Todos los bancos hablaban de ello, pero ninguno se daba por aludido. Los grandes bancos españoles llevan meses dando por hecho que se avecinaba una nueva ola de fusiones, que la consolidación iba a ser necesaria para elevar una rentabilidad ahora exigua, que la integración era una vía obvia para blindarse ante el impacto de la crisis del Covid en un sector ya muy tocado… Pero todas las entidades presumían al tiempo de ser capaces de seguir en solitario y de que podían hacerlo siendo rentables.
Todos anticipaban un nuevo baile de fusiones, pero ninguno se veía como protagonista. Hasta ahora. CaixaBank y Bankia han dado el pistoletazo de salida. Ambas entidades han confirmado que mantienen contactos directos para estudiar una fusión que puede ser inminente y que crearía el nuevo mayor banco de España, superando holgadamente a Santander y BBVA.
Un nuevo mastodonte con unos activos de unos 660.000 millones de euros, que alumbraría sinergias millonarias, pero que también presenta enormes duplicidades en la plantilla (en total, unos 51.000 empleados) y en su red de sucursales (en total, unas 6.600). La fusión cuenta con el aval del Gobierno (al menos de la vicepresidenta económica, Nadia Calviño, pese a las quejas de su compañero de coalición Unidas Podemos) y en el sector se da por hecho de que saldrá adelante.
Una operación que no es, o al menos no sólo, un movimiento corporativo para ganar tamaño, sino que se trata más bien de una fórmula de resistencia para defenderse ante el hundimiento de la rentabilidad del sector ganando eficiencia operativa a base de sinergias y ahorro de costes. La rentabilidad ya estaba derrumbándose en un escenario de bajos tipos de interés y para el que no existen perspectivas de mejora inmediata.
Y con el negocio ya en el alero, con los bancos teniendo muy difícil cobrar por sus servicios, ahora el sector financiero se enfrenta al zarpazo de la crisis económica provocada por la pandemia, que anticipa un temidísimo incremento de la morosidad y otro mordisco a la rentabilidad. En paralelo, las entidades se ven obligadas a ganar tamaño para afrontar las grandes inversiones en digitalización y plantar cara a los gigantes como Google o Amazon de cara la revolución tecnológica ineludible del sector financiero.
En este contexto, las propias entidades y también los reguladores han venido defendiendo la necesidad de emprender un nuevo proceso de consolidación en la banca española. “Me temo que no queda otra que pensar en las fusiones, tanto en las nacionales como en las transfronterizas”, reconocía esta misma semana el presidente de la Asociación Española de Banca (AEB), José María Roldán. “Las fusiones son una forma de eficiencia y de mejorar la rentabilidad en un periodo corto de tiempo”.
El nuevo intento de unir CaixaBank y Bankia (no es el primero, ya se exploró la integración en 2012, en mitad de la anterior ola de concentración) puede ser solo un primer episodio de un baile de fusiones. Un proceso que se mueve pues entre la necesidad y la virtud. Tanto desde el Banco de España como desde el Banco Central Europeo se ha venido bendiciendo por anticipado y muy explícitamente posibles fusiones para proteger al sector frente a la baja rentabilidad.
“Existe margen para que se produzca alguna consolidación en el sector que contribuya a hacer que las entidades, y el sistema en su conjunto, sean más resistentes”, apuntaba también esta semana el gobernador del Banco de España, Pablo Hernández de Cos. El vicepresidente del Banco Central Europeo (BCE), Luis de Guindos, indicaba igualmente hace unos días que una consolidación del sistema financiero “relativamente rápida y urgente” sería útil para mejorar la rentabilidad del sector, muy dañada por la crisis del Covid y que ya era un problema antes de la pandemia.
Escudo milmillonario
La gran banca española ya arrastra en sus cuentas el peso del escudo que han levantado para protegerse de la crisis: casi 12.000 millones de euros en provisiones con las que las seis mayores entidades españolas trata de blindar su balance frente al aumento de riesgo por la crisis. Medidas de contingencia con las que los bancos han sacrificado aún más su rentabilidad y que, en algunos casos, se han traducido en pérdidas históricas.
En la primera mitad de 2020, Caixabank ha sufrido una caída del 67% de sus beneficios, hasta 205 millones de euros hasta junio, y Bankia ha ganado un 64% menos, hasta 142 millones. Fuertes retrocesos de las ganancias después de que las entidades han realizado provisiones por 1.155 millones y de 310 millones, respectivamente, por las medidas de contingencia ligadas a la crisis.
Una estrategia conservadora de protección frente al riesgo de potenciales insolvencias generalizada en todo el sector. Santander registró en el semestre sus primeras pérdidas y lo hizo con unos números rojos desorbitados de 10.798 millones, tras ejecutar provisiones por más de 7.030 millones por la caída del valor de activos financieros por el Covid y ajustes contables del fondo de comercio y de activos diferidos por otros 12.600 millones.
Y BBVA registró unas pérdidas de 1.157 millones hasta junio por las dotaciones extraordinarias de 2.104 millones para blindarse frente al golpe de la crisis y ajustes de 2.084 millones en el fondo de comercio. Sabadell hundió un 72% su beneficio tras destinar 1.089 millones a provisiones y Bankinter lo redujo un 64% por las dotaciones extraordinarias de 192 millones.
La integración de CaixaBank y de Bankia se anticipa por analistas e inversores como el pistoletazo de salida para una nueva oleada de fusiones. Santander y BBVA pueden buscar pareja para ganar tamaño y acercarse al nuevo gran banco que viene, Sabadell figuraba como favorito para unirse a Bankia y ahora se queda como el mayor banco mediano, Liberbank está en las quinielas del mercado para ser el siguiente en buscar pareja... Con el regulador impulsando las fusiones como una vía para proteger la rentabilidad en tiempos de crisis y bajos tipos, la unión CaixaBank-Bankia abre la veda.
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