Isidro Fainé ha ganado la partida. El banquero catalán, esta vez sí, ha sido capaz de conducir hacia el éxito un proyecto que había intentado en el pasado y que -por distintas circunstancias- siempre se quedó en el camino: la unión de CaixaBank con Bankia.
Con la creación del mayor banco de España, el financiero gana más influencia aún. Y ya tenía mucha. Pocos empresarios en Cataluña han tenido tanto poder, durante tanto tiempo, como Isidro Fainé. Desde que se hizo con la dirección general de La Caixa, en 1999, el directivo de Manresa ha sido una voz autorizada -y poco menos que imprescindible- en cada uno de los grandes acontecimientos políticos y económicos que han tenido lugar en la autonomía.
Fainé es el ejemplo de banquero en estado puro, como lo fueron en su día Emilio Botín, Luis Valls o Alfonso Escámez. Para muchos de sus rivales es el último mohicano del sector, el superviviente de una exitosa generación de banqueros que vivieron en primera fila la transformación radical del sector en España: desde las entidades que financiaron el renacer económico de la posguerra -como el Banco Central o el Banco de Bilbao- a la creación de los gigantes que hoy sacan pecho en el exterior, como Santander o BBVA.
A diferencia de rivales como Emilio Botín –que procedía de una estirpe adinerada-, Fainé alcanzó el Olimpo financiero partiendo desde lo más bajo. Se crió en un barrio humilde de Santa Coloma de Gramanet, en el seno de una familia de labradores, según ha reconocido el mismo en público, “con unas condiciones muy limitadas”.
Buen estudiante, sacrificado, ambicioso y con fuertes convicciones religiosas, Fainé recorrió oficios variopintos a finales de los 50 para costearse los estudios. Logró licenciarse en Económicas en la Universidad de Barcelona. Con el título como salvoconducto, llamó a las puertas de la banca. El Banco Atlántico se las abrió por primea vez en 1964. Y Fainé, con 22 años, entró en el negocio financiero para no volver a salir.
Para llegar hasta La Caixa saltó de banco en banco durante casi dos décadas: Banco Asunción, Banca Riva y García, Banca Jover y Banco Unión. En 1981, se incorporó a la caja de ahorros más poderosa de Cataluña. Le fichó Josep Vilarasau en un avión. En el corto trayecto del Puente Áereo, el entonces director general de La Caixa le convenció para unirse al proyecto.
La entidad –muy volcada desde siempre con la industria catalana- necesitaba un viraje hacia el negocio comercial y crecer fuera de las fronteras autonómicas. Sólo así podría ganar tamaño y mantener el pulso a los grandes bancos de la época.
Fainé se puso manos a la obra. Los buenos resultados le auparon hasta la dirección general en 1991, cuando Vilarasau fue nombrado presidente. A lo largo de la década de los 90, La Caixa avanzó con ímpetu gracias a la sólida bicefalia ejecutiva que formaron Fainé y Antonio Brufau. Ambos eran director generales, pero con labores bien compartimentadas: el primero se ocupaba del negocio bancario y el segundo de la envidiable cartera industrial.
Cuando Brufau dio el salto a Repsol, en 2004, Fainé se quedó con todo el poder ejecutivo. Y en 2007 relevó a Ricardo Fornesa en la presidencia. Para entonces, ya era una de las personas más influyentes de Cataluña.
La presidencia de La Caixa fue otro salvoconducto, esta vez infinitamente más poderoso. Le abrió los despachos políticos más codiciados –los de Barcelona y, por supuesto, los de Madrid-. Fainé usó su instinto de supervivencia innato, su mano izquierda a prueba de bombas, para moverse sin pisar charcos en el terreno pantanoso de la política. Al igual que hizo Botín en su día, trató a políticos de izquierda y de derecha con olfato fino y sin complejos.
Su equidistancia le funcionó hasta que el desafío independentista se cruzó por medio. En 2016 dejó la presidencia de CaixaBank en manos de Jordi Gual, para desempeñar el mismo cargo en la Fundación Bancaria La Caixa y en Gas Natural. Sólo un año después, los partidos separatistas plantaron cara al Estado, convocando un referéndum ilegal sobre la independencia.
La Caixa guardó silencio durante semanas, mientras avanzaba la cuenta atrás de la fatídica consulta (1 de octubre). Fainé midió al milímetro su reacción, que llegaría, finalmente, el 7 de octubre; es decir, seis días después del referéndum y apenas dos semanas antes de que el Parlamento catalán aprobará la Declaración Unilateral de Independencia (27 de octubre). El consejo de CaixaBank aprobó el traslado de la sede a Valencia. Una decisión rotunda con la que la entidad marcó distancias con el independentismo, pero cuya tardanza acabó granjeando críticas hacia Fainé.
Superadas las turbulencias políticas -de momento-, al banquero le toca lidiar ahora con el zarpazo de la pandemia a los ingresos de CaixaBank. Y lo va a hacer haciendo aún más grande su entidad, anticipándose a la inevitable nueva ola de fusiones bancarias que se avecina. Quienes le conocen saben que está dispuesto a hacer virtud de la necesidad, una vez más en su vida.
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