Olvídese de la guerra comercial, el Brexit, los tipos negativos, la inestabilidad política o el frenazo económico. Sus inversiones están en riesgo. Pero su mayor amenaza no viene desde el ámbito geopolítico sino desde el climático.
La Cumbre sobre la Acción del Clima celebrada el pasado lunes en la sede de la ONU en Nueva York ha servido, con todas sus polémicas, para situar en la primera plana informativa los desafíos que se ciernen sobre el planeta como consecuencia del calentamiento global.
Unos desafíos a los que, obviamente, no es inmune el mundo de la inversión. La agencia Moody's identificaba en un informe publicado a finales del año pasado once grandes sectores con una elevada exposición a los riesgos derivados del cambio climático y otros 22 con una exposición moderada.
Industrias ligadas a la minería, la producción de energía, la comercialización del petróleo o el transporte y la automoción, entre otras, observan con preocupación las secuelas que puedan dejar en sus negocios la creciente presión regulatoria en aspectos como las emisiones de gases, los cambios en la demanda de los consumidores o los desarrollos de nuevas tecnologías de bajas emisiones.
Los efectos del cambio climático exponen a un buen número de negocios a transformaciones radicales
Desde UBS ponen el foco también en sectores como el de las materias primas y la alimentación, que se enfrentan a transformaciones de calado en sus cadenas de suministros o en su oferta, llamada a evolucionar hacia productos menos dañinos para el medio ambiente. Y hasta las inversiones inmobiliarias se encuentran expuestas a amenazas derivadas de los fenómenos climáticos.
"El cambio climático plantea una amenaza potencial", subraya Eva Cairns, analista de ESG de Aberdeen Standard Investments, quien observa que "un planeta más cálido también afecta el perfil de riesgo de muchas empresas y economías en las que invertimos".
Según defiende, "es probable que estas compañías y economías se vean obligadas a incurrir en costes importantes durante la transición mundial hacia fuentes de energía con bajas emisiones de carbono. Además, el aumento de los daños físicos relacionados con el cambio climático y la inversión en medidas de adaptación para limitar estos daños a largo plazo también acarrearán gastos significativos".
Pero la amenaza del cambio climático apenas permite trazar barreras, pues, como señala Roberto Scholtes, director de estrategia de banca privada de UBS en España, encierra implicaciones estructurales a largo plazo que afectan al conjunto de la economía, a través de una previsible disminución del crecimiento y una mayor vulnerabilidad a los desastres ambientales.
Estos riesgos parecen estar cada vez más presentes en la mente de los inversores. El Estudio Global de Inversión 2019 elaborado por la gestora Schroders muestra que casi dos tercios de los inversores globales cree que el cambio climático impactará en sus inversiones, pero sólo un 16% invierte en productos sostenibles (un 14% en el caso de España).
Y no será por falta de opciones, dado que la proliferación de productos de inversión guiados por criterios ESG (siglas en inglés de medioambiental, social y gobernanza) se ha convertido en una de las grandes tendencias de la industria de la gestión de activos en los últimos tiempos.
Y los expertos advierten de que se trata de algo más que una moda pasajera. Scholtes estima que en 2020 ya la práctica totalidad de las firmas del sector contará con productos de este tipo y que en unos cinco años pueda ser ya la norma.
Dos tercios de los inversores creen que el cambio climático afectará a sus inversiones, pero sólo el 16% invierte en productos sostenibles
Este mismo viernes, Credit Suisse anunciaba su intención de integrar criterios ESG en toda su gama de productos, con el objetivo de alcanzar más de 100.000 millones de francos suizos (algo más de 92.000 millones de euros) de activos bajo gestión en este tipo de productos a finales de 2020.
"Estoy convencido de que la integración de criterios ESG en nuestro proceso de inversión generará ventajas duraderas en nuestro desempeño, posicionándonos para generar rentabilidades de inversión a largo plazo atractivas para nuestros clientes", justificaba Michel Degen, director de Credit Suisse Asset Management para Suiza, Europa, Oriente Medio y África.
Sin embargo, siguen imperando ciertas dudas y escepticismo entre los inversores a la hora de acercase al mundo de las inversiones sostenibles. Unos recelos que nacen, en gran medida, de la ausencia de unos estándares claros de lo que se entiende como sostenible y, por ende, el temor a que bajo esta etiqueta se cuelen inversiones inapropiadas. Definir qué productos o actividades pueden catalogarse como sostenibles es más difícil de lo que parece.
En este sentido, la iniciativa Principios para la Inversión Responsable (PRI, por sus siglas en inglés), impulsada por la ONU y a la que se han adherido más de 1.900 firmas de inversión se antoja esencial para lograr una homogeneización de los criterios e impulsar una información más transparente por parte de las compañías. También resulta positiva la decisión de grandes agencias como S&P o Moody's de comenzar a valorar el riesgo de sostenibilidad en las evaluaciones que hacen de los emisores de deuda.
"Hoy hay ratings, scorings, banderas, logos y lobbies de presión para todos los gustos. Por consiguiente, uno de las aspectos más importantes de la legislación europea es avanzar con la 'taxonomía' de la inversión sostenible, avanzar en la definición de lo que estamos hablando", apunta José Luis Jiménez Guajardo-Fajardo, director general de Inversiones de Mapfre, quien explica que en la aseguradora española aplican un cuestionario propio para una selección escrupulosa de las compañías elegibles en sus fondos sostenibles.
Para impulsar estas inversiones, Scholtes cita también la necesidad de una oferta consolidada de productos sostenibles a nivel global y mayores evidencias de que, como mínimo, este tipo de inversiones es tan rentable como los que no incluyen criterios ESG.
"Estoy convencido de que a largo plazo este tipo de inversiones se demostrará más rentable. Principalmente por los riesgos a los que dejas de exponerte", observa el responsable de UBS, quien señala que las empresas menos escrupulosas con los criterios ESG son más susceptibles a tener problemas que supongan multas, costes de reparación o conflictividad laboral, entre otras cuestiones.
El flujo creciente de fondos comprometidos con estos criterios sostenibles también permite augurar un mejor desempeño futuro de estas inversiones.
Aunque aún faltan evidencias, los expertos auguran a largo plazo una mejor evolución de las inversiones sostenibles
La perspectiva de largo plazo puede llevar a algunos inversores a pensar, no obstante, que la adaptación de sus carteras al cambio climático aún puede esperar. Sin embargo, son muchos los analistas que advierten que estos factores ya están teniendo una incidencia notoria en los mercados y que el inversor que opte por aplazar sus movimientos se expone a unos riesgos potenciales crecientes.
A la hora de seleccionar compañías sostenibles en las que poder invertir, los inversores y los gestores se encuentran con cada vez más opciones. Desde Pictet AM aplican una metodología propia a su fondo Pictet Global Environmental Opportunities que les lleva a seleccionar un universo de inversión de unas 400 empresas, al que se van sumando cada año unas 20 o 25, a partir de las salidas a bolsa.
Luciano Diana, gestor de este fondo, explica que "el poder popular, las políticas gubernamentales y el desarrollo económico y el aumento de la riqueza están dado lugar a una próspera industria de productos y servicios medioambientales, con un número de patentes medioambientales que se ha triplicado la última década, con aumento de cotizadas especializadas. En conjunto estamos ante un mercado de 2,2 billones de dólares con ventas que crecen al 6,5% anual, superando al índice mundial MSCI en un 2%".
El experto observa que en este universo entrarían negocios como la gestión de residuos y reciclaje, de aguas, la eficiencia energética y el control de polución, los servicios medioambientales o la agricultura y la silvicultura sostenible. "También hay que tener en cuenta la desmaterialización de la economía, es decir, el reemplazo de actividades físicas por virtuales para producir con menos recursos, extendiendo la vida de los activos, con demanda de aplicaciones de simulación, modelización 3D y gestión del ciclo de producción", señala.
En cualquier caso, la gestión del riesgo del cambio climático es mucho más compleja que dar la espalda a unos sectores para sustituirlos por otros menos dañinos desde el punto de vista medioambiental. "Nuestra visión como inversores responsables es ser activos en la integración, es decir, no tiene sentido decir que no al petróleo cuando todavía lo necesitamos para muchas cosas. Es mejor trabajar con aquellas compañías en las que invertimos para que desarrollen energías renovables, procesos menos contaminantes o limiten o corrijan los efectos adversos que generan. La exclusión, como casi siempre en la vida, no aporta mucho", argumenta Jiménez Guajardo-Fajardo.
Parece indiscutible que a la inversión sostenible, como a a la lucha contra el cambio climático, le queda mucho trabajo por delante y unos plazos cada vez más acuciantes. El impulso del sector y de las propias empresas resulta esencial para alentar un tipo de inversión que poco a poco va calando, pero a ritmos aún limitados.
Al final, lo que está en juego es mucho más que el éxito financiero de un inversor particular, pues como advierte Jiménez Guajardo-Fajardo, "el cambio climático no afecta a las inversiones, afecta a todo y a todos. No hay un planeta B, por lo que todos debemos ser responsables en gestionar bien el que tenemos".
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