Casi cincuenta tractores lograron entrar el pasado viernes en las calles de Valladolid para protestar por la situación que atraviesa el campo. Dos días más tarde volvieron a la carga con columnas de vehículos por varias carreteras de la provincia. Tras dos semanas de movilizaciones en Francia, el germen cundía en España para dar paso a varias jornadas de protestas que han provocado ya retrasos e incidencias en los centros logísticos de la industria alimentaria y la distribución.

Al margen del calendario diseñado por las organizaciones agrarias tradicionales, las redes sociales han servido de catalizador para un descontento que lleva años gestándose. Carlos Duque y Pablo Calleja tienen 28 años. Los dos son profesionales del campo del Valle del Esgueva, una pequeña comarca al este de la provincia de Valladolid donde se siembra trigo, cebada y leguminosas como garbanzos o guisantes.

Junto a una marcha lenta de tractores escoltada por la Guardia Civil en la localidad de Tudela de Duero, ambos atienden a El Independiente para contar cómo se gestaron las protestas que ahora tienen en vilo a los organizadores de gala de los premios Goya del cine que se celebra este sábado en la capital pucelana.

Pregunta: ¿Cómo surgen estas tractoradas?

Respuesta: Vimos en los medios que los agricultores empezaban a movilizarse y creímos que nos teníamos que unir. Lo nuestro surgió espontáneamente en un bar. Aquí nadie dirige nada, todos opinamos y nosotros solo damos la cara ante los medios para tener algo de visibilidad.

P.- ¿Estáis en contacto con grupos de agricultores de otras zonas de España?

R.- Estamos en contacto con grupos de otras zonas de Castilla y León y otras Comunidades y estamos en grupos de WhatsApp y Telegram. Nosotros también luchamos por el agricultor de Málaga, por el olivarero de Córdoba, por el que tiene huertos y hortalizas en Murcia y por el de las naranjas en Valencia o hasta por la uva catalana. Todos tenemos que ser escuchados.

P.- ¿A qué se debe la diferencia que hay con las organizaciones agrarias?

R.- Nosotros valoramos positivamente las aportaciones que están haciendo, porque todos vamos a una. Ellos luchan y tienen los medios para llegar a los altos cargos de las Comunidades y el Gobierno central. Es cierto que han estado un poco tranquilos, pero el campo llega a un punto en que ya no es sostenible como lo hemos tenido. Damos de comer a España y nos vemos como los últimos monos.

Además, la burocracia desde Europa está siendo bárbara. Es muy bonito que todos produzcamos en ecológico, pero hace falta menos burocracia y precios justos. No puede ser que el pequeño productor esté trabajando por debajo del precio de coste. Y no somos de izquierdas ni de derechas, somos ganaderos unidos, independientemente de lo que piense cada uno.

P.- Las movilizaciones están causando problemas logísticos y molestias a muchos ciudadanos.

R.- Nos parece que es conveniente movilizarnos, tampoco entorpeciendo el normal transcurso de la población, que ya está pagando bastante por nuestras movilizaciones. No queremos que continúen los cortes. Solo queremos acercar las preocupaciones del pequeño agricultor a la población porque la gente piensa que el agricultor es el que sube la cesta de la compra, pero es mentira; son los intermediarios.

P.-¿En qué punto de la cadena se multiplica el precio de los alimentos?

R.- Ahora mismo lo desconocemos, pero las grandes distribuidoras cada día son más grandes, llegan a más sitios y tienen unos beneficios exagerados. En cambio, los agricultores y ganaderos cada día somos menos, tenemos menos beneficios y menos ganas para seguir trabajando.

P.- ¿Y a nivel de Administración, quién consideran que puede hacer más por solucionar sus reivindicaciones?

R.- Aquí llevamos 40 años de problemas, independientemente de qué color nos haya gobernado. Estamos aquí para luchar por precios justos y luchar contra la competencia desleal de terceros países. Es importante comprar producto español porque creamos una riqueza indirecta para este país. ¿Cuánta gente vive del campo? No es solo el agricultor, el ganadero… son las administraciones, las gestorías, los tenderos, los transportistas… Si nosotros desaparecemos, gran parte del trabajo que damos en España también va a desaparecer.

P.- Hay grandes empresas hortofrutícolas españolas que han abierto explotaciones en países como Marruecos.

R.- Los que estamos saliendo a reivindicar a día de hoy somos los pequeños agricultores y profesionales del campo. No somos grandes terratenientes.
Lo que nosotros reivindicamos es la lucha contra la competencia desleal. Queremos que la baraja sea para todos la misma; no vale que unos juguemos con la española y otros con la de póker. Está entrando mercancía por frontera sin aranceles de otros países que no tienen la misma legislación y tratados con productos fitosanitarios no permitidos en España. Y con eso no podemos competir.

P.- ¿Hasta cuándo piensan mantener las movilizaciones?

R.- Es fácil... Por ejemplo, que se pongan aranceles a las mercancías y compitan con las mismas normas que nosotros. A la hora de producir, pagamos sin preguntar los costes. Pero cuando tenemos que vender, también nos dicen el precio al que lo tenemos que vender. Entendemos que sea así, pero necesitamos precios justos.

P.- El Gobierno francés hizo una serie de promesas y concesiones a sus agricultores. ¿Veis al Gobierno español en el mismo camino?

R.- Se anuncian cosas pero son insignificantes. Nosotros no queremos que nos regalen dinero. Las subvenciones no son para nosotros sino para que la cesta de la compra no suba. Si no, una barra de pan podría valer 2 o 3 euros. Y eso la gente no lo sabe. El campo se ha levantado y esto no va a parar. Mantendremos las reivindicaciones hasta que creamos que están satisfechas.

P.- Estos días algunos comentarios en redes sociales criticaban cómo pese a la mala situación económica que dicen tener los agricultores, se pueden permitir tractores que cuestan seis cifras…

R.- Pero si los tractores son de los bancos, ninguno lo tenemos pagado… Ojalá nuestro medio de trabajo fuera un ordenador de 900 euros. Trabajamos con maquinaría muy cara, por la que pagamos unos precios desorbitados. Pero también arriesgamos una cantidad grandísima de dinero antes de saber qué vamos a coger; siempre mirando al cielo y sin saber lo que va a pasar.