Apple, Google o Microsoft nacieron en garajes elevados a la categoría de mito por sus fans. El milagro de Zara también prendió en los bajos de un edificio, cuya ubicación pocos conocen y… que hoy nadie quiere alquilar.
El local donde Amancio Ortega comenzó a implantar el modelo que le haría rico está ubicado en el número 61 de la calle Noia de A Coruña. Tiene forma de L invertida, mide 402 metros cuadrados y se registró en el Catastro en 1965. Hoy, 54 años después, la planta baja del edificio coruñés no tiene inquilino. Lleva años vacío, a la espera de un comprador o un arrendatario que se anime a hacer negocios bajo el mismo techo que cobijó, en la década de los 60, al futuro magnate.
Ortega tenía 29 años cuando entró, por primera vez, al local comercial de la calle Noia. Era un completo desconocido y su cuenta corriente reflejaba los ahorros modestos de un empleado con buena nómina. Trabajaba en una conocida mercería de A Coruña, La Maja, junto a sus hermanos y su primera esposa, Rosalía Mera. Allí se rodó en el oficio de tendero de moda y vio una veta de negocio en una prenda concreta: las batas de boatiné.
Era una prenda que marcaba tendencia en la época. Aportaba un toque de distinción a la bata tradicional, la de toda la vida, la que vestían miles de mujeres para combatir el frío en la mísera España de los 50. Las de boatiné eran acolchadas, de colores más vivos, pero costaban más. Y, por tanto, no estaban al alcance del bolsillo de cualquiera.
Amancio Ortega y Rosalía Mera diseccionaron una de ellas en su casa de A Coruña. Abrieron una canal para conocer el producto desde la raíz. Hicieron números para calcular la viabilidad del negocio. Y en 1963 decidieron probar suerte con el emprendimiento. Comenzaron por registrar su propia denominación social: GOA. Las siglas respondían al nombre del fundador invertido (Gaona Ortega Amancio)
Alquilaron un local diminuto en la calle San Rosendo, cerca de la estación de tren. El matrimonio mantuvo su empleo en La Maja como red de seguridad y comenzó a producir batas a pequeña escala. Vendieron las primeras partidas con rapidez.
“En menos de un año, Amancio Ortega decide dar otro paso hacia delante en su camino hacia el éxito. Se muda del taller de la calle San Rosendo al bajo número 61 de la calle Noia, donde ya pueden trabajar casi una treintena de empleadas en la bata que iba a significar el despliegue del negocio”, cuentan Xabier R. Blanco y Jesús Salgado en el libro Amancio Ortega, de cero a Zara.
“GOA hizo unas batas con corte, con diseño; eran como un abrigo bonito. Y es que, a mediados y a finales de los sesenta, salían miles de mujeres a la calle en bata”, explica en el mismo libro Javier Cañás Caramelo, uno de los fundadores de Careamelo (que echó el cierre en 2016).
El buen ritmo de ventas les obligó a tomar una decisión vital en toda aventura empresarial: crecer asumiendo riesgos o conformarse con mantenerse a flote. Optaron por la primera vía y convencieron al núcleo familiar para que arrimara el hombro y aportara capital. En el proyecto se embarcaron los hermanos de Amancio Ortega, su cuñada y otro empresario amigo de la familia, José Antonio Caramelo (quien acabaría fundando su propia marca textil).
Sin saberlo aún, bajo los fluorescentes que iluminaban el local sombrío de la calle Noia, Amancio Ortega acababa de crear su particular fórmula de éxito. Las batas de boatiné de GOA condensaban algunos ingredientes que luego hicieron grande a Inditex con Zara: prendas con diseño a precios moderados, producidas con tejidos de calidad decente.
“Amancio ya conocía a los vendedores de la materia prima de sus dos productos estrella [tras las batas empezó a fabricar cucos de bebé] y contactó con proveedores de toda España, pero en especial de Barcelona”, puntualiza David Martínez en otro libro sobre el magnate gallego, Zara: Visión y estrategia de Amancio Ortega. “Con el tiempo, logró comprar barato en Barcelona y vender a un precio superior al de los catalanes. El negocio de la confección en GOA pasaba por ir eliminando la competencia y erigirse en el principal productor de batas de toda España a su precio, pero con gran demanda en el mercado”.
A fuerza de prueba y error, Ortega acabó acertando de pleno. Dejó su empleo en la mercería para dedicarse en exclusiva a su proyecto. A partir de entonces, salieron tantas batas del número 6 de la calle Noia que el local se quedó pequeño. “A mediados de los 70, trasladan la marca a La Moura, en el polígono de A Grela, y en el bajo desalojado crea Samlor, que se dedica a la confección de prendas de vestir como abrigos o pantalones”, apuntan Blanco y Salgado en su libro.
Para entonces, GOA ya era mucho más que uno modesto taller de batas. Empleaba a más de 500 personas y diseñaba, cortaba, cosía y comercializaba un amplio abanico de prendas. El local de la calle Noia se mantuvo vivo durante un tiempo, para estudiar tendencias y tejidos, para experimentar con nuevos diseños. Pero el crecimiento imparable del negocio les llevó a cancelar el contrato de arrendamiento y devolver las llaves al dueño.
El garaje se quedó limpio, mudo de máquinas. Y pasó por otras manos, sin que ninguno de los proyectos cuajara. El último arrendatario llegó a principios de la presenta década. Una empresa local de muebles (Manel) lo usó como almacén. Pero su estancia fue corta, apenas un lustro.
En 2016, el local colgó dos carteles: un se alquila y un se vende. Casi cuatro años después, ambos siguen pegados al portón metálico.
“A veces nos contacta gente interesada, pero hasta ahora ninguno se ha quedado con él”, confiesan desde SR, la inmobiliaria coruñesa que recibió el mandato de venta o alquiler. “El local encaja para negocios medianos, como un gimnasio o una academia”, explican.
¿Cuánto cuesta ocupar el mismo suelo que pisó el joven Amancio Ortega? El alquiler asciende a 900 euros mensuales. Y su precio de venta, 198.000 euros.
Su precio y su tamaño convierten a pequeños empresarios y autónomos locales en potenciales inquilinos. El problema es que la mayoría de ellos hizo hace mucho las maletas, para instalarse en los polígonos que rodean A Coruña. Como Arteixo, a 11 kilómetros de la calle Noia, donde Amancio Ortega acabó instalándose. Y donde sigue yendo a trabajar pese a ser el sexto ciudadano con más dinero del planeta.
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