En la Malasaña del mercado Fuencarral y de los estampados moustache, Kling se convirtió en una referencia para la cantante Russian Red y para otras chicas que buscaban diferenciarse de lo convencional, a través de la ropa. Pero la generación milenial se hizo mayor, el arte y los excel no hicieron buenas migas y el fast fashion atropelló a una marca que llegó a facturar 7 millones de euros, según datos consultados por este periódico en Insight View.
El fundador vendió la marca en 2016, tras presentar un concurso de acreedores y temer por acabar en la cárcel por las deudas contraídas. Pero los estampados diferentes, la estética retro y el estilo alternativo no sobrevivieron a la ola contradictoria de la sostenibilidad y la moda ultrarrápida. En diciembre de 2022, Kling cerró todas sus tiendas y su página web.
La historia de Kling, la cuenta ahora el fundador de la misma en Fractura Expuesta (Círculo de Tiza). Papo Kling siempre estuvo más interesado en la figura del artista que en la del emprendedor. Se rodeó de “los mejores”, según cuenta él mismo, pero no dejó de tomar decisiones de diseño, comerciales, de expansión y hasta de venta de la firma que lleva su nombre y que ahora cuenta en las páginas del libro.
Pregunta.- Decidió ponerle su nombre a la marca. ¿Por qué le hizo? ¿Tan propia la sentía?
Respuesta.- Le puse otro nombre. La sociedad mercantil se llamaba Kalessa, pero a los seis meses nos llegó una demanda de un café catalán, que se llamaba Calesa. Mi primer contable me dijo: “ponle tu apellido”. A mi no me gustaba, tenía el recuerdo de escucharlo cuando hacía algo malo en el colegio. Pero a la gente le empezó a gustar, tenía un sonido como de onomatopeya.
También logré, que era algo que me propuse durante toda mi etapa en la moda, que no se me asociara a la marca. Yo siempre fui una especie de agente encubierto, mi directora de comunicación estaba permanentemente intentando que yo fuera un personaje, pero yo rehusé entrevistas, eran mínimas, solo para promocionar las colecciones. Nunca tuve redes sociales. Cuando hablo en el libro, hablo del personaje, para mí es un personaje que ocupó un tiempo de mi vida.
P.- En el libro, van saliendo filósofos de los que compra libros que nunca lee. ¿Eso es el personaje o es usted?
R.- Es el personaje, es una expresión de deseos, al final los leí todos.
P.- ¿Qué está leyendo ahora?
R.- Ahora estoy leyendo, El impero de lo efímero: la moda y su destino en las sociedades modernas (Anagrama), de Gilles Lipovetsky. Suelo leer cuatro o cinco libros al mismo tiempo, en general, siempre leo ensayo. He descubierto con el ensayo que he soportado la herida narcisista de enfrentarte a un libro y no entender nada y en esa cosa masoquista encuentro cierta gracia. Yo he logrado que me guste no entenderlo, me resulta un desafío. También leo ficción, mezclo cosas actuales con clásicos.
En general, siempre leo, salvo en esa época que no tenía la cabeza para ello, estaba lleno. Compraba libros y sobre todo, compraba determinado tipo de autor. Siempre me interesó la justicia social, leer filosofía, no necesariamente marxista, pero sí entender que el mundo no está bien, ¿no? No creo en la meritocracia, no creo en un montón de discursos… No podemos decirle a la gente que es así porque no se esfuerza.
P.- Tiene formación en sociología, si tuviera que escribir un ensayo sobre el público de Kling, ¿qué contaría? ¿Qué aprendió?
R.- Yo creo que a nosotros nos compraban las chaladas. Yo hacía ropa, hacía cosas raras, cosas ridículas. Hacíamos abrigos de pelo naranja XXL, hacíamos mil y vendíamos tres. Pero esas tres chaladas, estaban recontra chaladas y luego había un montón de esas chaladas que veían el abrigo naranja y decían: “Cómo mola la personalidad de esto, esta gente está un poco… no del todo bien. Me interesa lo que hacen”. Sin darnos cuenta era, primero, un suicidio comercial, pero luego, era una carta de presentación en la que la gente se reconocía. Escapando de la lógica comercial, porque ese abrigo no era comercial, la gente se acercaba y hoy diría: “Esta marca no está pendiente del algoritmo, están pendientes de hacer algo que les sale, en tratar de hacer algo alternativo”. No me gusta la palabra alternativo, pero sí era alternativo económicamente, alternativo, en cuanto a diseño y a la propuesta. Me di cuenta tarde de que también teníamos que venderlo.
Sin darnos cuenta era, primero, un suicidio comercial, pero luego, era una carta de presentación en la que la gente se reconocía"
P.- En el libro se cuentan muchas de las decisiones que toma. Primero, elegir una camiseta para copiarla en Tailandia, fabricar en China porque es más barato, buscar un director financiero o incluso un comprador cuando la empresa tiene que venderse. ¿Cuál cree que es la mejor decisión que tomó al frente de Kling?
R.-La clave de todo esto fue lograr convencer a un montón de gente súper talentosa, quizás te diría que la gente más talentosa, y creo que los artistas más talentosos que había en ese momento en este país, y convencerlos para traerlos a trabajar conmigo, o sea, alinearlos a todos detrás de un proyecto, darles libertad creativa casi total… y eso generó un círculo virtuoso: los artistas aman la libertad. Y todo el mundo tenía libertad, no había horarios, la gente entraba de madrugada, había fiestas.
Volviendo a la pregunta, la respuesta sería haber logrado un ecosistema donde, como la naturaleza cuando armas todo perfecto y empiezan a llegar los dos animalitos y empiezan a procrear… Bueno, eso, la decisión fue decir esto es lo importante y todas las decisiones tienen que hacer que esta gente se encuentre a gusto. Todos sabían más que yo, eran más capaces, eran más creativos que yo. Eran talento puro, desde el diseño, la comunicación, el patronaje, la dirección de arte… El arte estaba en el centro de todo y ese es el conflicto, yo tenía una empresa, no tenía una fundación.
P.- Le interesa la parte artística y creativa, pero se iba a buscar proveedores, a elegir diseños, a tomar decisiones comerciales… ¿Por qué no delegaba?
R.-Yo hacía de todo, pero también, éramos una empresa pequeña. Éramos 500, pero quizá 400 eran dependientes de tienda. Éramos poco y todos hacíamos todo. No teníamos oficina, teníamos un ático chiquitito sin cubículos. Teníamos esa estética de garage, tampoco teníamos una mesa de ping pong, como Google, eh. Me apoyaba mucho en mi equipo, pero hacía todo y la decisión final sí estaba en mis manos, pero porque yo era el responsable. Hacíamos un millón de prendas al año, un cortocircuito te manda la empresa a la mierda.
Un avión no se cae por algo en concreto, se cae cuando la turbina falla, el piloto estaba indispuesto, cayó un rayo… es una cadena. Veníamos mal, hubo tres o cuatro cosas… una colección que fue un desastre y esa fue mi mayor irresponsabilidad. Vi la colección y dije: con esto nos vamos a hundir. La prensa se deshacía en elogios y cuando la prensa especializada te pone arriba de todo, te tienes que agarrar, porque significa que estás haciendo la cosa menos comercial del mundo.
Cuando la prensa especializada te pone arriba de todo, te tienes que agarrar"
P.- En el libro se da cuenta del impacto medioambiental de la moda. ¿Qué parte del auge de la sostenibilidad tiene la culpa del cierre de Kling?
R.- Coincide con el nacimiento de mi primer hijo. Cuando tienes un hijo hay muchas cosas que te empiezas a plantear. Era un momento en el que empezaba a despertar esa conciencia, todavía no estaba Greta Thunberg. No se hablaba tanto del calentamiento global. Ahí no me di cuenta de que era un desastre, sino que tampoco iba a haber solución, porque se van inventando conceptos. Ves este tipo de marcas de moda ultrarrápida, tipo Shein y yo pienso que esto debería estar prohibido por ley.
No es normal que una empresa fabrique tanta cantidad de ropa para que te dure una semana a unos precios bajísimos con una logística descomunal. Si en 10 o 15 años no nos vamos a la mierda como civilización, lo tienen que prohibir, lo tienen que regular.
P.- ¿Qué tiene que tener una marca hoy en día para competir con empresas de fast fashion?
R.-No lo sé realmente. Creo que las nuevas generaciones viven en un conflicto permanente. Se quieren poner ropa diferente y, al mismo tiempo, dices, bueno, compra menos pero de mejor calidad. Pero la ropa buena vale 200 euros y, al final, es una cuestión elitista decir que compres ropa buena porque al final, solo los ricos pueden comprarla. Pero por algún lado tienes que cortar.
Cuando les decíamos a tiendas de provincias que íbamos a hacer cuatro colecciones, decían “¿Cómo?”. Y de repente, vino Zara y dijo "vamos a hacer doce" y después, H&M dijo "ahora vamos a hacer 24" y ahora Shein hace tres o cuatro colecciones a la semana. La moda se ha transformado en una especie de interpretación de la época, es una carrera contra el tiempo. El libro que estoy leyendo de Lipovetsky habla de esto, de la brevedad y lo efímero, que la moda no puede funcionar sin ese punto de efímero.
P.- Por cómo lo cuenta y por el momento en el que estuvo en marcha, Kling es una marca muy milenial. ¿Le pasó como a Forever 21*, que no se supo adaptar a la generación Z?
R.- Es posible, y no solo es posible, sino que me parece que está bien. Una marca de moda, sobre todo como la tenía yo concebida, no era para que durase toda la vida. Sucedió con muchas marcas: Forever 21, TopShop, Loreak Median**, en España… Fue una marca para una gente y se acabó, no tiene que ser una cosa para toda la vida.
Una de las cosas que me sucedía y que cuento en el libro es que confundía mucho las necesidades del mercado con mis deseos como emprendedor. Yo decía: “tenemos que crecer, abrir más tiendas, hacer más colecciones”. Pero yo no quería, la gente alrededor venía y decía: “tienen que abrir en Londres y en París, ¿Cómo no hay una tienda en Carnaby?". A lo mejor nos teníamos que haber quedado con una marca boutique, con tres o cuatro tiendas para las 10 chaladas que nos compraban, pero no. El entorno te empuja hacia ahí. Si tienes una empresa, estás obligado a crecer y ¿de dónde sale eso? Por qué nadie dice: “yo me quiero quedar aquí”. Lo único que me interesaba de armar el circo grande era que me daba la posibilidad de hacer un montón de cosas que hacíamos. Hace poco volví a ver El lobo del Wall Street, no a ese nivel, porque ahí estaban excesivamente pasados de barbitúricos, pero sí teníamos esa euforia juntos, estábamos en Malasaña, a las fiestas venía todo el mundo.
P.- Me gusta que mencione el barrio, me parece que la marca se sitúa geográficamente en un sitio muy concreto: la primera tienda en el Mercado de Fuencarral, en Malasaña, en la explosión de lo hipster, muy milenial… ¿Cómo cree que se ha transformado Malasaña?
R.- Conozco muy bien Madrid, estoy enamorado de Madrid y en el libro se nota. Me parece el mejor lugar del planeta de los que conozco para vivir todavía. Siempre viví en Lavapiés, ahora vivo en la sierra, tengo hijos y tal. Llegué a amar el olor a pis de Lavapiés. Malasaña es este barrio que tiene muchas vidas. Yo llegué aquí y Malasaña tenía todavía el eco de La movida, de los heroinómanos, del 2 de mayo… y estaba medio en decadencia en los 2000.
Pero Malasaña tiene esa cosa de que siempre se recupera, ahora está excesivamente turistificada, pero tiene todavía esa identidad decadente que la salva igual que a Lavapiés lo salva lo cañí. Eso mantiene la identidad. Madrid es de las pocas ciudades que logra mantener esa identidad, Barcelona la perdió. La gente de Barcelona ya no va al centro, pero en Madrid, todavía voy caminando por Malasaña o Lavapiés y pienso: qué lugar mágico.
P.- ¿Qué siente cuando pasa por Ballesta o por Argumosa (calles en las que hubo tiendas Kling)?
R.- Es como esa sensación de qué guay fue. En su momento no lo disfruté tanto, pero me gusta la idea que trajiste de que una marca es para un momento, para una época, para una gente y punto. Y luego nos vamos todos a casa con el buen recuerdo y ya está y no pasa nada. Al final del libro cierro con una frase muy anodina, pero sí, al final pasas página y se acabó. Te lo llevas como experiencia, con cosas buenas y malas y next.
P.- ¿Y qué es next, en qué está trabajando?
Volví a escribir, porque estaba escribiendo una novela, me enteré que cerraba Kling, lo dejé y me puse a escribir este libro. Produzco un programa de filosofía y política y me dio también por la gastronomía.
R.- ¿Como El Candela? ¿Qué pasa con ese local?
El Candela es un sitio mítico de aquí de Madrid, que tiene mucha historia y no se puede abrir cualquier cosa, hay que hacer un proyecto. Yo desde luego no voy a ponerme a trabajar de noche, ahora con familia, niños y tal, pero estoy buscando el proyecto. Lo tengo un poco por ahí, alguien que pueda traer ese lugar al día de hoy, manteniendo esto que hablábamos de no perder la esencia, de lo que es esta ciudad y sus rincones, que yo creo que tenemos una una obligación de no solamente proteger las fachadas.
Cuando veía en la época de la moda que cines o teatros se transformaban en tiendas de ropa, me dolía. Y yo sabía que nos venía bien, que la gente iba a comprar más ropa, pero había algo que no estaba bien, que la cultura estaba retrocediendo. Hay que tratar de tomarse el trabajo de decir busquemos qué sería el Candela hoy.
P.- Le sale la vena artística.
R.- Es que si no, sería todo una tabla de Excel.
*La marca Forever 21 cerró centenares de tiendas físicas tras anunciar su bancarrota. La marca sigue operando en la actualidad y tiene un acuerdo para vender sus prendas en Shein.
**Loreak Mendian se fusionó con Ternua Group en 2019.
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