La carrera de Hui Ka Yan comenzó de modo sencillo. Aquella vida en la fábrica de acero a la que había dedicado más de una década le había cansado. A finales de los 90 optó por probar por su cuenta, por dar un cambio a su vida laboral. China comenzaba a crecer y en el gigante asiático la propiedad privada como sueño realizable para todos hacía tiempo que había entrado en millones de hogares. Fundar una inmobiliaria parecía una buena opción. No tardó en descubrirlo.
Su primer proyecto se basó en adquirir pequeñas propiedades, más accesibles. De la primera, en la provincia de Guangzhou, en 1997, a la última, le separan 24 años y 12 millones de viviendas vendidas en China. Su sello, Evergrande, está presente en nada menos que 280 ciudades chinas. Urbes que han ido aflorando y creciendo sin fin al ritmo de la evolución de la mayor economía del planeta hasta convertirse en metrópolis con millones de personas.
En esa ruta por el ladrillo y las grúas, además de decenas de proyectos en otros sectores, ha vivido una montaña rusa financiera que le ha llevado desde la fortuna multimillonaria que se ha embolsado a las deudas insostenibles que ahora le aprietan y amenazan con desahuciarle.
La historia de Evergrande podría resumirse de modo simple, sin serlo: abarcar demasiado, extenderse por terrenos desconocidos y una mala planificación de las finanzas incapaz de hacer frente a imprevistos, cambios y malas decisiones. El gigante inmobiliario anunció el lunes que suspendía la cotización de sus acciones en la bolsa de Hong Kong. Los títulos hace semanas que estaban hundidos, que su valor había caído en barrena. Este martes sus títulos han vuelto a cotizar en la bolsa y lo han hecho con una leve subida del 1%. Por el momento la compañía aguanta pese a la caída de sus ventas de propiedades que las cifra en un 38% el pasado ejercicio. O, lo que es lo mismo, una pérdida en ventas de algo más de 38.900 millones de euros. La sostenibilidad de la segunda inmobiliaria de China se ha convertido en la prueba más exigente para la economía del Gobierno de Xi Jinping. Evitar un efecto contagio en su país y desde él al resto del planeta no será reto menor.
Amplia red de negocios
Las señales de agonía de la compañía habían sido detectadas meses atrás. Desde entonces el Gobierno y los líderes de Evergrande, con Xu Jiayin a la cabeza –que ha desembolsado parte de su fortuna para intentar salvar su empresa-, buscaban desesperadamente un salvavidas suficiente para contener la caída del monstruo.
Los millones de chinos adquirieron un piso a esta inmobiliaria lo hicieron al calor del crecimiento económico. Ahora, el escenario ha cambiado y quien soporta la hipoteca más abultada es Jiayin. A sus oficinas acuden cada vez un menor número de familias en busca de piso. La situación económica, la pandemia y las dudas sobre el futuro de las promociones, han ido tejiendo una sombra que ha retraído a los compradores e inquietado e a los proveedores. Pero esa sólo es una parte del hundimiento.
En estos años, el que es uno de los hombres más ricos del país, decidió que si había triunfado con las viviendas quizá podría hacerlo en otros muchos campos. El grupo comenzó a crecer, a pisar suelos nuevos: el vehículo eléctrico, proyectos deportivos, alimenticios, parques temáticos… A este multimillonario no le faltó el capricho de los ricos occidentales y orientales, su propio equipo de fútbol. El Guangzhou Evergrande cuenta con la que es considerada la escuela de fútbol más grande del mundo y construye un flamante campo de última generación.
Miedo al colapso
Y así, una amplia red de negocios que fueron engordando la lista de préstamos, de letras a pagar y de riesgos asumidos. Y de acreedores… El último revés, la orden de demoler 39 edificios en la provincia Danzhou por haberlos levantado al parecer sin los debidos permisos de construcción.
Una particular deuda que Evergrande pronto descubrió que no podría pagar. Las pérdidas de algunos proyectos, el descenso en ventas y los anuncios de mayor control del Gobierno sobre el endeudamiento del sector inmobiliario, hicieron imposible ocultarlo más. Evergrande reconoció el verano pasado que soportaba una deuda de 254.000 millones de euros. La venta de activos, de inmuebles y de negocios no ha sido suficiente hasta ahora para salir a flote. El pasivo de Evergrande equivale al 2% del PIB chino, mayor que el presupuesto de algunos países.
En el mensaje de fin de año Xu Jianyin aseguró a sus empleados -la compañía cuenta con casi 200.000 trabajadores y da empleo de modo indirecto a 3,8 millones- que el 91% de los proyectos seguían en marcha y que el futuro de la compañía era aún “brillante”. Un intento por calmar su preocupación y frenar el futuro oscuro que ya dibujan algunas agencias de calificación que sitúan a Evergrande en suspensión de pagos.
Por ahora, sus acciones han vuelto a cotizar en Hong Kong y a dar un nuevo balón de oxígeno. Pese a ello, el miedo al impacto que un colapso de la compañía tendría en la economía mundial continúa inquietando a inversores de medio mundo.
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