“Un Estado que empequeñece a sus hombres, a fin de que puedan ser más dóciles instrumentos en sus manos, aún cuando sea para fines beneficiosos, hallará que con hombres pequeños ninguna cosa grande puede ser realizada; y que la perfección del mecanismo, a la cual todo lo ha sacrificado, terminará por no servirle para nada por falta del poder vital que, en aras de un más fácil funcionamiento de la máquina, ha preferido proscribir”. He aquí –literalmente– el último párrafo de una obra maestra de la civilización occidental, Sobre la libertad, escrita en 1859 por el simpar erudito John Stuart Mill; un texto emblemático y de culto del liberalismo político.
La reflexión de Mill viene como anillo al dedo –sirve de epílogo– de la nueva vuelta de tuerca que el social-comunismo gobernante acaba de dar a la educación; no conformes con sus previas hazañas de envilecimiento educativo en pro de la docilidad ciudadana.
Si en el pasado hubo un izquierda ilustrada que consideraba la educación el mejor y mas legítimo ascensor social posible, una vez extendida como derecho ciudadano, la izquierda de ahora la utiliza para desproveerla de sus valores clásicos: el esfuerzo, la disciplina, el mérito, la autoridad del profesor, etc..para sustituirlos por un nihilismo moral acompañado de un adoctrinamiento político que trata de replicar la formación del espíritu nacional de Franco, que dejó de existir hace casi medio siglo.
Un serio y muy importante ministro socialista de los años ochenta del pasado siglo, ya advirtió a sus compañeros del partido que su desvalorización de la educación era incompatible con la economía de mercado, que como es natural premia la excelencia y rehúsa la mediocridad.
La izquierda de ahora utiliza la educación para desproveerla de sus valores clásicos: el esfuerzo, la disciplina, el mérito o la autoridad del profesor
Que el país con mas desempleo del mundo civilizado acentúe la trivialización de la educación, que obviamente limita la creación de empleo de alto valor añadido, solo puede entenderse leyendo en los Episodios Nacionales–capítulo 19 de la 2ª serie– de Pérez Galdós a un personaje liberal: “Si no estuvieran tan arraigadas aquí las rutinas, la ignorancia, y sobre todo la docilidad para dejarse gobernar, otro gallo nos cantara”. Un siglo después recobra vigencia aquello que dio lugar al “vivan las cadenas”.
El programa de mala educación social-comunista, aunque sea triste reconocerlo, cuenta con apoyo ciudadano: los padres que se conforman con dejar a sus hijos en manos del Gobierno que les dará un título sin necesidad de aprobar, ni por tanto estudiar ni sacrificarse. Un título que la sociedad civil empresarial, y hasta el propio Estado en sus oposiciones -si no las subvierten también- a funcionarios, considerará en lo que pueda valer: muy poco o nada. Este panorama, en presencia de un marco laboral especialmente rígido, desemboca necesariamente en una dócil dependencia del Estado
Pero hay todavía muchos padres de todas las clases sociales, que en contra de la opinión de la ministra de Educación, consideran -con toda la razón del mundo- que sus hijos no son del Estado y que por tanto su patria potestad es inviolable. Estas familias, que consideran que la educación es fundamental para el desarrollo humano y profesional de sus hijos, tienen derecho a elegir un camino más serio y exigente que dote a sus hijos de valores morales y contenidos educativos para buscarse la vida con libertad y responsabilidad.
En España, la educación es un servicio público que prestan tanto el Estado como el sector privado. Los datos disponibles ponen de manifiesto –OCDE– que la enseñanza pública es mas cara y de menor calidad que la privada. Así el gasto anual por alumno –Ministerio de Educación- en enseñanza no universitaria es de 7.700 euros, una cifra superior al coste en el 99% de los centros privados. En cuanto a la calidad -según PISA- mientras que el nivel medio de España es de los peores, la enseñanza privada se compara con éxito con los mejores países, gastando mucho menos. Por tanto existe una clara y muy consistente relación inversa entre gasto público educativo y resultados obtenidos por los alumnos.
Existe una clara y muy consistente relación inversa entre gasto público educativo y resultados obtenidos por los alumnos
Mientras que los progresistas que están a favor de la depreciación de la educación siguen insistiendo en reclamar más inversión pública, los datos ponen claramente de manifiesto que, paradójicamente, las comunidades que gastan menos –en % sobre el PIB– son las que obtienen mejores resultados educativos; es el caso de Madrid, Cataluña, Baleares y Navarra. Ello sucede gracias a la eficiencia económica, que no forma parte de las preocupaciones de los progresistas.
Llegados a este punto es evidente que si se implantara el cheque escolar o bien se devolviera fiscalmente a las familias que no usen la educación pública su coste, todos saldríamos ganando:
- Se implantaría la libertad de los padres en la elección de la educación de sus hijos.
- Se rebajaría sustancialmente el gasto público, que tanto bien nos haría.
- Se crearía una sana competencia entre los dos tipos de enseñanza, que en el caso de Suecia cada vez favorece más a la enseñanza privada.
- Los más beneficiados serían los hijos de las familias menos “pudientes”, pues podrían optar por una educación privada exigente y de calidad, en vez de estar condenados a una cara y mala educación pública.
- Mejorarían los resultados escolares y España podría abandonar la cola de los ranking educativos.
- El empleo se vería revitalizado con una oferta laboral más capacitada.
Las experiencias internacionales y los datos disponibles no pueden ser más elocuentes, aunque el progresismo patrio no quiera saber nada de ellos desde su soberbia y dogmática ignorancia intelectual. Proscribir la buena educación para empequeñecer -en lenguaje de Mill– la ciudadanía “a fin de que puedan ser más dóciles instrumentos en sus manos” ha sido siempre el empeño de quienes tienen una concepción totalitaria –aún democrática- de la política.
Es hora de que la sociedad civil se movilice y alce su voz para evitar que tras unas próximas elecciones se consume la programada docilidad social que con tanto ahínco defiende el gobierno social-comunista.
“Un Estado que empequeñece a sus hombres, a fin de que puedan ser más dóciles instrumentos en sus manos, aún cuando sea para fines beneficiosos, hallará que con hombres pequeños ninguna cosa grande puede ser realizada; y que la perfección del mecanismo, a la cual todo lo ha sacrificado, terminará por no servirle para nada por falta del poder vital que, en aras de un más fácil funcionamiento de la máquina, ha preferido proscribir”. He aquí –literalmente– el último párrafo de una obra maestra de la civilización occidental, Sobre la libertad, escrita en 1859 por el simpar erudito John Stuart Mill; un texto emblemático y de culto del liberalismo político.
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