Pocas dudas podían existir a estas alturas sobre la disposición de Mario Draghi de cumplir aquella promesa de hacer "todo lo que sea necesario" para salvar a la Eurozona de la crisis. Aquellas palabras fueron pronunciadas en el verano de 2012, en medio de una crisis de la deuda que amenazaba con romper de forma traumática el proyecto del mercado común.
Muchas han sido las pruebas aportadas desde entonces por el banquero italiano de que aquellas no eran palabras vacías y en su hoja de servicios figuran medidas de calado, como los tipos negativos o un masivo programa de compra de deuda -pública y privada-, que en aquellos primeros meses de su mandato parecían inverosímiles.
Hoy, más de siete años después de aquel histórico mensaje y a poco más de un mes para que su mandato llegue a su fin, Draghi ha vuelto a redoblar la apuesta, levantando una nueva batería de medidas con las que pretende librar a la Europa de la amenaza de una nueva crisis, que se infiltra a través de las grietas generadas por la guerra comercial internacional, la caótica gestión del Brexit o las dificultades de las economías emergentes, y que ha hundido las expectativas de inflación a largo plazo a niveles nunca vistos.
El banco central ha vuelto a rebajar sus expectativas de crecimiento e inflación en Europa
Una vez más, el BCE se ha visto obligado a recortar sus estimaciones de crecimiento e inflación en la Eurozona. Ahora, espera que la economía europea crezca levemente por encima del 1% este año y el próximo y que la inflación apenas alcance el 1% en 2020 (cuatro décimas menos de lo pronosticado en junio), para repuntar hasta el 1,5% al año siguiente, aún lejos del objetivo de la institución. Y aunque sigue considerando reducida la posibilidad de una recesión en la región, reconoce que las posibilidades están aumentando.
A este escenario, Draghi ha respondido con todas las herramientas a su alcance: nuevo recorte de los tipos de interés, con medidas para paliar sus efectos negativos sobre los bancos; la reactivación del programa de compra de deuda, a un ritmo de 20.000 millones al mes y sin más límite temporal que el momento en que se hayan alcanzado, de forma sostenida, los objetivos de inflación; y una mejora de las condiciones de los préstamos a largo plazo, previamente anunciados, para fomentar que la banca reactive el crédito en la región.
"Dije que todos los instrumentos estaban sobre la mesa, listos para ser usados. Pues hoy lo hemos hecho", se permitió presumir el italiano, quien garantizó la pervivencia de su obra mucho más allá de su adiós al dejar abierto el fin del nuevo programa QE hasta que se logren unos objetivos que nadie espera en un futuro predecible. Es la confirmación de lo que muchos expertos han bautizado como el QE infinito.
Sin duda, Draghi mantiene viva hasta el final aquella lejana promesa del verano de 2012. Sin embargo, una vez más la duda se sitúa sobre la segunda parte de aquel discurso, cuando afirmó que su actuación sería "suficiente".
"Este es el último whatever it takes de Mario Draghi. A pesar de todo el entusiasmo del mercado ahora, la pregunta sigue siendo si esto será suficiente para volver a encaminar el crecimiento y la inflación, ya que el verdadero elefante en la sala es la política fiscal. Está claro que sin estímulo fiscal, el truco final de Draghi no necesariamente conducirá a un final feliz", advierte Carsten Brzeski, economista de ING.
La insistencia de Draghi en la importancia de la política fiscal ha restado fuerza a sus medidas
El reclamo a los gobiernos europeos para complementen la labor del banco central con reformas y medidas fiscales que afiancen el crecimiento ha sido una constante durante años en las comparecencias del banquero italiano. Y este jueves ha insistido tanto en ello que casi ha restado fuerza a sus nuevas medidas.
No es extraño, pues, que la primera reacción del mercado (caídas del euro y de los rendimientos de la deuda y subidas de las bolsas) se revirtiera en gran medida con el paso de las horas.
"En vista del debilitamiento de las perspectivas económicas y la continua prominencia de los riesgos a la baja, los gobiernos con espacio fiscal deberían actuar de manera efectiva y oportuna", señaló el presidente del BCE, quien, con tono jocoso, subrayó que hubo consenso entre los miembros del Consejo de Gobierno de las institución en que la política fiscal debe ser "la herramienta principal" para la recuperación de la economía europea.
Incluso, observó, que, frente a los posibles efectos negativos que puedan derivarse del escenario de tipos en negativo, "la respuesta está en la política fiscal".
Con esa visión -y al margen de las evidentes discrepancias mantenidas por algunos miembros del banco central sobre la conveniencia de este nuevo paquete de estímulos- se entiende que el banco central optara por no discutir la posibilidad de un cambio en los límites a la compra de bonos (el BCE no puede tener más de un tercio de la deuda emitida por un único emisor), aunque algunos expertos consideran que éstos reducen a apenas unos nueve meses el margen de actuación para el banco central.
Para entonces, Draghi será ya historia de la institución. El banquero central finaliza su mandato el próximo 31 de octubre, y aunque aún le resta una comparecencia por delante, la de este jueves ha sido su despedida a lo grande. El disparo de sus últimas balas, con las que reafirma su disposición a seguir defendiendo a Europa hasta el infinito y con todo "lo que sea necesario".
Que sea suficiente o no parece depender cada vez más de otras manos: la de su sucesora, Christine Lagarde, pero, sobre todo, de las de los gobernantes europeos, que durante todos estos años han hecho oídos sordos a sus insistentes peticiones de ayuda.
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