La sombra de la crisis vuelve a hacerse grande en Wall Street. El miedo ha hecho presa de los inversores, a medida que las acometidas entre Estados Unidos y China han vuelto a alentar el fantasma de una guerra comercial duradera que amenaza con hacer descarrilar una economía que se muestra renqueante desde hace varios trimestres.
Al anuncio el pasado viernes por parte del presidente estadounidense, Donald Trump, de una nueva ronda de aranceles a productos chinos le siguió este lunes la decisión de las empresas chinas de dejar de comprar productos agrícolas norteamericanos, mientras su gobierno permitía la mayor depreciación de su moneda en una década, situando en el terreno de juego la posibilidad de una guerra de divisas que podría hacer aún más complejo el escenario.
En este contexto, los inversores no tardaron en hacer ver sus temores, que se han traducido en el mayor descalabro de Wall Street en el año. El Dow Jones experimentó un recorte del 2,89%, mientras el S&P se dejaba cerca de un 3% y el Nasdaq, un 3,47% . Pocas empresas pudieron escapar al revés de un mercado en estampida y gigantes como Apple, Visa o IBM lo pagaron con recortes entre el 5,3% y el 4,4%.
Los inversores buscan refugio en el oro, que alcanza máximos de seis años, por encima de los 1.460 dólares
El desbordamiento de los miedos quedó también plasmado en el impulso al oro a máximos de seis años, por encima de los 1.460 dólares por onza, o en el mercado de deuda, donde la inversión de la curva de tipos de Estados Unidos alcanzó unos niveles no vistos desde antes de la crisis financiera de 2008.
Al escenario actual de los mercados le acompañan las mismas características que ya depararon un convulso final de 2018, mientras los inversores parecían atisbar una recesión que no aparecía en los cálculos de los expertos. De aquel escenario se salió con un poco de fe (confianza en una solución a la guerra comercial, confianza en una solución a la amenaza del Brexit en Europa...) y el respaldo de los bancos centrales, que iniciaron un giro a sus políticas de normalización monetaria para volver a garantizar su respaldo al crecimiento económico a través de medidas de estímulo.
Ahora que este giro parece cada vez más real, sin embargo, el resurgir de los temores enfrenta al mercado a la peligrosa tesitura de si definitivamente se ha perdido la fe en la capacidad de los bancos centrales para combatir la crisis o si aún tienen armamento disponible para hacer frente a las amenazas.
El deterioro de la confianza empresarial e inversora empieza a hacer cada vez más real la amenaza de crisis
Entre los expertos sigue primando la idea de que, a pesar de una ralentización económica global indiscutible, el riesgo de recesión parece aún limitado. Pero a medida que el escenario comercial se sigue deteriorando este riesgo empieza a tomarse más en serio. Así este lunes los analistas de Morgan Stanley afirmaban que si los aranceles del 10% anunciados por Trump a 300.000 millones de dólares de exportaciones chinas se acabaran elevando al 25% podrían conducir la economía global hacia la recesión en tan sólo tres trimestres.
Lo cierto es que, al margen de escenarios catastrofistas, los analistas coinciden en que un deterioro prolongado de las condiciones económicas puede contribuir a una creciente desconfianza de los inversores, con un potencial destructivo difícilmente cuantificable. La debilidad de las encuestas de confianza en los últimos tiempos es el más claro indicador de la escasa visibilidad con la que cuentan hoy en día empresarios e inversores para desarrollar sus proyectos.
Y en ese escenario, varapalos como el sufrido este lunes por Wall Street no hacen sino aumentar el peligro. Porque es cierto que la Bolsa de Nueva York, que viene de marcar recientes máximos históricos, bien puede permitirse un retroceso como el de las últimas jornadas, sobre todo en un periodo estival muy propicio para movimientos bruscos. Pero en un momento de dudas como el actual, este tropiezo apunta a llevarse por delante al resto de mercados, como los europeos, que parten de posiciones mucho menos boyantes, y que con su caída no hacen sino alimentar los más negros augurios sobre la economía, que cada vez cobran más fuerza.
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