Cuando el Banco Central Europeo (BCE) confirmó el pasado diciembre el fin de su programa de compra de deuda (QE), los responsables de la institución se cuidaron mucho provocar una sensación de desamparo para la economía europea. Por entonces el crecimiento de la Eurozona ya venía dando claras señales de debilidad, y los miembros del Comité Ejecutivo del banco central, con Mario Draghi a la cabeza, recordaron que las herramientas de apoyo a la economía estaban disponibles para cuando fuera necesario.
Pocos imaginaban entonces, sin embargo, que menos de tres meses después, el BCE tendría que desenfundar alguna de sus armas más monetarias para hacer frente a las amenazas de crisis. La reinversión de los vencimientos de la deuda en cartera y el compromiso a mantener los tipos de interés en mínimos históricos hasta, al menos, el verano de 2019 parecían suficiente para garantizar un entorno monetario favorable que evitara el descarrilamiento de la recuperación económica.
Pero el deterioro del escenario en los últimos meses ha sido mucho más grave de lo esperado. Solo así se explica que el BCE haya pasado de proyectar el pasado diciembre un crecimiento en la Eurozona del 1,7% a un 1,1%, que supondría el peor registro desde 2013, cuando la región experimentó una contracción del 0,2%. Y por eso, el supervisor monetario ha sorprendido a los mercados con una batería de decisiones mucho más contundente que lo que se venía descontando: por un lado, atrasa cualquier posibilidad de subida de los tipos de interés hasta finales de 2019 y, por otro, anuncia ya una nueva ronda de subastas de liquidez a largo plazo para los bancos (denominadas TLTRO), con el fin de estimular el crecimiento en la región.
La institución rebaja al 1,1% el crecimiento esperado en 2019, frente al 1,7% que pronosticaba hace tres meses
"Esto ciertamente va más allá de lo que la mayoría de nosotros pensábamos que iba a hacer el BCE. En este momento, el BCE está a punto de admitir que la economía europea se enfrentará a fuertes vientos en contra en los próximos meses", señalaba nada más conocerse el anuncio el economista senior de Aberdeen Standard Investments Paul Diggle. Y eso precisamente fue lo que hizo Draghi cuando señaló que Europa se encuentra "en un periodo de debilidad continua e incertidumbre generalizada".
La preocupación del BCE parece de tal calibre que, al contrario que en anteriores ocasiones, Draghi pudo permitirse este jueves resaltar que las decisiones se habían adoptado de forma unánime. Y es que en un escenario en el que las principales fuentes de incertidumbre parecen provenir de algunas de las mayores economías de la región, como Alemania o Italia, pocos pueden sentirse seguros.
Tal grado de inquietud parece contrastar, en cambio, con la confianza de la institución en que el crecimiento de la Eurozona remontará en 2020 hasta el 1,6% (una décima menos que lo proyectado en diciembre) y se mantendrá en 2021 en el 1,5%, con la inflación remontando para entonces al 1,6% (en diciembre se preveía un 1,8%) aún sin acercarse al objetivo de rondar el 2%.
Sin duda, esta expectativa está basada en los nuevos anuncios del banco central, que, según apuntó su presidente, "ayudarán a incrementar la resistencia de la Eurozona". No en vano, el banquero italiano afirmó que en anteriores ocasiones la baza de los TLTRO resultó "bastante efectiva" y espera que, con los incentivos correctos -para alentar a los bancos a realizar préstamos productivos y no utilizar la financiación barata para adquirir bonos-, volverán a apuntalar la actividad económica en la región.
Las bolsas europeas recibían el giro en la política monetaria con caídas lideradas por el sector financiero
Cuando el BCE recurrió en anteriores ocasiones a estas rondas de liquidez a largo plazo, en 2014 y 2016, los bancos de la región solicitaron financiación por un monto total superior a los 700.000 millones, y más de la mitad de los mismos llegan a su vencimiento en 2020. Las nuevas inyecciones de liquidez deberían facilitar que las entidades reembolsen los préstamos anteriores sin por ello contraer el crédito a familias y empresas en un momento de clara desaceleración económica.
A falta de detalles adicionales sobre estos nuevos préstamos, que se iniciarán el próximo septiembre, lo que quedó claro para el mercado es que, lejos de acercarse el inicio de la normalización monetaria, Europa se encamina hacia un nuevo periodo de apoyos monetarios. Una situación que se tradujo, en los mercados en un retroceso adicional del euro claramente por debajo de los 1,13 dólares y el hundimiento de los tipos de los bonos: el interés del bono alemán a 10 años restaba unos tres puntos básicos, situándose por debajo del 0,10%, mientras que los de España e Italia registraban recortes de seis y nueve puntos, respectivamente.
Pero el giro del BCE viene acompañada de claras señales de alerta que no pasaron desapercibidas para los inversores, que optaron por vender sus activos de riesgo europeos, llevando a las principales bolsas de la región a terreno negativo, en unas caídas lideradas, nuevamente por la banca, que observa con tanta preocupación la prolongación del escenario de tipos bajo mínimos que eclipsa cualquier atisbo de alegría por las nuevas rondas de financiación barata.
Y es que mientras Draghi trataba de anticiparse a las amenazas con sus nuevas medidas, en los mercados ya se empieza a cuestionar si estas serán suficientes para hacer frente a un escenario tan complejo.
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