No es el más alto, ni el más moderno, ni el más visitado, pero forma parte de la historia de Nueva York. El edificio Flatiron, posiblemente el esquinazo más fotografiado de la ciudad, saldrá a subasta el próximo 22 de marzo, después de que las disputas entre los actuales propietarios no hayan encontrado otra solución. Todavía no hay un precio de salida y, según medios estadounidenses, lo más probable es que los actuales propietarios hagan ofertas para mantenerlo en su porfolio. Según Forbes, el Flatiron podría costar unos 500 millones de dólares.
La batalla la libran los propietarios del 75% del edificio: Sorgente Group, Newmark, GFP Real Estate y ABS Real Estate Partners; frente al propietario del 25% restante, Nathan Silverstein, un abogado e inversor inmobiliario que heredó la propiedad de su padre, Max Silverstein.
Las disputas llegaron a los tribunales en 2021. Entonces, los propietarios del 75% denunciaron a Silverstein y pidieron la venta del edificio. La Corte Suprema del estado de Nueva York aprobó que el edificio se subaste y que la recaudación se reparta entre los demandantes y el demandado. Ya en 2019, después de someter al edificio a un proyecto de reforma muy ambicioso, Silverstein acusó a los directivos de una de las compañías inmobiliarias copropietarias del inmueble de inflar los costes.
Las diferencias tienen que ver con el uso que le quieren dar al edificio, a su alquiler y a los proyectos de renovación. El último inquilino del Flatiron fue MacMillan Publishers, una de las mayores editoriales de habla inglesa del mundo, que abandonó el edificio en 2019 para instalarse en uno más moderno. Tras marcharse, Silverstein alega que el resto de propietarios no hicieron todo lo posible por encontrar a un inquilino. El resto de inversores asegura que el abogado se negaba a acometer obras de mejora necesarias para alquilarlo de nuevo.
Las obras se terminaron realizando y un andamio esconde la archifamosa fachada del Flatiron desde octubre de 2019.
De Fuller a Flatiron
Inicialmente, el edificio recibió el nombre de Fuller, ya que fue construido por la Fuller Construction Company, la empresa de George Fuller. Pero el edificio de 21 plantas que levantó el arquitecto Daniel Burnham recordaba a una plancha (flat iron, en inglés) y pronto adoptó su nombre popular. En la actualidad, el distrito en el que se encuentra el Flatiron recibe su mismo nombre.
Burnham terminó el edificio en 1902 y se convirtió en un ejemplo de la escuela de Chicago, por el uso de nuevos materiales y de técnicas de construcción. Pese a su estructura interna, el arquitecto eligió representar una columna grecorromana en el extremo de la fachada del Flatiron.
Igual que otras grandes obras de la arquitectura, como la torre Eiffel, la crítica no recibió bien la forma del edificio. Pero la gran pantalla terminaría elevando al Flatiron a emblema de la ciudad. El edificio Fuller es la sede del Daily Bugle, el periódico en el que trabaja Spiderman en las primeras películas de la saga. La obra de Burnham también aparece en Godzilla y en Armageddon. Años más tarde, el Flatiron quedaría eclipsado por un cielo de Nueva York cada vez más ocupado por edificios como el Chrysler, el Empire State o algunos más recientes como el One World o The Edge.
El encanto envejece mal
Los años pesan sobre el Flatiron y aunque su ubicación en la quinta avenida con la calle 23 es inmejorable, su estructura ha causado problemas en los últimos años. Una de las curiosidades es que los baños de mujeres y hombres están en plantas alternas, un asunto que resultó un impedimento para convertir el edificio en un hotel de lujo.
Un reportaje del New York Times recoge anécdotas como un manuscrito de la editorial que ocupaba el edificio y que salió volando al caerse una de las ventanas. Y es que la forma del edificio hace que se generen corrientes de aire difíciles de controlar para los materiales y revestimientos originales.
Hasta las últimas obras en el edificio, los ascensores funcionaban con un sistema hidráulico que obligaba a llamar a un fontanero y no a un mecánico para arreglarlos. Además, el mecanismo era muy lento en comparación con instalaciones mucho más modernas.
Ubicar oficinas en espacios triangulares tampoco es tarea fácil, aunque forma parte de la magia del Flatiron. Quien se haga cargo del edificio tras la subasta deberá convencer al nuevo inquilino de las bondades de la construcción de Burnham.
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