Hasta hace pocos días, Mark Rutte era prácticamente un desconocido para los ciudadanos españoles, pero su férrea defensa de los intereses de su país en las negociaciones por el fondo de reconstrucción están convirtiendo al primer ministro holandés en un auténtico villano para los países del Sur. El político, austero en lo público pero también en lo privado, es un primer ministro atípico que, tras estas negociaciones, ha aumentado su popularidad tanto dentro como fuera de su país.
Graduado en Historia, dio sus primeros pasos en política ya en la Universidad con su incorporación al Partido Popular por la Libertad y la Democracia, de corte liberal de centroderecha. Al salir de la Universidad comenzó a trabajar en Recursos Humanos en Unilever, una carrera que compaginó con la política hasta su nombramiento como secretario de Estado de Asuntos Sociales y Empleo en 2002 y, posteriormente, de Educación, Cultura y Ciencia. Poco después fue elegido líder de su partido y es primer ministro desde 2010. En la próxima primavera se juega la reelección, que sería su tercera victoria en las urnas.
Rutte es un político atípico al que se suele ver yendo en bicicleta a su oficina a diario, cuando no lo hace en su viejo coche, así como haciendo la compra en la ciudad, dos muestras de un carácter austero que ha convertido en bandera en las negociaciones europeas. También lejos del perfil habitual de primeros ministros, el holandés no tiene esposa ni hijos.
El primer ministro holandés, el pequeño de siete hermanos, perdió a su madre en plena pandemia, durante la que tuvo que estar separado de ella por las restricciones que él mismo impuso para toda la población. Mieke Rutte-Dilling, que vivía en una residencia de ancianos de La Haya, falleció a los 96 años hace un par de meses por motivos de salud, pero no fue víctima del Covid-19.
Este desgraciado acontecimiento llevó a Rutte a las rotativas de la prensa internacional, que hace dos años recogía una anécdota del holandés a la entrada del Parlamento Europeo, en la que derramó un café por el suelo y que él mismo limpió con una mopa entre vítores del personal de limpieza, haciendo gala de un carácter más campechano de lo habitual entre líderes del Norte.
Durante estas tensas negociaciones, el primer ministro holandés se ha permitido, incluso, bromear sobre la duración de la cumbre con la prensa localizada en Bruselas. A primerísima hora del lunes, tras casi un día entero de negociaciones sin descanso, de vuelta al hotel para poder dormir Rutte ironizaba con algunos periodistas sobre la posibilidad de que el Consejo Europeo durara hasta el próximo fin de semana. "Disfrutad de Bruselas", les decía.
El papel de Schäuble
El holandés es capaz de llevar su posición hasta las últimas consecuencias aunque se quede solo, como ha demostrado durante estas negociaciones, en las que desde un primer momento ha exigido a España e Italia el compromiso de hacer reformas para poder acceder al fondo europeo.
No es difícil verle montado en su bicicleta de camino a la oficina, haciendo gala de una cercanía que le ha granjeado popularidad en su país
Impuesta la condicionalidad y con el deseo de poder vetar el acceso a las ayudas si considera su uso inadecuado, el holandés ha personificado el bloqueo durante las negociaciones y ha levantado reticencias entre los socios del Sur, con cuyos líderes, pese a todo, dice tener una buena relación personal. El presidente francés, Emmanuel Macron, ha llegado incluso a acusarle de tomar el papel de obstrucción de los británicos durante la negociación del Brexit.
Su posición, salvando las distancias, recuerda a la del exministro de Finanzas de Alemania Wolfang Schäuble, que defendió con mano de hierro la austeridad frente a los países del Sur durante la crisis del euro. Junto con su antagonista, el griego Yannis Varoufakis, que no podría ser más distinto a él en todos sus matices, dieron pie a las mayores tensiones que se recuerdan en el seno de la Unión. Schäuble no solo se convirtió en un auténtico villano para Grecia, sino también para España.
Aquellos tiempos quedan ahora atrás, con una crisis que poco tiene que ver con la del euro y con una Alemania que ha pasado de ser el enemigo número uno del Sur a su principal aliado. Angela Merkel y su equipo han entendido que esta crisis no es consecuencia de la mala gestión, al contrario que Rutte, que no abandona su posición de frugal hasta el final. El holandés es ahora el villano, al contrario que en su país, tachado muchas veces de paraíso fiscal, donde acogen de buen gusto la pelea por la austeridad del Sur.
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