrió su primera fábrica textil. Tenía una veintena de costureras, que producían principalmente camisas y chaquetas.
El taller trabajaba para distintos distribuidores. Y a través de uno de ellos acabó adentrándose en la órbita del Partido Nazi, fundado en 1920. Se llamaba Rudolf Born y fabricaba, entre otras prendas, las camisas marrones que lucían los afiliados.
Boss vio rápidamente el filón. Las ventas avanzaron a buen ritmo, tanto como el fanatismo de las huestes de Hitler. Hasta que el crack del 29, con epicentro en Wall Street, sacudió a la Vieja Europa. El terremoto se dejó sentir en el negocio textil. “En 1931, la factoría de Hugo Boss estaba al borde de la bancarrota. Sin embargo, la renegociación con los banqueros le permitió mantener la producción”, explica Roman Köster en su libro sobre el empresario. Pero hubo un factor más. “Ese mismo año, se hizo miembro del Partido Nazi”.
El carné de afiliado certifica que sus lazos con el nazismo no fueron meramente circunstanciales. Al contrario, le sirvió para hacer contactos e influencia en una formación política con visos de éxito. El tiempo le dio la razón. Sólo dos años más tarde, en 1933, Adolf Hitler fue nombrado canciller. Un año después ya era fuhrer, el líder único de Alemania, con poder absoluto para desarrollar sus ambiciones imperialistas.
Hitler empezó a preparar al país para la guerra. Se necesitaban armas, vehículos… y uniformes. Millones de uniformes. Hugo Boss se puso manos a la obra y su cuenta de resultados comenzó a crecer como la espuma. “En 1938 todo cambió”, cuenta Köster. “A esas alturas, la compañía empezó a recibir mayores comisiones por los uniformes militares”.
El autor de la biografía describe el optimismo que inundó la factoría en la época en que las tropas de Hitler avanzaba ya hacia Polonia. Una de las costureras, llamada Edith Poller, se lo contó en primera persona: “Cuando al fin empezaron a llegar los grandes pedidos nos sentimos aliviadas. Compartíamos el mismo sentimiento: ‘¡Por fin lo hemos conseguido!’”.
En 1942, mientras Europa estaba sumida en una carnicería, la empresa de Hugo Boss alcanzó su pico de ventas: un millón de marcos de la época. Había expandido el negocio: de las camisas nazis a los uniformes para soldados, o para los oficiales de cuerpos de élite como la Waffen-SS.
El pequeño negocio engendrado en Metzingen alcanzó el zénit cuando los muertos ya se contaban por millones: los que morían en las trincheras, los que caían bajo los bombardeos y los que eran exterminados directamente en los campos de concentración.
El taller de Hugo Boss llegó a contar con prisioneros como mano de obra prisionera. Algo por lo que, muchos años después, la multinacional de la moda pediría solemnemente perdón. Lo cuenta con todo detalle en su trabajo Roman Köster: “Durante la Segunda Guerra Mundial, Hugo Boss empleó a 140 trabajadores forzados, la mayoría mujeres. Fue el tercer mayor empleador de prisioneros en Metzingen, donde fueron reclutados un total de 1.241”.
El autor del libro investigó a fondo el episodio, el más oscuro de la conexión entre el empresario y los nazis. “Hubo encargados de la factoría, miembros del Partido Nazi, que trataron a esas mujeres con extrema dureza, amenazándolas con mandarlas a campos de concentración”. ¿Qué hizo Hubo Boss? “No estuvo implicado personalmente en esos incidentes… pero no emprendió ninguna acción para impedirlo”.
La factura por lo que hizo –y lo que dejó de hacer- el empresario ascendió a 100.000 marcos alemanes. Fue el castigo aplicado por las fuerzas aliadas tras la derrota de Hitler, como castigo por su pertenencia a las filas nazis; y por "haberse beneficiado desde el punto de vista financiero" de sus contactos con el partido. La cuantía era elevada, pero no lo suficiente como para condenar a Boss a la ruina. Por eso el empresario pudo seguir adelante.
Una vez más, volvió a reinventarse. A partir de 1945, con los soldados vencedores patrullando ya las calles, la factoría de Hugo Boss siguió haciendo lo que mejor sabía. El taller continuó produciendo uniformes, pero sin esvásticas. Muchos para la Cruz Roja, otros para los ejércitos que ocuparon el país.
El fundador sólo vivió tres años más. Murió en 1948 y su yerno, Eugen Holy, cogió las riendas del negocio. Hasta la década de los 60, la firma no despegaría de verdad, gracias a un giro estratégico y arriesgado. Hugo Boss empezó apostó fuerte por el diseño, y lo hizo con tino a juzgar por lo que vendría después.
La empresa creció a pasos agigantados y en 1984 saltó a bolsa de Fráncfort. Las nuevas reglas del juego obligaban a la multinacional a elevar la transparencia ante accionistas y clientes. Por eso informó sin tapujos cuando las cuentas suizas destaparon los controvertidos inicios del fundador.
"Cuando el grupo se dio cuenta de este hecho, hizo una contribución al fondo internacional establecido para compensar a los ex trabajadores forzados", explica la empresa. Y "por respeto a todos los involucrados, con el objetivo de agregar claridad y objetividad a la discusión", encargó un estudio exhaustivo. Todo aquello que el pasado sepultó durante décadas está ahora en la web oficial, accesible con un par de clicks.
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