El mayor riesgo a la hora de buscar soluciones a los problemas que presenta una economía es no tener en cuenta, si no todas, al menos el mayor número posible de variables sobre las que actuar. Las economías, por así decir, son seres vivos con muchos órganos interconectados.
En el caso de España, uno de los grandes retos a los que se enfrenta es el del envejecimiento y, tal y como empiezan a plantear los expertos, dentro y fuera de nuestras fronteras, sería un error abordar la cuestión centrando el tiro en su implicación más evidente, la tensión que se trasladará (ya está ocurriendo) al sistema público de pensiones.
El problema es mucho más amplio. Ha tardado en calar la alerta de que, más allá de las pensiones, está el aumento del gasto que el envejecimiento ocasionará sobre el sistema sanitario o la dependencia. Sin embargo, recientes estudios ya hablan de su impacto en variables económicas vitales como la productividad, los salarios, la inflación o los tipos de interés.
Dicho de otro modo, el hecho de que cada vez vivamos más años y que, en paralelo, las tasas de natalidad no repunten, que la pirámide poblacional se parezca cada vez más a una peonza, sencillamente transformará la economía de forma integral.
Para ilustrar lo que está en juego basta con tomar como referencias los recientes informes que ha publicado la aseguradora Mapfre y el propio Banco de España en las últimas semanas, aunque no son los únicos.
El diagnóstico
Coinciden en el diagnóstico. No hay discusión en que España se enfrenta en las próximas décadas a un importante incremento del peso de la población de más de 66 años sobre el total, incluso manteniendo flujos de inmigración elevados.
Esto supondrá un cambio de composición por edades de la población de forma que la de más de 66 años será para 2050 hasta 12 puntos porcentuales superior a la actual, del 29,2% frente al 17,1%, según las proyecciones demográficas del Instituto Nacional de Estadística (INE).
El empleo y la productividad
Fruto de este proceso, los expertos prevén una contracción del factor trabajo, con lo que aportará menos al crecimiento económico. A ello se sumará que, tal y como ya están avisando el BCE o el Banco de España, el envejecimiento lleva a una caída de la productividad si no hay una mejora tecnológica que lo compense.
De un lado, las habilidades profesionales y laborales decrecen con la edad --estudios indican que a partir de los 55 años se empieza a ser menos productivo--, más aún cuando, como en España, los trabajadores de mayor edad tienen más presencia en sectores de alto componente físico, como la construcción, el transporte o la hostelería. Además, en estos momentos, la formación de las cohortes más jóvenes no es superior a la que actualmente atesoran quienes superan los 40 o 45 años.
Así es que, si pagar las pensiones requiere de incrementos de productividad, y el envejecimiento en sí mismo la lastra, cabe preguntar de qué manera se puede romper este círculo vicioso desde el lado de la innovación y la tecnología.
No mayores salarios
Si se piensa que la productividad es la base de los salarios --porque, en principio, ningún empresario creará empleo ni pagará salarios por encima del retorno en forma de productos y servicios--, es de esperar al mismo tiempo que se produzca una moderación paulatina de las retribuciones.
No solo eso, además no hay que perder de vista que, a lo largo del ciclo vital, los salarios suelen crecer más en los primeros años de la vida laboral para después estabilizarse, por lo que cabe pensar que este aumento de las retribuciones tenderá a ser menor a medida que aumente el peso de la población ocupada en edades más cercanas a la jubilación.
Por lo tanto, menos fuerza laboral y menos productiva llevaría también a menores rentas en los hogares.
Menor crecimiento económico
Por estas vías podría producirse una menor crecimiento económico en el largo plazo, entre otras cosas por una caída del consumo y un aumento del ahorro. Y una tendencia deflacionista por esto mismo también.
Además, en este contexto, los multiplicadores fiscales o la capacidad de estabilizar la economía mediante los incentivos al consumo o las inversiones públicas se podrían reducir con el envejecimiento.
Así, por ejemplo, el valor de esta multiplicador fiscal se habría recortado en un 35% entre 1985 y 2015 y se reducirá otro 21% hasta 2050.
Menos ingresos
Mientras eso ocurre o no, lo cierto es que las pensiones públicas se deben seguir pagando y existe un cierto consenso en que deben revalorizarse de acuerdo con el coste de la vida. Otra cuestión es si las pensiones iniciales deben ser algo menos generosas en el futuro para que, salvaguardando el principio de solidaridad intergeneracional, se pueda hacer más solvente al sistema.
Sea como fuere, para ello es necesario contar con ingresos suficientes, en tanto que los gastos en sanidad o dependencia se incrementarán por el propio crecimiento vegetativo de la población. Y no solo de cotizaciones, que es de esperar que decaigan en este panorama.
Menos ingresos tributarios
En el plano puramente fiscal, los expertos dan por hecho que el envejecimiento afectará de lleno en la recaudación impositiva puesto que con una menor participación de los salarios en la renta nacional decaerá la recaudación por IRPF.
Al mismo tiempo, en la medida en la que la población de mayor edad consuma más bienes y servicios sometidos a tipos efectivos más bajos --por ejemplo, más servicios de salud y menos alcohol o tabaco-- la recaudación de los impuestos especiales también tenderá a bajar.
Y todo esto, en último extremo podría llevar a una mayor dificultad para avanzar en la consolidación fiscal en países con déficit públicos estructurales y elevadas ratios de deuda, como España.
Otros efectos: el 'ladrillo'
Dando por hecho todas estas derivas, los expertos señalan que una sociedad más envejecida, y dada la propensión de los españoles a invertir su dinero en 'ladrillo' -el 80% de los españoles de 45 años tiene una vivienda en propiedad--, dará lugar a un creciente patrimonio inmobiliario en los hogares.
¿Qué implicaciones tiene esto? Pues que los hogares españoles van acumulando una gran bolsa de ahorro en 'ladrillo' en lugar de contar con recursos líquidos, en combinación con el escaso éxito de los planes privados de pensiones, con los que completar sus pensiones públicas.
Es por eso que muchos expertos en pensiones creen que existe una alarma sobre la necesidad de garantizar la suficiencia de las pensiones sin contar con que hay recursos disponibles y que solo hay que tratar de hacerlos líquidos. Ahora bien, esto podría reducir las transferencia de herencias de padres a hijos, reduciendo el efecto de acumulación de riqueza.
La otra cara de la moneda es que la inversión residencial se verá moderada por la menor creación de hogares, lo que podría hacer retroceder el peso del sector de la construcción dentro del menú sectorial de la economía, un espacio que habría de ser sustituido por otras actividades.
La rentabilidad y las inversiones
Otro de los efectos colaterales más comentados por los expertos es que el envejecimiento produce fugas de inversión de unos países a otros. Básicamente porque no todos envejecen por igual y es de esperar que las sociedades más envejecidas presenten tasas de ahorro superiores, para provisionar de cara a las necesidades propias de la vejez.
Esto puede llevar a menores rentabilidades, lo que unido a una baja productividad, podría derivar en salidas de capital rumbo a países menos envejecidos o que están viviendo su particular baby boom.
Por otro lado, también es previsible que ante un menor consumo y un mayor ahorro, las inversiones se concentren más en el capital intangible y menos en los bienes de equipo. Además, el precio relativo de los bienes de inversión se irá reduciendo progresivamente, puesto que los desarrollos tecnológicos asociados a la robótica y la inteligencia artificial pueden llevarse a cabo con escaso coste.
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