El hombre que presidió La Caixa durante 32 años apenas merece una mención de pasada en la web corporativa de la entidad. No hay cuadro de honor en la casa para Miguel Mateu y Pla, la persona que más años ha ostentado el cargo institucional.
En Cataluña, desde siempre, ser presidente de La Caixa ha dado prestigio y, sobre todo, poder. Aunque Mateu y Pla nunca necesitó el cargo para sentirse poderoso. Porque nació en familia acaudalada e influyente y supo cultivar amistades de altos vuelos. La más insigne, la de Francisco Franco, su amigo -de verdad- durante tres décadas.
Para Miguel Mateu y Pla, el despacho en la sede de La Caixa era sólo uno más de los muchos que ocupó en su boyante trayectoria. Fue alcalde de Barcelona y embajador en París. Y procurador en las Cortes. Y presidente de la Agencia EFE y la patronal Fomento del Trabajo. Y tuvo despacho hasta en un castillo –su castillo-, el de Peralada, donde compartió veladas íntimas con el Caudillo, rodeados de arte exquisito, a orillas de los viñedos del Ampordá.
Mateu y Pla nació rico y murió más rico aún. Su padre era Damián Mateu, industrial exitoso que pasaría a la historia del motor en España por ser uno de los padres de la mítica Hispano Suiza. De aquella factoría salieron los primeros coches de lujo fabricados en España (hoy sueño de coleccionistas). La empresa catalana acabaría vapuleada por la guerra y engullida en la posguerra por el Instituto de Industria (INI). Pero sus años dorados, a principios del siglo XX, sirvieron para enriquecer a los Mateu.
El encargado de engordar las arcas familiares fue Miguel. Se formó en la Universidad de Barcelona y aderezó su currículo con estudios en Estados Unidos y Francia. En la década de los 20 ya era un miembro destacado de la élite catalana. Tenía contactos ilustres en la iglesia (su tío era Enrique Plá, arzobispo de Toledo y Primado de España); y, por supuesto, en el mundo de los negocios: se crió rodeado de empresarios y acabó casándose con la hija del hombre fuerte de la alemana Basf en España (Julia Quintana).
Su fortuna era tal que, en 1923, le compró el castillo a los condes de Peralada, cuyos cimientos se plantaron en la Edad Media. El edificio histórico se convirtió rápidamente en el símbolo del poderío familiar. Miguel Mateu era -como recuerda la web corporativa de la familia- "uno de los mayores coleccionistas de su tiempo". "Don Miguel hizo de Peralada su particular centro de arte, reuniendo allí sus colecciones de vidrio, pintura, cerámica, etc", explica la compañía, convertida en la actualidad en uno de los principales productores de vino de la región -entre otros negocios- y dueña del famoso casino cobijado en un ala del castillo.
Por Peralada pasaron los personajes más ilustres de los años 20, de la esfera cultural a la política y, por supuesto la empresarial. Y del castillo tuvo que huir Mateu cuando estalló la guerra. Su estrecha relación con Franco le blindó frente al enemigo rojo. Gracias a ellos, logró cruzar al lado de los rebeldes e instalarse junto al líder de la revuelta militar.
El empresario vio desde la distancia, como miembro destacado de la cohorte de Franco, cómo sus propiedades cambiaban de manos. La fábrica de coches -pulmón del negocio familiar- fue nacionalizada por el president Lluis Companys, después de que la tomaran huestes exaltadas de la CNT (en la incautación murió el administrador).
La guerra civil sirvió para que Miguel Mateu reforzará aún más su amistad con Franco. El periodista Lluc Salellas recuerda en su libro El franquisme que no marxa cómo le definía en su día Josep Pla. "Un personaje siniestro, un burgués dominado por el miedo, por un ansia económica sin límites, el auténtico representante del franquismo en Catalunya”, escribió el famoso escritor catalán.
La victoria de Franco abrió una etapa de gloria para Mateu. Además de recuperar sus legítimas propiedades, no regresó a Barcelona como un ciudadano más, sino como alcalde. Gobernó la Ciudad Condal en los primeros años de la posguerra, entre 1939 y 1945. El glamour regresó al Castillo de Peralada, cuyos salones serían testigos de encuentros políticos de alto nivel. Hasta allí se desplazaron los enviados de Adolf Hitler para dialogar con el gobierno franquista sobre la ocupación de Francia. Y en una de sus alcobas durmió Franco en 1940, de camino a su encuentro con Benito Mussolini en Bordighera.
Fue justo ese año cuando La Caixa le ofreció el sillón de presidente. "Con el inicio de la Guerra Civil española, se viven unos años convulsos y de estancamiento. Con ella, Miguel Mateu y Pla, empresario y alcalde de Barcelona, es nombrado nuevo presidente de la entidad", explica CaixaBank en un documento titulado "Historia del grupo" y publicado en la web corporativa.
La entidad había nacido en 1904 de la mano de Francesc Moragas, bautizada como Caja de Pensiones para la Vejez. Contaba con el apoyo de "diversas entidades de la sociedad civil catalana", con el objetivo de" estimular el ahorro y la previsión".
El negocio de la caja se asentó pese al agitado panorama político y económico de la primera mitad del siglo. Empezaron por abrir oficinas de cara al público, luego dieron el salto a Baleares y tomaron la acertada decisión de integrar plenamente y profesionalizar la Obra Social (en la actualidad no sólo pervive, sino que dedica más de 500 millones anuales a proyectos sociales y culturales).
Acabada la Guerra Civil, la entidad tenía por delante el reto de crecer en un país destrozado, en lo económico y en lo anímico. La Caixa dejó la estrategia en manos de su director general, Josep María Boix, quien había cogido las riendas tras la muerte del fundador. Y entregó al alcalde de Barcelona la presidencia, de carácter institucional.
Miguel Mateu la ostentaría hasta su muerte en 1972. Durante sus 32 años de presidente hubo dos directores generales que movieron las palancas de la estrategia. Primero Boix y más tarde Enrique Luño Peña, un aragónes a quien se encomendó la tarea de mantener el negocio financiero alejado de las tentaciones de los políticos, locales y nacionales. La misión no podía ser más espinosa, teniendo en cuenta que la propia entidad estaba presidida por un político con enorme peso en el establishment.
Así lo recordaba su sucesor, Josep Vilarasau, en un artículo publicado en La Vanguardia tras la muerte de Luño, en 1985. "Durante su mandado, La Caixa mantuvo su independencia ante los diversos grupos de presión políticos y económicos. Un conservador tradicionalista como Luño Peña rehusó enrolar La Caixa en ninguna órbita de las que entonces luchaban por el poder", escribía Vilarasau. "Y no la sometió tampoco a ningún grupo económico. Y ello pese a que un régimen político como el entonces imperante en nuestro país reducía inevitablemente el margen de independencia de toda institución que tuviera una proyección importante".
Durante tres décadas, Mateu dejó hacer a quien sabía de finanzas. Entre 1945 y 1947 ejerció de presidente a distancia, ya que Franco le envió a París como embajador. En la capital francesa trabajó duro: la embajada proyectó decenas de informes y reuniones dirigidos a mejorar la imagen del régimen en el exterior.
Cuando volvió a Barcelona, ya era una reverencia para la burguesía catalana. Y para la madrileña: fue procurador en las Cortes durante 24 años, como consejero nacional de la Falange.
Miguel Mateu murió tres años antes que su amigo Francisco Franco. Dejó tras de sí un importante emporio empresarial que crecería de la mano de su hija Carmen, una de las grandes mecenas de la cultura catalana y fundadora del conocido Festival Castell de Peralada.
Cuando murió, en 2018, Carmen Mateu contaba con grandes distinciones, de la medalla de Oro del Cercle del Liceu a la Creu Sant Jordi de la Generalitat. El Consejo de Ministros también le concedió la medalla de Oro del Mérito a las Bellas Artes. La empresaria murió sin poder recogerla el mismo año en que el Ayuntamiento de Barcelona le retiraba una distinción idéntica a su padre.
El viernes 27 de abril de 2018, el pleno del consistorio, encabezado por Ada Colau, aprobó la retirada de la medalla de oro de la ciudad. Así justifica el Ayuntamiento de Barcelona la medida: "Miquel Mateu Pla fue el primer alcalde falangista de la ciudad y máximo responsable de la represión de los trabajadores municipales. El proceso se produjo al amparo de la ley franquista para la depuración de los funcionarios y las funcionarias públicos de 10 de febrero de 1939 sin las mínimas garantías de defensa para las personas implicadas".
El consistorio recuerda cuál fue el resultado de la purga: "Más de 922 funcionarios y funcionarias fueron destituidos, algunos por incomparecencia, ya que se exiliaron o renunciaron a los cargos cuando supieron que estaban marcados como republicanos; y 696 personas más fueron sancionadas e incluso inhabilitadas por cargos de mando.
La retirada de la medalla fue acompañada de otra medida aprobada el mismo día por el pleno: la anulación de 1.618 expedientes de depuración. Ese viernes de 2018, Miguel Mateu, héroe para el bando franquista, quedó registrado como villano en la historia oficial de la ciudad.
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