La crisis económica, que atizó a España en forma de doble recesión, convirtió casi en best sellers los libros de un grupo de economistas con algo en común: al margen de sus ideologías, daban respuestas a las preguntas de muchos ciudadanos en estado de shock. Uno de ellos era Luis Garicano, un economista que se había labrado un gran prestigio en la London School of Economics. En 2004, publicó El dilema de España (Península), donde identificaba un conjunto de males casi atávicos que han lastrado a la economía española desde tiempos inmemoriales. Garicano acabó dando el salto a la política, sumándose a las filas de Ciudadanos como cerebro económico. Ahora regresa con un nuevo libro (El contraataque liberal, Península) y la misión de liderar la candidatura de la formación naranja en las elecciones europeas.
Pregunta.- Guerras comerciales, nacionalismos exacerbados, populismos crecientes... Occidente está regresando a un "pasado tenebroso" que recuerda a los años 30. El entrecomillado es suyo, lo plasma en su nuevo libro. ¿Se siente pesimista con el presente?
Respuesta.- Me siento pesimista, sobre todo, porque haya gente que se niegue a aprender de la historia. En España, el ejemplo más claro es Torra, que ha hablado de la vía eslovena. Están azuzando a los CDR, lanzando unos fuegos y agitando unas emociones que ni ellos pueden controlar. Lo está haciendo Torra, también Trump, Orban o Le Pen. La campaña del Brexit se basó en levantar muchas emociones que estaban superadas en Occidente.
P.- ¿No es irresponsable agitar ciertos sentimientos que permanecían ocultos?
R.- El miedo es una de las emociones primarias básicas. Tocar esas teclas suele funcionar para determinadas personas. Todo lo contrario de lo que yo defiendo. La razón, la ilustración, argumentar, no romper la baraja... deberían ser el camino hacia delante.
Hay gente que se siente en un barco a la deriva y eso lleva a buscar soluciones fáciles y caudillos populistas
P.- ¿Cómo ve el problema catalán alguien como usted, con una mentalidad europeísta y que ha vivido tantos años fuera de España?
R.- Con enorme tristeza. Lo que está pasando en Cataluña demuestra lo frágiles que son las sociedades. Era una sociedad estable, con un nivel de vida muy alto. Que se haya lanzado a esta aventura espoleada por personas sin escrúpulos, como Torra o Puigdemont, me parece muy triste y confirma los peores miedos que tenemos algunos.
P.- Los nacionalismos y los populismos brotan con fuerza en rincones tan distintos como España, Estados Unidos, Brasil o Inglaterra. ¿El caldo de cultivo es el mismo?
R.- Yo creo que sí. Hay varios factores que son muy comunes. Una de ellas, aunque no la principal, es la globalización, que ha debilitado a las clases medias en muchos sitios. Más importante es el cambio tecnológico, que ha propiciado situaciones de ansiedad y tiempos de incertidumbre, por tratarse de un proceso que no controla nadie. Hay gente que se siente en un barco a la deriva y eso favorece soluciones fáciles y a los caudillos populistas.
P.- Defiende los efectos positivos de la globalización, pero estamos viviendo –o sufriendo- un regreso a lo tribal. A la vez, crece una nueva clase de gente desencantada, que usted define en su libro como "precariado".
R.- Hay una ventaja clara en la globalización: competimos como socios comerciales en vendernos productos los unos a los otros, en un mundo pacífico. En este mundo más integrado ha habido una caída enorme de la pobreza, particularmente en China e India. Este es un hecho que los movimientos anti globalización ignoran. Es cierto que tiene otras consecuencias, como aumentar la precariedad en algunos segmentos de la sociedad. Los jóvenes se encuentran a la cola en el mercado laboral o en el urbanístico para comprarse una casa. Son los grandes perdedores de los cambios. Por eso la sociedad tiene que hacer lo posible para que todos, incluidos ellos, se beneficien de los cambios.
No hay que inventarse nuevas formas de pagar impuestos sino asegurarse de que las empresas pagan lo que tienen que pagar
P.- El futuro también muestra motivos para la inquietud. Se vislumbra una revolución tecnológica, auspiciada por el desarrollo de la inteligencia artificial, que transformará más aún nuestras vidas. ¿Con el futuro es optimista?
R.- Lo normal es que el cambio tecnológico nos beneficie a todos. El cambio, sobre todo en el campo de la inteligencia artificial, será enorme, porque las decisiones se van a tomar de una manera diferente, desde el diagnóstico clínico al derecho. Este cambio va a producir una mejora.
P.- A la larga, la automatización debería generar riqueza, al reducir los costes de producción. Pero ¿corremos el riesgo de que mucha gente se quede por el camino?
R.- Siempre ha habido cambios tecnológicos y nuevos empleos. Estamos viendo profesiones que ni imaginábamos y seguirán apareciendo. La diferencia es que el cambio va a ser más rápido. Lo que no podemos hacer es poner puertas al campo. Por eso hay que aceptar el cambio y moverse deprisa para adaptarse.
P.- ¿Y qué papel debe jugar el Estado para favorecer esa transición?
R.- El papel del Estado es importante porque debe guiar a la gente. Ahora, las oficinas de empleo son sitios meramente burocráticos donde la gente sólo va a apuntarse. El Estado debe ayudar con información a los ciudadanos y dejar que éstos controlen su propia formación. Desde los camioneros a quienes realizan diagnósticos clínicos, todos aquellos que se vean afectados por la inteligencia artificial.
El miedo es una de las emociones primarias básicas. Tocar esas teclas suele funcionar para determinadas personas
P.- ¿El taxi es un ejemplo de sector al que está arrollando la revolución tecnológica?
R.- Así es. Hay que aceptar que hay un reto. Nosotros, en Ciudadanos, no somos partidarios de parar el cambio tecnológico, sería absurdo. Pero tampoco se puede dejar a los taxistas sufriendo solos las consecuencias. Hay que asegurar que haya un terreno de juego igual para todos y un sistema para que los taxistas que han metido sus ahorros en las licencias no los pierdan. Debería garantizarse una transición ordenada a la competencia para que ellos puedan tener una rentabilidad, sin ser especulativa.
P.- ¿Garantizar esa transición equivale a aplicar un rescate?
R.- Es algo parecido a un rescate. Sería una transición ordenada, como la que se aplicó en el sector eléctrico, con los CTC [Costes de Transición a la Competencia].
P.- Si el Estado tiene un papel importante, ¿también deberían tenerlo las empresas? De entrada, ¿deberían pagar más impuestos por la robotización?
R.- Lo que hay que asegurar es que las empresas pagan los impuestos que les corresponden. A medida que hemos ido sustituyendo un mundo de átomos por uno de dígitos, ya no hay una base física de la empresa y su producción, ahora está en el espacio virtual. Por eso eligen sus bases de operaciones en países que son a menudo paraísos fiscales. Por tanto, no hay que inventarse nuevas formas de pagar impuestos sino asegurarse de que pagan lo que tienen que pagar.
Europa ha cometido errores graves, en inmigración o con la crisis del euro, pero lo que debe hacer es resolverlo, no desesperarse
P.- Se necesita una respuesta europea y no parece que los países están por la labor...
R.- Yo entiendo a las multinacionales, quieren ganar todo lo que puedan. Pero nosotros no podemos dejar que lo hagan. Eso es lo que está faltando, en España y en Europa. Habrá un club de países que sí lo querrán hacer y meterán presión al resto para que lo hagan también.
P.- Como recuerda en su libro, citando a Jean Monnet, Europa ha tropezado muchas veces y ha vuelto a levantarse con más fuerza. ¿Estamos viviendo ahora un tropiezo más grave de lo habitual? ¿Cree que la idea de Europa cotiza a la baja entre los ciudadanos?
R.- Está bajo muchísima presión por parte de nacionalistas y populistas, y de mucha gente que se ha olvidado de lo que ha conseguido Europa, empezando por la paz y la prosperidad de todos nosotros. Europa ha cometido errores graves en materia de inmigración o con la crisis del euro. Pero lo que hay que hacer es resolverlo, no desesperarse. Hay que avanzar para construir una Europa que funcione mejor, no renunciar a ella. El mensaje, sobre Europa o sobre la tecnología y la globalización, deber ser: hay problemas y afrontarlos, trabajando juntos y sin soluciones mágicas.
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