Cuando Nadia Calviño dio el pasado octubre su visto bueno a los presupuestos generales del Estado de 2022, no se imaginaba qué venía a la vuelta de la esquina. El Gobierno elaboró unas cuentas expansivas impulsadas en unas previsiones de crecimiento del 7% tras un avance previsto del 6,5% en 2021. No valoraban que se desencadenaría una guerra, que el precio de la energía se dispararía, arrastrando al resto de productos, que Europa se enfrentaría a problemas de suministro ni que en consecuencia tendrían que desembolsar 15.000 millones más en pensiones.
No es plato de buen gusto para el Ejecutivo el escenario actual, aunque posiblemente sea mejor de lo que se viene. Los diferentes organismos económicos que han actualizado sus previsiones macro esta semana pronostican no solo un crecimiento económico muy por debajo del inicialmente previsto para el conjunto del próximo año, sino también un frenazo que incluso podría llevar a España a la recesión técnica.
En la Autoridad Independiente de Responsabilidad Fiscal (AIReF) esperan que el PIB español avance 0,6% en un segundo trimestre de este año, para sumar otro tímido 0,4% en el tercero y un 0,3% en el cuarto y último. En el primero, el PIB creció tan solo dos décimas (0,2%), lo que provocó un fuerte conflicto entre el Gobierno y el Instituto Nacional de Estadística, responsable de publicar las cifras oficiales de crecimiento. En Economía esperaban que los datos fuesen mejores y el asunto terminó con la dimisión del presidente del INE, Juan Rodríguez Poo. Que, por cierto, aún no tiene sustituto.
Aunque en la AIReF no han evaluado aún qué pasará el próximo año, en BBVA Research calculan que España entrará en una recesión en el primer trimestre de 2023. Sucederá así tras sumar dos trimestres en negativo -lo que se conoce como recesión técnica-, aunque después prevén que el crecimiento vuelva a cifras positivas. El servicio de análisis económico del banco estima que en el cuarto trimestre de este año el PIB retrocederá un 0,3% y un 0,2% en el primero del año que viene, tras un verano que salvará el turismo.
En principio, esta recesión técnica sería breve y suave -"la contracción más suave de la historia económica de los últimos 40 o 50 años", según el economista jefe para España de la entidad, Miguel Cardoso-, y no llevaría al PIB español a retroceder en el conjunto del año. Según los diferentes organismos económicos, el PIB avanzará en 2023, aunque mucho menos de lo inicialmente previsto: BBVA Research apuesta por un 1,8%, aunque hace unos meses apostaba por un 3,3%, y la Comisión Europea, que también ha actualizado sus pronósticos esta semana, habla de un 1,5%, tras recortarlos nada más y nada menos que en 1,3 puntos en solo dos meses (en mayo hablaba de un 2,3%).
Fuentes del Banco Central Europeo esperan que este año el PIB avance un 3,5%, muy por debajo del 4,3% recogido en el último escenario macro planteado por el Gobierno, y pronostican también un tercer y cuarto trimestre prácticamente a cero, lo que inevitablemente lastrará la economía el próximo año. Hay que tener en cuenta que prácticamente todo el crecimiento previsto para este año viene dado gracias al impulso de 2021, lo que da una idea de cuánto podría condicionar el próximo ejercicio un fin de año malo.
En cualquier caso, en lo que unos y otros no pueden sino estar de acuerdo es en que la gran incertidumbre provocada por la guerra, que afecta al suministro de gas, a la inflación y al desembolso del consumo, entre otros, hacen muy complicado aventurarse a adivinar qué sucederá exactamente en los próximos trimestres.
El cóctel de la incertidumbre
Los economistas ya tienen claro que nos dirigimos a un parón económico. La duda es si será mayor o menor, si se prolongará durante unos meses, o dos o tres trimestres, para volver de nuevo a la senda de la recuperación, o si nos encaminamos a una recesión dura y persistente. El principal factor de riesgo es la guerra de Ucrania, del que penden muchos otros. Alemania ahora teme que Rusia recorte o corte completamente el suministro de gas del que depende el país, lo que le obligaría a limitar el gasto energético y a buscar otras fuentes para mantenerse en pie en medio de un proceso de descarbonización y de desmantelamiento de sus centrales nucleares.
Que los precios se sigan disparando depende de la crisis de suministros energéticos, pero también de los posibles efectos de segunda ronda, es decir, de que la propia inflación no se retroalimente en un bucle sin fin. Para conseguir evitar esto último, el Gobierno cree que deben controlarse los incrementos salariales y los márgenes de las empresas, pero no sabe cómo hacerlo. Los expertos añaden que también deberían limitarse las subidas de sueldo de los funcionarios y la de las pensiones para que el pacto de rentas tenga efectos y sentido.
La incertidumbre es también importante alrededor de qué deberían hacer los bancos centrales. En una situación de inflación provocada por una crisis de demanda, la receta es más sencilla: subidas de tipos de interés que enfríen la economía y relajen los precios, como ya está sucediendo en Estados Unidos. Pero en el caso de fuertes subidas de precios a consecuencia de un problema de demanda, como el actual, la teoría económica señala que los efectos de las subidas de tipos serían limitados para cumplir con ese objetivo.
El consumo, clave
Alemania será quien alumbre camino de los tipos, y el consumo el que condicionará en gran medida el avance de la economía española. Es otro de los grandes interrogantes para los analistas: ante esta situación de altos incrementos de precios -no vistos en 37 años-, ¿qué harán los españoles? ¿Contendrán sus gastos este verano a la espera de momentos mejores? ¿Derrocharán sin mirar atrás, impulsados aún por la sensación de llevar dos años encerrados por culpa del Covid?
Los datos de BBVA muestran que la mayoría de los españoles sigue sin haber empleado los ahorros que acumularon durante la pandemia, lo que puede llevarles a gastar más de lo habitual este verano. No obstante, el consumo depende mucho de otros factores. Quizá el miedo a una pronta crisis conduzca a muchos a medir bien cuánto gastan y en qué, a viajar pero a hacerlo menos días, a cenar fuera pero en establecimientos más asequibles, en un momento en que el crecimiento depende en gran medida de esa recuperación del consumo a niveles habituales.
Pero si algún consuelo le queda al Gobierno es que el mal, en este caso, es de muchos. Con una crisis energética y de precios que afecta a toda Europa, no parece que la Comisión Europea vaya a recuperar los límites de déficit y deuda pronto. Eso ayuda a Calviño a Montero a seguir gastando sin miedo -esperan que el déficit este año termine en el 3,9% y el próximo en el 3,3%, muy por encima del 3% que marcan las reglas fiscales-. Tanto ahora, como en 2023, año electoral.
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