La cita estaba programada para la mañana del 5 de julio de 1841. La habían convocado en Loughborough distintas asociaciones de alcohólicos. El objetivo: debatir sobre los efectos perniciosos del alcohol para la salud y para el conjunto de la sociedad británica.
Los organizadores se movilizaron para atraer a enfermos y a familiares. Y pregonaron el encuentro en hospitales y en centros sanitarios de ciudades cercanas como Leicester o Nottingham. La convocatoria llegó a oídos de un joven emprendedor de 33 años, recién casado. Se llamaba Thomas Cook, tenía 33 años y estaba predestinado a pasar a la historia como el padre de un imperio del turismo El primero, para ser exactos.
En el despacho de Thomas Cook se ingeniaron las estrategias de negocio que servirían de base a la industria turística durante décadas. Y todo empezó con un viaje organizado de alcohólicos.
El joven Cook vio en aquel congreso una vía para ganar un buen puñado de libras. Movió hilos y preparó en tren un viaje ad hoc, de Leicester a Loughborough. Casi 500 personas compraron el boleto de ida y vuelta, por un chelín.
La iniciativa dio réditos y su promotor se puso manos a la obra. Repitió el experimento una y otra vez, aumentando la distancia de los recorridos (y el riesgo de la inversión). En 1845 se atrevió con un viaje de varios días entre ciudades. Los turistas podían visitar Leicester, Nottinghan y Derby. Cook introdujo una novedad: el billete iba acompañado de una guía de viaje, toda una innovación para la época.
En 10 años, la empresa ya había dado el salto fuera de las fronteras británicas. Concretamente, fue en 1855 cuando Thomas Cook sacó a la venta su primer tour organizado por Europa. Con la excusa de la Exposición Universal de París, diseñó un viaje con salida en Reino Unido y paradas en ciudades como Colonia o Estrasburgo. La ruta culminaba en la capital del Sena.
Para aquellas fechas, los packs ya incluían desplazamiento, hospedaje e incluso manutención. Cuadrar esa oferta conllevaba llegar a acuerdos individuales con empresas ferroviarias, compañías de autobuses, hoteles, restaurantes, taxistas y guías. Thomas Cook ofrecía un elevado volumen de clientes y a cambio obtenía atractivos descuentos, que le permitían comercializar sus viajes organizados a buen precio.
El empresario siguió extendiendo las redes del negocio. A partir de 1864, lo hizo de la mano de su hijo John Mason, quien se subió al buque familiar con 30 años, para aprenderlo todo del padre y sucederlo si se daba el caso (como así fue).
Thomas Cook & Son reinvirtió parte de las ganancias en el desarrollo de nuevos negocios. Como la industria turística apenas estaba desarrollada, avanzaron siempre como pioneros. En 1865 abrieron la primera agencia física de viajes en Londres, en un local de Fleet Street. Y en 1875 empezaron a comercializar su primer crucero: un viaje en barco por Noruega, cuyo plato fuerte era avistar el sol de media noche en el espectacular Cabo Norte.
Por el camino dejaron otros hitos, como la primera vuelta al mundo organizada; un viaje reservado para bolsillos pudientes, ya que requería pasar 222 días por tierra, mar y aire. Y, por supuesto, los cheques de viaje, otra innovación made in Thomas Cook. La empresa ideó y comercializó a finales de los años 60 unos vouchers que se compraban en las agencias de la compañía. Con ellos se podía pagar en los hoteles asociados o incluso canjearlos por dinero en sus sucursales.
Cook murió con 83 años, en 1892. A la empresa le quedaban por delante décadas de éxitos. Los descendientes del empresario saborearon durante años las mieles del cuasi monopolio. Hasta que la competencia feroz y, sobre todo, la explosión de internet le condujeron a un bache del que nunca supo salir.
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