El año ha arrancado con una importante revalorización de los activos financieros, en especial de aquellos con más riesgo. No es fácil argumentar los motivos que explican estas alzas de las cotizaciones o, al menos, justificar la intensidad del movimiento. Como tampoco fue fácil entender la magnitud de la corrección de los precios del último trimestre del pasado año, que provocó que 2018 fuera el segundo peor año en términos de rentabilidad desde que nació el euro. Solo lo superó 2008, cuando quebró Lehman Brothers.

El elemento diferencial del pasado año no fue la magnitud de las caídas en bolsa (de entre el 5,0% y el 15,0%), que se situaron dentro de los parámetros “normales”, sino su simultanead con las cesiones en la mayoría de los activos de renta fija (solo se salvaron las referencias con vencimiento superior a 10 años de los países núcleo de la UME, con la excepción de Italia, que sufrió pérdidas). No funcionó la diversificación, uno de los pilares básicos de la gestión de carteras. No pudimos contar con un “nicho de rentabilidad positiva” en los activos defensivos, como sí sucedió, por ejemplo, en 2008.En aquel momento, los depósitos y los activos de renta fija generaron entre un 2% y un 4%. Contábamos con un asidero al que agarrarnos que aportara rentabilidad, clave en la evolución de las carteras mixtas, más aún en las más defensivas, en las que su peso oscila entre el 70% y el 95%.

Frente a un 2018 horrible en los mercados financieros, ahora contamos con alguna buena noticia del entorno económico

Frente a un 2018 horrible en los mercados financieros, ahora contamos con alguna buena noticia del entorno económico. Por ejemplo, que la inflación se va a moderar. Si hace un año advertíamos del repunte en el crecimiento de los precios, asociado al encarecimiento del petróleo, el hecho de que el barril se haya abaratado y que la subida previa no haya afectado a los componentes subyacentes de los IPC permite defender que la tasa de inflación va a ser en 2019 inferior a 2018. Ahora bien, el ahorro de los ciudadanos volverá a perder adquisitivo… si no se invierte. Las alternativas más defensivas (depósitos, Letras del Tesoro, fondos monetarios, etc.) continuarán sin generar rentabilidad. Los síntomas de pérdida de dinamismo de la economía del Área euro han supuesto un nuevo aplazamiento del momento esperado para el inicio de subidas de tipos del BCE. No será antes del primer trimestre de 2020. Por ello, la única alternativa para intentar conseguir una rentabilidad superior a la inflación (esto es, a partir del 1,5%) es asumir riesgo.

El contexto económico favorable soporta esta recomendación. Es verdad que también lo hacía el pasado año, incluso de forma más clara. Las perspectivas que hace 12 meses manejábamos para el crecimiento económico eran más favorables que ahora (PIB mundial avanzando al 3,7%, frente al 3,5% actual, con riesgos a la baja), y el balance de los mercados financieros fue, como ya hemos señalado,muy negativo (pérdidas de entre el 2% y el 20%, dependiendo del activo). Es cierto que el entorno económico se ha deteriorado (en especial en el Área euro),pero la caída de las cotizaciones ha sido de una intensidad superior. Encontramos en la desproporción entre la cesión de los precios de los activos y el deterioro cíclico uno de los principales motivos que justifican asumir riesgo en las carteras. Es la única estrategia para poder batir a la inflación en el actual contexto de represión financiera en el que el BCE “mantiene” los tipos a corto plazo en la zona del 0,0%.

La única alternativa para intentar conseguir una rentabilidad superior a la inflación es asumir riesgo

Con todo, en este punto vuelve a ser clave conocer el perfil de riesgo. Sobre 2018 se puede hacer un ejercicio interesante para comprobar cómo de preocupados hemos estado. Si hemos “soportado” bien las pérdidas y la volatilidad, estamos en condiciones de incrementar el riesgo. Si se ha superado nuestro umbral de insomnio, lo mejor es aprovechar esta recuperación y reducir las posiciones más arriesgadas. El repunte de volatilidad del pasado año no ha hecho más que alejarlo de los mínimos históricos y acercarlo a la cota media histórica. Además, podemos fallar en nuestro diagnóstico macroeconómico (no hay que menospreciar los riesgos geoestratégicos y las señales de moderación del crecimiento), en cuyo caso, si caemos en una nueva recesión o intensa desaceleración, se debe pensar en un nuevo ejercicio negativo en los mercados, especialmente en renta variable (quedaría otro tramo de corrección de entre el 15% y el 25%).

Deben aprovecharse momentos de estrés como los del año pasado para revisar nuestro posicionamiento y nuestra capacidad de resistencia; para constatar que los mercados no son eficientes y que sobrerreaccionan con mucha frecuencia; para recordar con también se puede perder con la renta fija, y para advertir que apenas hay productos que ejerzan de cobertura. El pasado año solo funcionó como cobertura el dólar de EEUU, que se apreció, y los bonos a largo plazo del Tesoro. A una cartera en la que sobreponderamos renta variable (cada vez con más peso en “temáticas”), renta fija con riesgo de crédito (highyield y financiera subordinada) y renta fija emergente en moneda local, añadimos deuda pública de EEUU en USD como elemento de cobertura. ¿El resto? En función del nivel de riesgo de cada inversor, en liquidez, a la espera de que la curva de tipos de la deuda pública de los países del euro repunte. Paciencia, disciplina, visión a largo plazo, saber diferenciar el ruido de las señales reales y con un ojo puesto en la economía internacional y la geopolítica internacional.

 


David Cano es socio de Analistas Financieros Internacionales (AFI)