Luis del Rivero no contó la historia de la servilleta hasta finales de 2004. Diez años antes, charlando con un amigo, el fundador de Sacyr había anotado el nombre de las empresas que algún día -estaba seguro- acabarían en sus manos. A falta de folios, anotó la bravuconada en una servilleta. Y, siempre según su versión, en el documento manuscrito aparecían Vallehermoso y BBV.
El día que el constructor narró la anécdota, ya era presidente de Sacyr Vallahermoso. Y su nombre aparecía en periódicos y telediarios como cabecilla del ataque de la constructora al BBVA.
Aquella operación, acometida entre finales de noviembre de 2004 y el 15 de febrero de 2005, demuestra el poder que llegaron a atesorar algunos constructores en los años del milagro económico. Pero el asalto también está detrás de la decisión de los servicios de seguridad de BBVA –respaldada por Francisco González (FG)- de hurgar en las vidas de quienes lideraron el movimiento empresarial. O de quienes tuvieron algo que ver con él.
Uno de ellos fue Miguel Sebastián, quien fue espiado por una de las empresas del ex comisario José Manuel Villarejo cuando era jefe de la Oficina Económica del Gobierno. El hecho salió a la luz recientemente gracias a una grabación del ex policía y lo ha reconocido el ex jefe de seguridad del banco, Julio Corrochano.
La investigación a Sebastián, turbia y controvertida -como todas las que tienen que ver con Villarejo-, puso la guinda más oscura a la relación turbulenta que mantenían el economista y el banquero. La mutua ojeriza venía de atrás. En concreto, desde que ambos trabajaron codo con codo. En 1999, Sebastián entró en nómina del BBVA. En aquellas fechas, el economista, con sólo 42 años, portaba ya un currículum brillante y prometedor, rematado con un doctorado en la prestigiosa Universidad de Minnessota. Mucho más fulgurante aún era el de González. En 1996 llegó a la presidencia de Argentaria de la mano de José María Aznar y encarriló la entidad hacia la privatización y posterior fusión con el BBV.
Al banquero y al economista los separaban,entre otras cosas, sus filias políticas. Francisco González era amigo personal de Aznar y tenía una relación estrecha con los empresarios más próximos al PP, como César Alierta o Alfonso Cortina. Miguel Sebastián había trabajado con Carlos Solchaga en el Ministerio de Hacienda, en la última legislatura de Felipe González.
El jefe del Sevicio de Estudios no tardó en incomodar al presidente del banco, En el Gobierno chirriaban algunos informes críticos con la política económica, liderada por un todopoderoso Rodrigo Rato. Sebastián siempre alegó que se limitaba a hacer su trabajo. FG rehuyó las discrepancias en público, pero acabó echando al economista, tras cuatro años en el puesto.
Como la vida da muchas vueltas, Miguel Sebastián dio un salto de gigante apenas un año después. En marzo de 2004, Aznar –amigo personal de banquero- fue derrotado en las urnas por José Luis Rodríguez Zapatero –muy cercano al economista-. El presidente socialista le nombró jefe de la Oficina Económica, con mando en plaza y gran capacidad de influencia en el Ejecutivo.
Luis del Rivero emprendió su ataque al BBVA pocos meses después de que Sebastián se instalara en el Palacio de la Moncloa. En 2004, Sacyr Vallehermoso ya era un gigante. Y no sólo porque procedía de la fusión de dos grandes empresas: una multinacional de las obras públicas y una inmobiliaria que había engordado a velocidad de vértigo al calor del boom de la construcción.
Del Rivero –un empresario murciano con olfato, buenos contactos y ambición desmedida- se vio con fuerzas para llevar a la compañía mucho más lejos de lo que cualquier accionista podía imaginar: hasta la cumbre del sector financiero. El constructor convenció a dos de sus socios en Sacyr Vallehermoso, Juan Abelló y Demetrio Carceller, de las posibilidades de éxito que tenía la andanada contra el banco. También se hizo con el favor del ex vicepresidente de BBV, José Domingo Ampuero, quien aseguraba que controlaba directa e indirectamente casi el 4% del capital.
Los rumores comenzaron a prender en el parqué bursátil y, el 29 de noviembre, la empresa lo confirmó oficialmente a la Comisión Nacional del Mercado de Valores (CNMV). Sacyr Vallermoso tenía la intención de hacerse, de entrada con el 3,1% de BBVA. Carceller y Abelló comprarían a título personal otro 0,5%. No era mera una declaración de intenciones: la constructora se hizo con 90 millones de opciones de compra.
La guerra estaba declarada. González convocó con rapidez al consejo de administración. De la reunión, celebrada el 2 de diciembre, salió un comunicado institucional que plasmaba el cierre de filas de los consejeros en torno al presidente de la entidad.
La vertiente política de la contienda no tardó en aflorar. Era de sobra conocida la cercanía de FG a la flor y nata del Partido Popular. Y, por supuesto, las rencillas entre el banquero y el director de la Oficina Económica del Gobierno. Desde las filas del PP empezaron a aventarse los rumores que apuntaban a Miguel Sebastián, como padrino de la operación urdida por Del Rivero. Contribuyó a justificarlos el propio ministro de Economía. El 11 de enero, Pedro Solbes pidió en público una solución dialogada entre las partes.
Para el PP –y, evidentemente, para el BBVA-, esa posición en teoría equidistante equivalía a apoyar el asalto en la práctica. Los populares llegaron a pedir la comparecencia de Sebastián en el Congreso para explicar su papel en la operación. El jefe de la Oficina Económica llegó a entrevistarse con Del Rivero a petición del empresario, aunque derivó el asunto al Ministerio de Economía al carecer de competencias sobre el asunto.
Durante todo el mes de enero, no hubo otro tema de conversación en los círculos financieros y empresariales del país. Se hablaba del pulso FG-Del Rivero en los pasillos del Hemiciclo, en las tertulias radiofónicas y en el Palco del Bernabéu.
La presión política y, sobre todo, el castigo en bolsa a Sacyr Vallehermoso terminó por enfriar al constructor y a sus dos socios. El 15 de febrero, el consejo de la constructora decidió dar marcha atrás.
La entidad financiera siguió su camino con el accionariado intacto, pero con una herida abierta en el orgullo. Lo demuestra el hecho de que el banco no tardara ni dos meses en contratar los servicios de José Manuel Villarejo para espiar a los protagonistas del asedio, con Luis del Rivero y Miguel Sebastián a la cabeza.
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