A lo largo de los últimos meses se ha escrito un sinfín de análisis tratando de desentrañar el que pasará a la historia como uno de los peores años de los mercados financieros en la última década.
Se puede apuntar, y así se ha hecho, a la sucesión de riesgos geopolíticos a lo largo del planeta o al cambio de rumbo en las políticas de los grandes bancos centrales, pero en todos los casos aparece el miedo como un actor fundamental de la marejada de pérdidas que ha azotado a las grandes bolsas mundiales en 2018.
Efectivamente, los números económicos del ejercicio que toca su fin han defraudado las expectativas generadas en los albores del año. Pero las cifras de crecimiento global -las de 2018 y aún las previstas para 2019- y la evolución de los resultados empresariales proyectan un escenario lo suficientemente robusto como para explicar un derrumbe bursátil más propio de años de crisis.
España es un caso paradigmático de esto. Después de tres años de crecimientos económicos por encima del 3%, la desaceleración evidenciada a lo largo de 2018 parece apuntar a una expansión más próxima al 2,5% en el presente ejercicio.
Las caídas de 2018 parecen más propias de un escenario de crisis que de la desaceleración actual
Sin embargo, las caídas cercanas al 15% con las que el Ibex cierra el ejercicio -pese al maquillaje de la última sesión del año, en la que ha recuperado un 0,54%- obligan a retrotraerse a 2010 para encontrar un comportamiento peor. Entonces, el índice español restó un 17%, en un año en el que la economía nacional se contrajo un 0,1% y el estallido de la crisis de la deuda en la Eurozona empezaba a situar en el foco las vulnerabilidades fiscales del país.
Este año, sin embargo, las causas del tropiezo de la bolsa española se enmarcan en un contexto de desconfianza general, azuzado por problemas exteriores. El 2018, que se iniciaba bajo los más favorables augurios -crecimiento económico sincronizado a escala global, políticas de estímulo fiscal en Estados Unidos, precios moderados de la energía...-, trocó pronto en decepción, con los inversores más pendientes de detectar el pico del ciclo en el que se hallan inmersos que de aprovechar los beneficios de una expansión aún sólida.
Primero fueron los miedos al sobrecalentamiento de la economía estadounidense, que obligara a la Reserva Federal (Fed) a acelerar sus estrategias de normalización monetaria, el que propició un brusco correctivo que dejaría ya ajada para el resto del ejercicio la moral de los inversores. Luego, la guerra comercial entre Estados Unidos y China cobraría el mayor protagonismo, contemplada como la piedra que podría hacer descarrilar el crecimiento mundial.
Y entre medias, la batalla presupuestaria entre el Gobierno italiano y las autoridades europeas, a causa del presupuesto trasalpino, y las dificultades en la recta final para la negociación de un acuerdo para el Brexit no hicieron sino avivar entre los inversores la percepción de fragilidad en el escenario global.
Todo este escenario se ha visto aderezado, además, por el citado giro en las políticas monetarias de los bancos centrales, que han dejado a los inversores huérfanos de unos estímulos económicos sin los que sería imposible comprender el buen comportamiento del mercado -al menos el de Wall Street- en los últimos años.
Atrapado en el pasado
Con todo esto, el Ibex cierra 2018 en el entorno de los 8.500 puntos, frente a los más de 10.000 que mostraba a inicios de año. Transcurrida más de una década desde el estallido de la crisis financiera, el índice español permanece casi un 50% por debajo de sus mejores niveles históricos, atrapado en cotas que alcanzó por primera hace ya más de 20 años.
Aunque esta imagen mejora notablemente si se tiene en cuenta el cuantioso pago de dividendos que han efectuado las cotizadas españolas a lo largo de este tiempo -que suma en la cartera del inversor pero resta en las ganancias del índice- los números son suficientemente pobres como para reflejar un problema profundo en el mercado nacional.
Un problema que un año más ha vuelto a evidenciarse en la onerosa carga que representa en la bolsa española la elevada representación de una banca que, desde la crisis financiera, no ha sido capaz de levantar cabeza. En 2018, tres de los cinco peores valores del Ibex son bancos, y de los seis incluidos en el índice, el mejor, Bankinter, acumula pérdidas cercanas al 9%.
El elevado peso de la banca vuelve a jugar en contra de la bolsa española
El mal tono de otros grandes valores, como Inditex o Aena, condenan a una bolsa en la que solo el sector energético ha sido capaz de mantener el tipo.
Con todo, este 2018, el Ibex puede aducir que su comportamiento no ha sido ni mucho menos el peor entre las grandes bolsas. Aunque el Cac 40 francés y el Ftse 100 británico salvan ligeramente mejor la papeleta, con caídas en torno al 12%, índices como el Dax alemán o el Mib italiano tienen el dudoso honor de haberle superado, con caídas que superan el 18 y el 16%, respectivamente, y fuera de Europa resaltan los recortes cercanos al 25% del índice chino Shanghai Composite.
En un escenario que apenas ha dado lugar a excepciones, el casi siempre más estable Wall Street también ha acabado por sucumbir, poniendo en cuestión la pervivencia de una escalada que se ha extendido por casi una década, ofreciendo unos rendimientos extraordinarios. Incluso, los grandes motores de ese tirón, los gigantes de la nueva economía, como Apple, Amazon o Facebook, han acabado sufriendo el embate de la desconfianza, arrastrando al Dow Jones y al S&P 500, a falta de la última sesión del año, a caídas en el entorno del 7%.
Para 2019, priman los mensajes de optimismo entre los expertos, aunque pocos niegan que este 2018 algo se ha quebrado en los mercados. Los años de festín patrocinado por los bancos centrales han llegado a su fin y el regreso de la volatilidad puede hacer indigesta la situación para muchos inversores que se habían acercado al mercado bursátil confiados en que las ganancias estaban casi aseguradas.
Cuando el miedo toma el control de los mercados, resulta muy difícil devolver los mandos a la razón y con un buen número de incertidumbres aún en el horizonte es de prever que el próximo ejercicio vuelva a demostrar que en el mundo de las inversiones las ganancias fáciles son una quimera.
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