Es una carrera que no termina de completarse. Funciona en el primer tramo, no en el segundo. En ella España se produce energía en condiciones competitivas cuya ventaja no se logra trasladar al cambio de modelo industrial que exige la transición energética. Nuestro país cuenta con muchos elementos a su favor, incluso mejores que otros países, pero es incapaz, por ahora, de traducirlos en el cambio de modelo que exige la transición energética.

La electricidad, tanto la doméstica como la industrial, que se produce en España lo hace a precios asequibles y competitivos, en torno a un 30% más económicos que la media europea. También nuestras condiciones naturales favorables nos permiten generar energía renovable a precios más asequibles. Pero en la cadena hacia la competitividad y regeneración industrial otros factores la ralentizan, frustrando esta ventaja competitiva inicial.

Es la principal conclusión del primer ‘Índice de Transición Energética e Industrialización’ elaborado por la consultora McKinsey, que analiza hasta 25 indicadores, para elaborar la fotografía y el estado actual de ese ‘viaje’ de la industria española hacia un modelo más sostenible. Entre los factores positivos se subraya, por ejemplo, que el año pasado se logró un 22% de energías renovables en el ‘mix energético’.

Un impacto del 20% del PIB

La competitividad en España en costes energético ha mejorado en gran medida gracias a la reducción del precio del gas y al cada vez mayor peso de las energías renovables. El informe apunta que la dificultad viene después, cuando las industrias ven cómo a esa energía producida se añaden otros costes externos y sobrecargas impositivas al coste inicialmente competitivo. Es entonces cuando el precio vuelve a remontar y la competitividad a resentirse, frenando así el ratio y pasos hacia la descarbonización y sostenibilidad de la industria.  

Los experto consideran que si se lograra reconducir ese desfase y no dañar el grado de competitividad de la producción energética en nuestro país, la reindustrialización en términos de sostenibilidad sería más rápida, sencilla y beneficiosa. La consultora McKinsey llega incluso a estimar que tendría un impacto beneficioso en el PIB de nuestro país de hasta el 20% y se traduciría en la generación de más de un millón de empleos, 200.000 de ellos cualificados.

Otro de los lastres que se apuntan es la alta dependencia energética de España, del 70%, que la sitúa siete puntos por encima de la media de la UE y aún muy lejos del objetivo de autosuficiencia del 50% fijado para 2050.

Una descarbonización sin proyectos

En ese proceso hacia la descarbonización el documento concluye que aún nos encontramos rezagados, fundamentalmente en lo que a adopción de tecnologías limpias y renovables como el hidrógeno verde, el uso de biocombustibles, el biogás o el biometano, entre otros. El retraso en el uso de estas energías se debe, señala el estudio, más a una falta de “concreción de los proyectos” más que a un problema de potencialidad energética.

También se convierte en problema, según este estudio de indicadores energéticos, los problemas que las industrias encuentran para acceder a determinadas redes e infraestructuras energéticas. El largo periodo de trámites que requiere la conexión a estas redes se ha convertido en unas desventaja competitiva.  

Tampoco herramientas como el coche eléctrico están logrando una penetración significativa en nuestra industria y mercados. Actualmente sólo el 12% de los vehículos matriculados son eléctricos, lejos del 50% de algunos países comunitarios. Lograr el objetivo de 5,5 millones de vehículos eléctricos marcado en el Plan Nacional Integrado de Energía y Clima (PNIEC) requerirá un impulso sustancial en este mercado.