Científicos de todo el mundo trabajan estos meses contra el tiempo en la búsqueda de tratamientos con los que combatir la enfermedad Covid-19 o eliminar el virus SARS Co-V 2 con una vacuna. Los organismos públicos y empresas privadas donde trabajan los equipos de científicos son las agencias de inteligencia en la analogía bélica del mundo en guerra contra el coronavirus. Hay un interés común, acabar con la pandemia y mitigar su impacto en vidas, pero tras esa primera línea no todos los intereses son compatibles, como no lo eran entre CIA y la KGB contra la Alemania nazi. La manera en la que se combate el virus desde la ciencia y la administración pública y la gestión privada tienen intereses que no son uniformes. El principal caballo de batalla es la propiedad intelectual y la exclusividad de los datos.
Estas semanas estamos viendo mucha colaboración entre todas la partes, pero cada movimiento que se hace hay segundas lecturas. Eso sí la máxima de muerte al bicho está en todas partes. Un ejemplo significativo ha sido el paso dado por la multinacional farmacéutica Gilead. La empresa presentó el antiviral remdesivir ante la FAD (US Food and Drug Administration) para que fuese reconocido como medicamento huérfano. Una consideración regulatoria que viene con incentivos fiscales y protección de patentes creada para favorecer la investigación de medicamentos de enfermedades raras. Ante las críticas vertidas por asociaciones de consumidores en EEUU la farmacéutica ha retirado ese estatus al antiviral. “No es el momento ahora de los beneficios de la industria farmacéutica”, dijo el aspirante a candidato del partido demócrata Bernie Sanders ante este episodio. La gestión de la crisis sanitaria en Estados Unidos puede reforzar el discurso de Sanders, defensor de más recursos para una sanidad pública y enemigo número uno de la política farmacéutica imperante en su país. En el otro lado de la moneda Gilead ha aumentado en bolsa a la luz del interés que ha despertado su antiviral.
Pero esto es lo que ocurre en retaguardia, en la primera línea de batalla el remdesivir es uno de los tratamientos reconocidos por el Ministerio de Sanidad para combatir el Covid-19. En España hay tres ensayos clínicos autorizados para el antiviral según el Registro Español de Ensayos Clínicos. Remdesivir fue creado para combatir el ébola, pero su uso contra Covid-19 se ha demostrado efectivo en el laboratorio, ahora falta probar su eficacia en humanos. En China y en EEUU hay también en marcha ensayos con humanos.
La línea de los tratamientos
Pero Gillead no es la única farmacéutica que ha encontrado un posible tratamiento para el coronavirus en su almacén. La Federación Internacional de la Industria Farmacéutica (Ifpma) cifra en 80 los ensayos clínicos que se están llevando a cabo con medicamentos ya existentes que podrían ser útiles para frenar la pandemia. Esta misma semana Novartis y Teva han anunciado que donaban las dosis de hidroxicloroquina de las que disponían para que se pueda utilizar en ensayos clínicos con pacientes. Se trata de un compuesto utilizado para la malaria pero también para tratar el lupus o la artritis.
Tanto la hidroxicloroquina como la cloroquina, compuesto original de la primera, han sido incluidas por la Agencia Española del Medicamento y Productos Sanitarios (Aemps) como tratamientos para tratar la infección respiratoria del Covid-19. La Aemps ha pedido a las farmacéuticas que dejen de distribuir el stock disponible por la vía comercial. Por su parte, Laboratorios Rubió, que comercializa Dolquine, medicamento indicado para la artritis y el lupus con el mismo compuesto, se ha puesto a disposición de las autoridades sanitarias para triplicar su producción.
Hasta el momento la Aemps recoge hasta siete tratamientos que se están utilizando en estrategias terapéuticas para los afectados por el coronavirus. Son antirretrovirales como el Lopinavir, comercializado por Abbvie como Kaletra y utilizado para el VIH o inmunosupresores como el Kevzara de Sanofi, utilizado para el tratamiento de la artritis y el Roactemra de la suiza Roche.
Grifols, el gigante mundial del plasma, también ha anunciado que trabaja para encontrar un tratamiento contra el coronavirus. La compañía participa en varios estudios clínicos en los que utiliza el plasma de pacientes curados para producir inmunoglobulinas anti-Covid-19.
Comunicar los avances en estudios clínicos o incluso el inicio de estos ha servido a las farmacéuticas para tener un respiro en las bolsas. Aunque no se salvaron de los descensos de las últimas semanas, en los últimos cinco días Abbvie acumula una subida superior al 7%, igual que Roche; Teva y Novartis del 10% y Sanofi sube un 12,9% en la Bolsa de Nueva York y un 5,6% en la de París.
A la espera de los resultados médicos de sus tratamientos las farmacéuticas tienen que lidiar con unos legisladores que han cambiado en estos tiempos de pandemia, por lo que está por ver cuáles serán los efectos de sus innovaciones en la cuenta de resultados. Los países que han declarado estados de excepción o de alarma están adaptando las reglas del juego que normalmente imperan en las políticas farmacéuticas. Es el caso de Israel que ante la expansión de la enfermedad por su país ha decidido saltarse la patente de Kaletra que estaba en vigor en su país hasta 2024 para producir un genérico con su fórmula.
Esto es lo que se denomina licencia obligatoria, por la que el legislador permite que un medicamento protegido por patente sea copiado por otro fabricante, normalmente designado por el gobierno para fabricarlo y poder garantizar su suministro a la población. Un movimiento recogido por la Organización Mundial del Comercio en los Aspectos de los Derechos de Propiedad Intelectual relacionados con el Comercio, o ADPIC.
El ministro de Ciencia Pedro Duque, en el marco de una multiconferencia con un total de 14 países, organizada por la Oficina de Política de Ciencia y Tecnología de Estados Unidos, se sumó a la iniciativa de Australia para que se produzca una excepción de la regulación mundial de patentes a fin de acelerar los procesos de licencia y transferencia de tecnología, para poder fabricar determinados productos en todo el mundo de manera rápida: tanto los preciados test como las posibles vacunas.
Vacunas contra el coronavirus
Pese a la necesidad de encontrar tratamientos, la verdadera carrera de esta batalla pasa por encontrar una vacuna. Algo en lo que están poniendo todos los esfuerzos las autoridades sanitarias, los centros de investigación y también la industria farmacéutica. Según los datos de la Ifpma, hay 20 vacunas en desarrollo en las que está implicada la industria farmacéutica, el dato global de la OMS que cuenta también la investigación pública son 44. Aunque la cifra es esperanzadora, los expertos advierten de que pueden transcurrir entre 12 y 18 meses hasta dar con una que sea efectiva frente al coronavirus. La Ifpma recuerda que, de forma habitual, solo una de cada diez vacunas en investigación logra finalmente ser aprobada.
Una de las vacunas podría tener sello español. La compañía PharmaMar sube cerca de un 17% en bolsa en los últimos cinco días por sus avances en los ensayos con Aplidin, un antitumoral para el cáncer hematológico. La farmacéutica también ha logrado que sus tests de diagnóstico para el coronavirus reciban el sello CE por el que cumplen con las directrices europeas de productos sanitarios.
Pero la definitiva podría llegar de cualquier lugar del mundo. Las farmacéuticas y los centros de investigación trabajan de la mano para lograr una vacuna. La alemana CureVac trabaja en un ensayo clínico con la alianza CEPI que incluye a organizaciones públicas y privadas. GlaxoSmithKline (GSK), laboratorio británico también apoya trabajos en la Universidad de Queensland (Australia) para dar con la vacuna. Johnson & Johnson en Estados Unidos o Sanofi también corren esta contrarreloj contra una pandemia que ha paralizado el mundo.
Con todo, los países saben que el primero que logre dar con la vacuna tendrá ventaja frente al resto, puesto que podrá garantizar el abastecimiento de su población de forma prioritaria. Actualmente, China controla la producción del material sanitario y su acceso está siendo limitado en el resto de países. La importación de mascarillas es un ejemplo.
Muchos científicos ponen en tela de juicio estos días que la carrera por la vacuna contra el SARS Co-V 2 tenga sentido en mitad de una pandemia. Los llamamientos a una ciencia abierta, esto es, a investigaciones que comparta sus avances de manera inmediata sin guardarse los habituales secretos industriales, porque aceleraría el desarrollo del remedio. Uno de los llamamientos más significativos de llamamiento a la unión de la ciencia del mundo se producía esta semana en la revista Science, en una editorial en la que reclamaba la creación de un Proyecto Manhattan para hacer la mejor vacuna posible, en vez de dividir esfuerzos en múltiples vacunas de diferente eficacia.
Estos días el nombre de Jonas Salk está en la mente de muchos investigadores. Salk fue el creador en los años cincuenta de la vacuna que lleva su nombre contra la poliomielitis. Una de las primeras vacunas capaces de inmunizar contra un virus en general y que fue decisiva contra una enfermedad que era letal, especialmente con los niños. En Estados unidos, solo en el año 1952 se infectaron 58.000 casos, de los que 3.145 fallecieron y 21.269 quedaron afectados por parálisis de distinto tipo. Salk no patentó la vacuna. Cuando le preguntaron en una entrevista a quién pertenecía la vacuna contestó: “Yo diría que a la gente. No hay patente. ¿Puedes patentar el sol?”. La vacuna se pudo usar por todo el mundo para combatir la enfermedad.
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