Adriana Lastra dimitió el lunes como vicesecretaria general del PSOE. Argumentó que lo hizo por motivos personales. "Ser vicesecretaria general del Partido Socialista es una de las responsabilidades más hermosas que existen, también es una tarea muy exigente en tiempo, esfuerzo y desvelos", escribió. La socialista explicó que en los últimos meses se han producido "cambios importantes" en su vida personal: "Cambios que me exigen tranquilidad y reposo y que, en las dos últimas semanas, me han obligado a tomar una baja laboral que se va a prolongar aún un tiempo". Estos cambios son un embarazo de riesgo que requiere reposo.
La dimisión de Lastra provocó un enorme debate sobre si las mujeres deberían rechazar sus puestos de responsabilidad por cuestiones familiares en principio temporales. Si no habrían de recurrir simplemente a las bajas, ese derecho laboral ya consolidado, para no perder esos altos cargos, tan difíciles de conseguir para muchas ellas, en los que las mujeres siguen siendo aún pocas. Otros aseguraban que la sanchista daba un paso atrás por causas políticas desde la secretaría general y no por su familia ni su embarazo. Los últimos defendían que la libertad es precisamente eso, poder tomar decisiones sobre la vida personal en base a motivos privados sin tener que enfrentarse al juicio público.
El motivo es indiferente. Lo cierto es que esta salida ha vuelto a poner sobre el debate público una realidad: que las mujeres siguen siendo menos en puestos de responsabilidad, y que continúan estando más penalizadas por sus cargas familiares, algo que les lleva a no alcanzar, o a perder estos altos cargos con más facilidad que ellos.
Eldiario.es citaba esta semana un estudio de 2021 publicado en la revista científica SERIEs que revelaba que las mujeres pierden de media el 33% del sueldo en los 10 años siguientes a tener un hijo. Casi nada. Los hombres, por el contrario, lo aumentaban en un 5%. También recordaba que en 2022, en España, el 87,2% de las excedencias por cuidados de menores las han cogido las mujeres, que los hombres solo han pedido el 12,8%.
Según otro informe de la unión de empresas Closingap, elaborado por la consultora Kreab y centrado en puestos de liderazgo, estas renuncias terminan perjudicando sobre todo en el sector de la política. La esfera política es aquella donde las mujeres tienen menor representación en España, por debajo del ámbito de las empresas y de los medios de comunicación. Es decir, que en base a su investigación las mujeres en puestos de notoriedad pública son un 22% en política, frente al 30% del mundo de los medios de comunicación y de las empresas.
La diferencia con otros países es sangrante: en Alemania, que va a la cabeza del mundo, las mujeres son el 66% en puestos de notoriedad pública, mientras que en Noruega son el 53,3%. El promedio europeo supera el 25%. En el ámbito de la empresa, la media europea está en el 27,3%, lejos de Islandia y Francia, con un 45,9 y un 45,2%, respectivamente. En los medios de comunicación es donde existe una mayor representación femenina. Según el mismo estudio, es de un 28% a nivel europeo y de un 29% a nivel nacional, siendo esta la variable que registra menos diferencias entre países. Sin embargo, el porcentaje más alto, el de Suecia, con un 33,6%, queda muy lejos de la paridad.
Además, ellas sufren una mayor brecha salarial de género en política que en empresas y medios, ya que ganan un 18% menos que los hombres. En el ámbito empresarial, la brecha de género es del 13,6%, y en el de los medios, del 11%, según las conclusiones del mismo informe.
Más allá de la penalización: por qué ellas tienen más difícil llegar
En todas las regiones del mundo, las mujeres siguen siendo las principales responsables de los cuidados y del trabajo en el hogar, incluyendo a las que tienen trabajos remunerados a tiempo completo. Otra investigación de Marta Fraile, del Instituto de Políticas y Bienes Públicos del Centro Superior de Investigaciones Científicas y publicada en 2018, ahonda en las razones detrás de la brecha de género ligada al mundo de la política en España.
"Las normas ligadas a la socialización en roles de género se aprenden en la infancia y resultan muy difíciles de cambiar, una vez que se han asimilado. Mientras que, en general, a las niñas se les inculca el valor de la empatía e interconectividad con los demás, a los niños se les enseña la importancia de valores como la asertividad, el interés personal y la independencia. Todo ello se traduce en expectativas muy distintas respecto al papel de hombres y mujeres en la sociedad", cuenta la autora.
"Obviamente, de los hombres se espera una mayor implicación en la vida pública, mientras que de las mujeres se espera que den prioridad al ámbito familiar y privado frente al público. Esta narración sobre lo que somos y deberíamos ser afecta a nuestras relaciones en el trabajo, en el hogar, en la escuela, y contribuye a crear dinámicas y procesos sociales que desempeñan un papel fundamental a la hora de perpetuar las desigualdades y diferencias de género existentes", ahonda.
El estudio de Funcas también incide en cómo las mujeres muestran menor confianza en sus propias capacidades, ya sean estas cognitivas, como de liderazgo o de ambición, aunque las diferencias objetivas en dichas habilidades -medidas a través de pruebas académicas, preparación política, etc.- respecto a los hombres no existan. En consecuencia, esta falta de confianza de las mujeres en sus propias habilidades repercute negativamente en su desempeño en la vida pública y social. Por otro lado, ellas resultan ser mucho más exigentes a la hora de considerarse suficientemente preparadas para presentarse a candidatas y competir en las altas esferas de la política. "Y que esta falta de ambición política se transmite y persiste a lo largo de generaciones como consecuencia (de nuevo) de la socialización en roles de género".
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