Un solo tweet ha hecho temblar a los mercados y la economía mundial en las últimas semanas. Desde que el presidente estadounidense, Donald Trump, anunció el pasado 5 de mayo, a través de las redes sociales, su intención de imponer nuevos aranceles a los productos chinos, el fantasma de la guerra comercial ha vuelto a emerger como una de las grandes amenazas globales, quebrando la confianza de inversores y analistas en que Estados Unidos y China lograrían resolver sus diferencias mediante un acuerdo que evitara el enfrentamiento.
Es cierto que algunas señales y, principalmente, la continuidad de las conversaciones entre ambos gobiernos permiten abrigar ciertas esperanzas de que el entendimiento aún es posible. Pero el nuevo brote de tensión ha servido para escenificar que las raíces de la discrepancias entre las dos potencias son mucho más profundas de lo que muchos habían descontado y su resolución irá para largo, incluso aunque el enfrentamiento actual pueda reconducirse.
"El episodio actual de guerra comercial entre ambos países es un capítulo más dentro de una pugna entre potencias que durará décadas. Esta rivalidad irá en aumento, aunque no de forma lineal, conforme la transformación de China siga ganando tracción. Este ha de ser el escenario base, termine como termine el presente episodio de guerra comercial", observa José María Díaz Vallejo, gestor de Rentamarkets.
El auge de China como una potencia económica capaz de disputar a Estados Unidos su hegemonía mundial es un planteamiento presente en las teorías geopolíticas desde hace varios lustros. Pero lo que hasta hace bien poco era contemplado como un futurible se presenta ahora como una realidad cada vez más inminente que mediatiza todos los postulados del "America first" de Trump.
"Desde principios de 2017, los Estados Unidos se han dado cuenta de que han entrado en una fase de competencia estratégica que ha llegado para quedarse. El hecho de que un acuerdo pueda cerrarse definitivamente, o no, no debe ser tomado como una gran noticia por los mercados financieros, ya que solo constituye una tregua", explicaba en un artículo reciente la economista jefe de Asia-Pacífico en Natixis y Senior Fellow en Bruegel, Alicia García Herrero.
Con una economía casi tan grande como la estadounidense -en términos ajustados al poder adquisitivo-, una población cuatro veces superior y un ritmo de crecimiento que triplica el de Estados Unidos, China es vista ya como una amenaza inminente al dominio indiscutido que Estados Unidos viene representando en el campo de las relaciones internacionales desde, al menos, la caída de la Unión Soviética.
Con una población cuatro veces superior y un crecimiento que triplica el de EEUU, China es vista ya como una amenaza real a su dominio
Una amenaza que Estados Unidos está tratando de combatir por el lado comercial. Sin duda, la economía china presenta unas particularidades difícilmente compatibles con el enfoque liberal que ha regido el comercio internacional en los últimos años. Principalmente, el fuerte intevencionismo estatal en la economía, plasmado en la existencia de grandes empresas públicas en la mayoría de los sectores considerados estratégicos, o las trabas a la participación de empresas extranjeras en el país representan violaciones fundamentales de las reglas de juego que pueden dar a las compañías chinas unas ventajas competitivas fundamentales.
Pero detrás de estas cuestiones o de las exigencias en materia de transferencia forzada de tecnología o de defensa de la propiedad intelectual, la Administración de Trump ha dejado pruebas de cuáles son sus verdaderas inquietudes y que tienen que ver más con el desarrollo tecnológico que está alcanzando el país. No en vano, la primera ronda de aranceles que se aprobó el pasado año contra productos chinos estaba fundamentalmente dirigida contra productos de alta o muy alta tecnología.
"Algunos de los productos incluidos en la lista de aranceles de los Estados Unidos aún no habían sido exportados por China a Estados Unidos, incluidos aeronaves, armas y municiones. Esto indica que la verdadera intención de Estados Unidos detrás de los aranceles no es la reducción de su déficit comercial con China, sino la contención de la mejora de China en la escala tecnológica", observa García Herrero.
También cabe englobar en esa batalla la guerra que el Gobierno estadounidense parece haber desatado en los últimos tiempos contra el gigante tecnológico chino Huawei. Como observaba recientemente en un informe la Junta de Innovación de Defensa, un órgano consultivo del Departamento de de Defensa de Estados Unidos, "China ha tomado la delantera en el desarrollo del 5G a través de una serie de iniciativas agresivas de inversión y asignación de espectro".
En este ámbito, Huawei aparece como la punta de lanza de una estrategia que busca convertir a China en un protagonista fundamental de este nuevo entorno de competitividad a nivel internacional. No en vano, la tecnológica china es ya un actor esencial en el desarrollo de la tecnología 5G en muchos países europeos, incluido uno tan próximo históricamente a Estados Unidos como es Reino Unido.
Dominar este nuevo paradigma de comunicación puede representar una ventaja esencial en el terreno tanto económico como militar, considerando, como pronostica Ericsson, que esta tecnología dará soporte ya en 2022 a unos 29.000 millones de dispositivos conectados. "Quienquiera que domine la infraestructura 5G se convertirá en el propietario de la próxima generación de infraestructura de telecomunicaciones del mundo", sugería, en declaraciones a Business Insider, Ang Cui, consejero delegado de la firma de seguridad Red Ballon, quien comparaba esta cuestión con el impulso que representó para el dominio de Estados Unidos el desarrollo de Internet.
Para China, un bloqueo tecnológico por parte de Estados Unidos puede suponer un lastre de calado a su estrategia de desarrollo, ya que el país depende aún hoy en buena medida de las importaciones de determinados equipos. "Una transferencia de tecnología más lenta significa un crecimiento potencial más lento y un rebalanceo mucho más difícil", explica en este sentido Shaun Roache, economista jefe de S&P Global Asia-Pacífico, quien considera que, pese a los esfuerzos de China para impulsar su propia producción tecnológica sigue dependiendo, en este campo, de las exportaciones tecnológicas.
Estados Unidos puede confiar pues en que sus presiones acaben dando los resultados deseados. Al fin y al cabo, no es la primera vez que el país hace frente a una amenaza a su poder hegemónico. Ya en la década de 1980 y 1990, el gigante norteamericano se enfrentó a Japón por sus elevados superávits comerciales y la presunta manipulación de su moneda. En aquella ocasión, Estados Unidos salió victorioso.
EEUU ya tuvo que defender en los 80 y 90 su dominio frente a Japón, pero en unas condiciones más favorables
Pero como observa García Herrero, "debido a que China se encuentra en una etapa más temprana del desarrollo económico, se espera que desafíe la hegemonía de Estados Unidos durante un período prolongado. Por lo tanto, la guerra comercial entre Estados Unidos y China podría durar más que la de Japón". La economista de Natixis resalta, además, que la China de hoy es mucho menos dependiente del comercio con el gigante norteamericano que lo que lo era Japón entonces, lo que aumenta su capacidad de resistir.
De hecho, el Gobierno que dirige Xi Jinping juega con algunos factores a su favor en su enfrentamiento ante Trump. Y es que a la hora de afrontar una guerra comercial que, todos los analistas coinciden, sería nociva para ambas potencias, el dirigente estadounidense cuenta con el hándicap de necesitar el respaldo de su electorado en las próximas elecciones de 2020, lo que limita su margen para resistir un deterioro económico.
"China tiene un horizonte temporal mucho más largo. A diferencia de Trump, el presidente Xi y quienquiera que tenga influencia en estos días en el Politburó sobre el comercio no tiene que preocuparse demasiado por lo que pueda suceder en 2019 o 2020", corroboran en DWS, la gestora de Deutsche Bank, donde consideran que para el Gobierno chino "el dolor económico y político a corto plazo bien podría valer la pena si promete ganancias a 10 o 15 años o, por el contrario, la alternativa es mucho peor".
Por eso, son varios los analistas que consideran que la intención de China en sus actuales negociaciones con Estados Unidos no es otra que ganar tiempo para llevar a cabo su plan. Un plan consistente en tres objetivos fundamentales: preservar su crecimiento económico, para lo que no duda en ejecutar las medidas de estímulo que sean necesarias; intensificar sus alianzas externas, lo que se puede ver en la acelerada extensión de plan de inversión en infraestructuras conocida como la Nueva Ruta de la Seda, en la que ya están involucrados más de 130 países; y el desarrollo urgente de su capacidad tecnológica, lo que se ejecuta también a través de la adquisición de empresas industriales y tecnológicas extranjeras.
Europa, entre dos aguas
En esta especie de nueva guerra fría entre dos superpotencias a Europa le cabe jugar un papel clave aunque nada sencillo. Como observa García Herrero en un informe publicado por el think tank Bruegel, el bloque comunitario se ha mostrado hasta la fecha partidario del regreso a las fórmulas comerciales actuales basadas en el multilateralismo, a través de una reforma de la Organización Mundial del Comercio (OMC).
Pero, dado que ni Estados Unidos ni China parecen querer la pervivencia de este sistema, el Viejo Continente corre el riesgo de quedar aislado en esa postura, lo que podría resultar "ingenuo y costoso", según la también profesora en la City University de Hong Kong. "Mientras se continúan los esfuerzos para preservar el multilateralismo, es posible que Europa deba explorar otras respuestas a la nueva realidad de una competencia estructural entre China y los Estados Unidos", defiende.
Estas alternativas básicamente pasarían por un estrechamiento de su alianza histórica con Estados Unidos -secundando sus acciones para contener el auge de China- o un acercamiento hacia el gigante asiático que supusiera, como mínimo, una posición neutral entre ambas potencias.
Europa corre el riesgo de quedar aislada en la defensa de un paradigma comercial que ni EEUU ni China quieren ya
La primera de esta opciones sería, a priori, la más sensata, dados los mayores vínculos comerciales con el gigante norteamericano. Sin embargo, la postura actual de la Administración estadounidense, cada vez menos favorable al multilateralismo -lo que se ha plasmado en sus amenazas de aranceles sobre el acero, el aluminio y los automóviles europeos-, así como las crecientes relaciones de algunos países de la Europa oriental -sin olvidar Italia o Portugal- con China harían difícil un paso consensuado en este sentido.
En cambio un acercamiento a China estaría justificado por el hecho de que "las oportunidades en el medio plazo deberían ser mayores en China que en los Estados Unidos", aunque, para ello, advierte García Herrero, antes sería necesario que el régimen que actualmente dirige Xi Jinping se aviniera a ejecutar importantes reformas para favorecer el acceso en igualdad de las compañías europeas a su mercado. Reformas no tan alejadas de las que actualmente exige Estados Unidos y ante las que el Gobierno chino se ha mostrado poco flexible.
Así pues, el mundo parece destinado a moverse en los próximos años en medio de un enfrentamiento entre superpotencias por la hegemonía internacional. El caso no es nuevo. Como advertía el afamado inversor Ray Dallio en una entrevista con El Independiente, en los últimos 500 años se han producido hasta 16 episodios de rivalidad entre grandes potencias. Lo preocupante es que hasta en 12 de esas ocasiones la rivalidad se ha resuelto a través de un conflicto bélico.
Planteado así, desde esta perspectiva histórica, una guerra comercial podría ser un mal fácilmente asumible.
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