Hace tiempo ya que Portugal se ha erigido en un icono para buena parte de la opinión pública de izquierdas de España. En torno al país vecino concurren dos elementos que hacen del suyo, a primera vista, un modelo hasta cierto punto envidiable.
Frente a la incapacidad de los partidos políticos españoles para alcanzar un pacto de Gobierno que ponga fin a un prolongado periodo de bloqueo institucional, Portugal exhibe desde finales de 2015 un Ejecutivo estable liderado por el socialista Antonio Costa, que es apoyado en el parlamento por otros dos grupos de izquierda, el Partido Comunista de Portugal (PCP) y el Bloque de Izquierda (BE), y que aspira a reeditar la mayoría en las elecciones que se celebrarán el próximo octubre. Así, en los últimos días, desde el entorno del presidente español, Pedro Sánchez, ha vuelto a enarbolarse la bandera de la "vía portuguesa" como fórmula para evitar la vuelta a las urnas.
Porque el modelo luso presenta, además, a su favor un exitoso desempeño económico, que ha llevado con insistente empeño a hablar del "milagro económico" de Portugal. La que fue una de las primeras piezas abatidas por la tormenta de la crisis del euro -el país solicitó un rescate próximo a los 80.000 millones de euros en abril de 2011- muestra desde hace varios años unas sólidas cifras de crecimiento y desarrollo, que le han valido el reconocimiento de los mercados, plasmado en la caída de su prima de riesgo desde los más de 350 puntos en que se encontraba a inicios de 2017 a menos de 80 en la actualidad.
Y esto lo ha logrado, según el relato dominante, con unas políticas socioeconómicas totalmente opuestas a la austeridad imperante en Europa, que, paradójicamente, han dado lugar a una mejora de las cuentas fiscales del país. Con todo esto, es fácil comprender que el actual director gerente interino del FMI se refiriera el pasado marzo a Portugal como "una lección para el resto de Europa, incluso para el mundo". ¿Pero hasta qué punto el desarrollo luso puede representar un modelo a imitar para España?
Un desarrollo paralelo
Las historias recientes de España y Portugal, a partir del estallido de la crisis financiera en 2009, transcurren por sendas casi paralelas. Cuando aquel primer revés económico se recrudeció en la Eurozona, con los inversores poniendo el foco en las debilidades estructurales de algunos países de la región, ambos pasaron a estar señalados por sus elevados niveles de deuda y déficit público, y por la debilidad de sus respectivos sistemas financieros, que les obligaron a solicitar el respaldo financiero de Europa -aunque parcial en el caso español-, en medio de una profunda depresión económica y un desempleo galopante.
Ambos países han desarrollado caminos casi paralelos desde que se vieron golpeados por la crisis de la deuda europea
Aquella situación propició en ambos países un cambio de gobierno, en el que ejecutivos socialistas fueron sustituidos por fuerzas de centro-derecha que llevaron a un intenso programa de ajuste del gasto público (tutelado por Europa), tendente a lograr la consolidación de sus cuentas, pero que, en primera instancia, se tradujo en un recrudecimiento de las dificultades.
Con el tiempo, no obstante, en un entorno general más propicio (favorecido, en gran medida, por la intervención del BCE), las reformas adoptadas en los años anteriores comenzaron a dar resultados, evidenciados en sólidas cifras de crecimiento y un progresivo descenso del desempleo, que continúan a día de hoy. Entre medias, no obstante, la extendida sensación de que aquella recuperación sólo iba en beneficio de unos pocos acabó contribuyendo al declive de los partidos gobernantes y dando una nueva oportunidad a las fuerzas de izquierda para tomar de nuevo las riendas del poder.
Un relato inexacto
En el relato habitual de los éxitos del gobierno de izquierda portugués representa una pieza clave la idea de la rebelión contra las políticas de ajuste ordenadas desde Europa, un extremo que la mayor parte de los analistas se esfuerzan por desmentir. El notable prestigio del que goza entre sus socios europeos el ministro luso de Finanzas, Mario Centeno, elegido el pasado año para dirigir el Eurogrupo, parece un indicio suficiente de que esos supuestos enfrentamientos entre las políticas de unos y otros tienen más de ficción que de realidad.
Cuando Costa accedió a la presidencia de Portugal hacía más de un año que se había dado por finalizado el rescate del país, lo que ofrecía ya un mayor margen de actuación para el ejecutivo luso. Un margen que el gobierno previo, del conservador Pedro Passos Coelho, también trató de utilizar para aliviar algunos de los aspectos más severos del programa de ajustes (en 2014, Portugal registró el nivel de gasto público más elevado de los últimos ocho años), pero que se frustró con su caída tras las elecciones de 2015, en las que venció pero quedó a 9 diputados de la mayoría.
Las políticas del BCE y el auge de la Eurozona, a la que dirige la mayor parte de sus exportaciones, han sido claves del despegue luso
El inicio del programa de compra de deuda del BCE, a comienzos de 2016, facilitó unas condiciones financieras mucho más favorables y la mejora de la coyuntura económica en la región resultó determinante para el despegue de un país muy dependiente de sus vecinos (España, Francia y Alemania reciben alrededor del 50% de sus ventas), a los que ha logrado multiplicar sus exportaciones en los últimos años, gracias, en buena medida, a la mejora de competitividad resultante de las reformas previas.
A partir de estas bases, el gobierno luso pudo poner en práctica distintas medidas de corte social en cuestiones como las pensiones, el mercado laboral y los salarios que han permitido un reparto más igualitario de los réditos del crecimiento económico, pero sin renunciar en ningún caso a una tendencia de consolidación fiscal (el gasto público ha pasado de representar el 48,2% del PIB en 2015 al 44% en 2018), que ha permitido llevar el déficit en 2018 a un escaso 0,5% y rebajar de forma acelerada los niveles de deuda, que de más de un 130% del PIB en 2014 cayeron al 121,5% en 2018.
También hay que reseñar que el éxito económico de Portugal ha contado con el respaldo de políticas relativamente controvertidas en algunos manuales de izquierda radical, como un amplio recorte de impuestos, beneficios fiscales para atraer al país a grandes fortunas y empresas e incentivos para la inversión de ciudadanos extranjeros, como la llamada Golden Visa, que otorga el permiso de residencia a inversores si crean al menos 10 puestos de trabajo o adquieren inmuebles de un valor superior a 500.000 euros.
Precisamente, la capacidad del Ejecutivo socialista luso para hacer valer su mayor fuerza parlamentaria e imponer su programa de reformas moderadas, frente a las propuestas más radicales de sus aliados en el Parlamento, ha sido fundamental en su buena imagen ante los mercados. Pero su apuesta por la disciplina fiscal no le ha costado pocos problemas, ya que ha tenido que enfrentarse en los últimos tiempos a protestas de algunos colectivos, como los conductores de camiones o, especialmente, los empleados públicos, que reclaman la reversión de la congelación de salarios que les afecta desde hace años.
Datos mejores y peores
Las cifras de deuda ya citadas sirven para ilustrar el muy dispar punto de partida de las economías de España y Portugal. La distancia entre uno y otro país queda patente en sus respectivos tamaños, casi seis veces mayor en el caso de la española, lo que resulta en un PIB per cápita un 32% superior al luso.
Esta distancia, además, se ha ido incrementando en los últimos años, ya que, pese a las buenas cifras registradas por Portugal, sus datos de crecimiento en los últimos tres años (1,9%, 2,8% y 2,1%) quedan muy por debajo del alza del 3,2%, 3% y 2,6% experimentado por España en el mismo periodo. Y todo hace pensar que esta brecha se seguirá ensanchando en los próximos años: el FMI estima que la economía portuguesa crecerá un 1,7% en 2019 y un 1,5% en 2020, frente al 2,3% y el 1,9%, respectivamente, que proyecta para la española.
La dependencia que arrastra Portugal de sus vecinos europeos -tanto para sus exportaciones como para su pujante sector turístico- supone un lastre para las perspectivas del país en un momento en que la desaceleración de la región amenaza con ir a más. Y la pérdida de productividad que el país ha registrado en los dos últimos ejercicios no contribuye a la fortaleza de su sector exterior.
Portugal ha rebajado el déficit a niveles ínfimos, pero tiene una ratio de deuda sobre el PIB 24 puntos superior a la española
En materia fiscal, la comparativa ofrece una de cal y una de arena para Portugal, pues si el país puede presumir de ese limitado déficit del 0,5% registrado en 2018 (frente al 2,5% de España), los niveles de deuda pública, pese a su reducción de los últimos años, aún superan en más de 24 puntos el 97,1% de deuda sobre el PIB con el que cerró el año pasado la economía española.
En donde Portugal lleva una ventaja significativa sobre España de manera histórica es en el mercado laboral, donde el país vecino exhibe ya unas tasas de desempleo claramente por debajo del 7%, que contrastan con el 14% que aún muestran las estadísticas de paro nacionales. Los analistas recalcan, no obstante, el alto grado de temporalidad del trabajo y que se compone, en una proporción muy alta, de empleos de baja cualificación.
También se puede resaltar que los esfuerzos del Gobierno de Costa han propiciado que la economía lusa presente a día de hoy una mejor fotografía en términos de desigualdad. Los datos muestran que frente al 26% de población en riesgo de exclusión social que se registra en España, Portugal muestra una tasa en el entorno del 23%. Pero, en estos datos hay que tener en cuenta que esa mayor igualdad está obtenida sobre unas bases de ingresos generales más reducidas.
Pese al incremento del 13,5% que han experimentado en los últimos cuatro años los ingresos medios por hogar en Portugal, la cifra se mantiene más del 50% por debajo de la de los hogares españoles, que ha aumentado un 11,4% en el mismo periodo, según datos de Eurostat. Y en un apartado que tanta controversia ha generado recientemente en España como el del salario mínimo la referencia portuguesa se sitúa también un 50% por debajo, siendo uno de los países que menos lo ha incrementado en el último año.
Ninguno de estos datos debe deslucir los logros registrados por la economía portuguesa en los últimos ejercicios. Sobre todo, si se tiene en cuenta que ese buen desempeño ha sido comandado por un gobierno que fue recibido bajo oscuros presagios y que ha logrado voltear la situación para hacer de nuevo de Portugal un destino confiable para los inversores. Y lo ha hecho combinando con realismo las posibilidades del momento para aunar disciplina fiscal y políticas sociales. Sin duda, algunas de sus actuaciones bien pueden ser tomadas de ejemplo a seguir.
Pero son muchas las cifras de la economía lusa que sirven para plasmar que los milagros de unos no siempre resultan deseables para los demás.
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