Muchas veces se pasa por alto el hecho de que junto al mitificado whatever it takes (el discurso en el que prometió hacer lo necesario para salvar el euro) Mario Draghi no ofreció más que palabras. Aún pasaron varias semanas hasta que el presidente del Banco Central Europeo (BCE) anunció la puesta en marcha de un plan para comprar deuda de países en dificultades (el OMT), que nunca tuvo que ser utilizado porque su mera existencia ya calmó los temores de los inversores.
Desde entonces, el banquero italiano ha ejercido una presidencia en la que sus palabras han alcanzado una importancia para los mercados casi tan determinantes como las audaces medidas con las que las ha venido apuntalando. El hombre que para muchos pasará a la historia como el salvador de la Eurozona ha tenido en la credibilidad una de sus más potentes armas.
Este jueves, en la que supuso una de sus últimas intervenciones como presidente del BCE -el próximo 31 de octubre finaliza su mandato-, fueron varios los analistas que creyeron ver en el discurso de Draghi un remedo de aquel con el que en el verano de 2012 desactivó la mayor amenaza a la que se ha enfrentado la Eurozona.
Draghi exhibió el jueves todas las armas de las que dispone para convencer al mercado de su voluntad de actuar con contundencia
Con una sucesión de mensajes contundentes, el banquero italiano planteó su preocupación por una economía cuyas perspectivas van "cada vez peor" y por una inflación cuya evolución "no nos gusta", al tiempo que recalcó su completa determinación a actuar para combatir este complejo escenario, perfilando una completa batería de medidas entre las que no faltaron la opción de nuevas bajadas de tipos de interés, la puesta en marcha de medidas para aliviar la presión de los tipos negativos sobre la banca o la reanudación del programa de compra de activos. Fue un mensaje "impresionante", en palabras de los analistas de Nomura.
Y por un momento pareció que, una vez más, las palabras de Draghi eran capaces de obrar su magia como antaño. La súbita caída del euro, el repunte de las bolsas -incluso con los bancos liderando los avances- o las caídas hacia mínimos de las rentabilidades de la deuda europea y el alza repentina de las expectativas de inflación a largo plazo representaron, en primera instancia, la señal evidente de que los inversores daban un voto de confianza al nuevo plan del BCE.
Sin embargo, el efecto de esas palabras sobre los mercados resultó efímero y cuando Draghi abandonó la sala en la que comparecía en la sede del banco central en Fráncfort, se había revertido casi por entero. Entre las causas se pueden esgrimir la falta de detalles que ofreció sobre esos previsibles nuevos estímulos, cuyo anunció quedó emplazado para la próxima reunión, en septiembre, o la sorprendente confianza que mostró en que Europa no se enfrenta a un riesgo de recesión. O también la aparente falta de unanimidad entre los miembros del Consejo de Gobierno para determinar qué medidas son convenientes para enfrentarse a los problemas actuales.
Pero sobre todos estos factores sobrevolaba la creciente desconfianza de los inversores hacia el poder del armamento que le queda en la recámara al BCE para ello. "Las referencias de Draghi a la importancia de la política fiscal reforzaron el convencimiento de la relativa impotencia de la política monetaria europea con los actuales niveles de tipos y en el contexto de unos riesgos económicos que son sobre todo externos (comercio, Brexit)", observan los analistas de Macroyield.
En el mercado son frecuentes los cuestionamientos sobre si un paso más allá en los tipos de interés negativo o la reanudación de las compras de bonos en un momento en que éstos ofrecen ya rentabilidades mínimas históricas son medidas que pueden resultar eficaces para reactivar la economía. De hecho, el propio Draghi reconoció durante su comparecencia que algunas herramientas de la política monetaria podrían haber disminuido su potencial.
Existen dudas de si una bajada de los tipos desde los niveles actuales puede ser efectiva para reanimar la economía
"La gran pregunta es si unos tipos de interés oficiales más bajos y una mayor relajación tendrían realmente un impacto positivo en la economía real. Después de todo, la tasa de depósito en la zona euro ya es negativa, mientras que los bancos tienen exceso de liquidez. Nuevos recortes de los tipos de interés perjudicarán a la rentabilidad bancaria, lo que probablemente no incentivará la concesión de nuevos préstamos. Mientras tanto, con el rendimiento de la deuda pública cerca de un mínimo histórico, es difícil justificar la necesidad de comprar más bonos", comenta Azad Zangana, economista jefe para Europa de Schroders.
Entre los analistas del mercado impera la idea de que las debilidades que actualmente acusa Europa provienen de causas externas ante las que la capacidad del BCE para actuar resulta muy limitada y abogan porque sean, de una vez, las políticas fiscales y las reformas estructurales de los gobiernos europeos las que tomen el liderazgo de la batalla contra la temida "japonización" (el estancamiento de la región con tasas de crecimiento raquíticas e inflación casi nula).
Pero, frustrado por la falta de respuestas a su insistente llamado a los políticos a actuar, Draghi no parece dispuesto a dejar que su laboriosa obra de años para salvar a Europa de la crisis se venga abajo justo cuando se acerca su despedida. "Nos estamos acercando al final del mandato de Draghi y parece que este está deseoso de salir por la puerta grande. Sin embargo, ¿sigue teniendo Draghi su super bazooka político o se ha quedado sujetando una pistola de agua?", se cuestiona Zangana.
El peligro, advierten algunos expertos, es que en ese empeño, el banquero italiano y el banco central en general estén equivocando el camino. Al fin y al cabo, él mismo reconoce que la economía europea sigue dando muestras de solidez (pese a la debilidad de la industria), los datos de desempleo continúan reduciéndose y la evolución de los salarios parece apuntar a que, en algún momento, acabará surgiendo la tan ansiada inflación.
"El riesgo de recesión parece bajo, según el propio Draghi. ¿Qué hará entonces el BCE en caso de recesión? Para salir de esa situación, será necesario a toda costa una política fiscal proactiva", considera Philippe Waechter, economista jefe de Ostrum AM (gestora afiliada de Natixis IM).
Algunos expertos temen que el BCE esté gastando sus escasas balas para hacer frente a una futura recesión
Y más contundente es la crítica de Aaron Anderson, vicepresidente senior de análisis de Fisher Investments, quien subraya que "no alcanzo a entender cómo el BCE y otros bancos centrales son capaces de ver el escaso crecimiento económico producido durante la última década de política monetaria extrema y llegar a la conclusión de que estas políticas insensatas lograrán estimular el crecimiento".
Anderson, como muchos otros expertos, defiende la idea de que, para superar la delicada situación actual, el BCE debe adoptar medidas que faciliten que los bancos suministren más dinero a la economía. Pero, "los tipos de interés negativos y la flexibilización cuantitativa tienen el efecto contrario", sostiene.
Llegados a este punto son varias las voces, sobre todo las provenientes del ámbito bancario, que señalan que Draghi y los miembros del banco central, se han adentrado en una especie de callejón sin salida en el que cada paso que dan no hace sino engordar la amenaza que tratan de evitar. "Cuando te ponen arriba, te dicen que has salvado el euro, es fácil que caigas en el error de querer solventar todos los problemas, incluso los que no te corresponde, y que no sepas cuándo parar. ¿Qué sentido tiene bajar los tipos ahora?", indican.
Para el BCE la lógica de una actuación de ese tipo se explica en torno a una única realidad: la lucha por hacer resurgir una inflación que se considera un elemento indispensable para un crecimiento sostenido de la región. Draghi ya tuvo éxito a la hora de combatir, en su momento, la amenaza de deflación y ahora tratará de obtenerlo también con idénticas armas en aquello que siempre se le ha resistido en sus ocho años al frente del banco central: acercar la inflación al objetivo cercano al 2% que persigue la institución.
De ello dependerá que el salvador del euro no vea emborronado su legado a apenas unos meses para abandonar su despacho en la sede del banco central. Y para ello parece evidente que necesitará mucho más que palabras.
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