Fue el maná que pocos querían, algunos rechazaron y muchos temían. En la comarca la necesidad hizo más que el temor. La despoblación comenzaba a vaciar los pueblos de la zona y el envejecimiento a oscurecer su futuro. La corriente antinuclear que ya sobrevolaba la sociedad española de finales del franquismo fue desoída. Aquella industria nuclear que prometía una oportunidad de desarrollo, empleos y riqueza fue el asidero al que aferrarse. En los años 70, en aquel paraje extremeño en torno a la localidad de Almaraz las oportunidades hacía tiempo que escaseaban. Una central nuclear podría aportar el desarrollo que la menguante actividad agrícola y ganadera no auguraba.
En 1972 llegaron los primeros camiones. Comenzaban nueve años de obras, de construcción del imponente complejo de la que sería la primera central nuclear de nuestro país. Aquella pequeña localidad pronto comenzó a cambiar. También los pueblos de su alrededor. Hasta una docena de municipios vieron cómo la llegada de trabajadores se multiplicaba y, con ellos, la de necesidades y demandas de servicios, actividad y vida. El 1 de septiembre de 1983 el primer reactor comenzó a funcionar, el 8 de octubre de 1984, el segundo. Con ellos la vida de toda la zona cambió para (casi) siempre.
El 1 de noviembre de 2027 habrán transcurrido 44 años desde que se comenzó a generar energía nuclear en Almaraz. Ese día el primero de los reactores deberá pararse para siempre. Justo un año después tendrá que hacerlo el segundo. Es el plan de desnuclearización que tiene marcado el Gobierno y que incluye desmantelar los otros cinco reactores existentes en España: Ascó I y II, Cofrentes, Trillo y Valdellós. En 2035 no tendría que quedar ninguno operativo.
Lo que ahora inquieta en las ‘comarcas nucleares’ de nuestro país es el día después. Han convivido casi medio siglo con una central nuclear, con el impacto social y económico que generan en las áreas rurales en las que están instaladas. Emprender el camino de desmantelamiento, una suerte del regreso a su pasado incierto de los años 70, preocupa. Los negocios ya no tendrán clientes, los vecinos perderán sus empleos y las comarcas no percibirán los ingresos económicos cuantiosos a los que tienen derecho por albergar instalaciones de este tipo.
Beneficios económicos
En realidad, los cerca de 60 municipios que viven cerca de una central nuclear son una excepción de la llamada ‘España vaciada’. En ellos la actividad social y económica persiste con fortaleza, en especial durante los periodos de carga y mantenimiento de las centrales en los que la mano de obra se multiplica. Hoteles, restaurantes, comercios y todo tipo de servicios han ido floreciendo en estas cuatro décadas de actividad nuclear en las regiones de Cáceres, Tarragona, Guadalajara y Valencia en las que existe algún reactor.
También el músculo financiero de sus ayuntamientos es mayor que otros con dimensiones similares. No en vano, los ingresos en forma del pago de impuestos como el IAE, el IBI o las aportaciones que hace el ente público de gestión de residuos nucleares, ENRESA, les permiten contar con presupuestos mayores.
La otra cara de la moneda es lastrar una mayor dependencia. En municipios como Almaraz el 60% de los ingresos de su ayuntamiento proceden de una u otra manera de la central nuclear. En la vecina Saucedilla lo son el 79%, en Romangordo el 66%... La docena de localidades, todas con muy poca población, que se sitúan alrededor de la central reciben 15 millones de euros cada año. Todo eso desaparecerá cuando las centrales dejen de funcionar o de albergar residuos nucleares.
En el pueblo más grande en torno a la central de Almaraz, Navalmoral de la Mata -17.000 habitantes-, hay un hospital, una ciudad deportiva, varias sucursales bancarias, colegios, un centro de exposiciones, hoteles y, a escasos kilómetros, incluso un campo de golf. Además, la autovía de Extremadura pasa a su lado. Son los ingresos y la actividad económica y social los que le han permitido gozar de estos servicios que en otra situación difícilmente dispondría.
En estas cuatro décadas pocos pensaron que un día todo esto podría terminar. Ese día ha llegado y en muchos casos lo ha hecho con áreas sin alternativas, sin apenas desarrollo ni industrias que pudieran mitigar el perjuicio del final de la era nuclear en España que defiende el Gobierno. Las limitaciones de desarrollo urbanístico y económico que requiere una instalación de estas características no lo han puesto fácil.
"El tema nuclear lo vivimos con naturalidad"
En Ascó (Tarragona), 1.700 habitantes, el cierre de su central nuclear también tiene fecha. El Plan Nacional Integrado de Energía y Clima (PNIEC) lo fija para 2030 en el caso de su primer reactor y para 2032 en el segundo. Su alcalde, Miguel Angel Ribes, aún no lo entiende. Asegura que la central funciona “correctamente” y, por tanto, es “un sinsentido cerrar una industria que no da ningún problema” y por la que muchos países europeos están apostando. Una energía, apunta que la Unión Europea ya considera como energía verde y sostenible: “Perderemos casi 2.000 empleo y la economía local y comarcal se verá muy afectada”, lamenta.
Subraya que en todos estos años no se han desarrollado nuevas actividades, todo lo ha absorbido la central y cerrarla tendrá efectos devastadores para la zona. Recuerda que su crecimiento ha estado muy condicionado por la central y que no ha sido sencillo “que te autoricen, por ejemplo, suelo residencial o industrial”: “Las medidas de seguridad, los planes de evacuación, ese tipo de elementos condicionan cualquier plan urbanístico”. Está convencido de que apuestas como la creación de negocios relacionados con el turismo o con el sector alimentario tendrían posibilidades pero la central los limita.
Vivir cerca de un reactor nuclear es algo que los vecinos hace tiempo que tienen normalizado. Los planes de evacuación, la información que se les brinda periódicamente, los sistemas de alerta o la megafonía en el pueblo para avisos en caso de ser necesarios, “no es algo que aquí preocupe, lo vivimos con naturalidad”.
Ignacio Araluce conoce como pocos la central de Almaraz. Fue uno de los responsables durante su periodo de construcción y ejerció como director de ella 14 años. Afirma que el sentimiento que le invade es de tristeza y extrañeza. Pasó 21 años en Navalmoral de la Mata y vio el renacer de toda la comarca al calor de la central, “antes allí apenas tenían cierta actividad rural pero poco más, la central le ha dado mucha riqueza”. Lamenta que en todos estos años no se haya desarrollado una actividad que pueda compensar el impacto de un cierre como el que se anuncia, “a tiempo pasado es fácil decirlo, pero quizá se debía haber aprovechado para crear una riqueza que fuera permanente, una industria de otro tipo en la zona. Ahora el impacto negativo va a ser tremendo”.
"¿Tienes un potencial así y lo cierras?"
El hoy presidente del Foro Nuclear dice no entender las razones que han llevado a esta decisión. “No hay una causa aparente para cerrar un centro de producción, una industria que funciona fenomenal, que crea riqueza y puede seguir creándola. Tienes un potencial así y ¿lo cierras? Nadie me ha explicado aún el motivo real…”. Considera que además de ir en sentido contrario de las políticas energéticas que se están reforzando muchas potencias europeas, “afecta a un problema como es el reto demográfico que tenemos en la ‘España vaciada’ y a las que ahora se les quiere dejar con un impacto económico y social tremendo”.
Araluce apunta que aún se está a tiempo de revertir esta decisión: “Estamos a tiempo de revocarlo, de pararlo. Si el Gobierno lo pensara mejor se daría cuenta de que es mejor que sigan funcionando. La red eléctrica y los españoles vivirían mejor”. Apunta que incluso socialmente una decisión de este tipo no tendría el impacto negativo que pudiera tener décadas atrás. Señala que la opinión hacia la energía nuclear es hoy mucho más favorable: “Ha habido un cambio sociológico con esta cuestión. La guerra de Ucrania ha sido un impulso a la energía nuclear. En 40 años hemos convivido con las centrales perfectamente, ha habido un buen funcionamiento y la gente empieza a decir, ¿por qué no vamos a seguir con ellas?”.
Hace tiempo que los municipios afectados por el plan de desnuclearización decidieron luchar juntos. Su aspiración es que todo pueda revertirse y se apruebe prolongar la vida útil de las centrales. En algunos países como Estados Unidos ya se ha decidido a alargarlas hasta los 80 años de funcionamiento. Los 60 municipios agrupados bajo la asociación AMAC insisten en que no han dado ningún problema en estos años, han facilitado el desarrollo de numerosas comarcas y actualmente emplean a 28.500 personas en España de modo directo o indirecto.
Pedro Sánchez Yebra es alcalde de la localidad de Yebra, en Guadalajara, además de presidente de AMAC. En su municipio los habitantes no llegan al medio millar. Esta provincia ya albergó la central de Zorita, hoy desmantelada. Pervive la central nuclear de Trillo, las más moderna y cuya fecha de cierre es la más lejana, 2035. Cree que “todo han sido ventajas” con las centrales nucleares, para los municipios de sus entornos y para el país, por su aportación energética.
Pese a que en algunos casos aún resta una década para el cierre, no oculta que la inquietud por el futuro se ha extendido en muchos de los municipios que se agrupan en AMAC: “La gente está preocupada. Ha sido su vida durante 40 años. Las posibilidades de reconversión de estas zonas no son sencillas. El desamtelamiento de las centrales quizá estiré algo la agonía, pero poco más”.
Almacenes nucleares
¿Dónde irán a parar los residuos de esas plantas? El séptimo plan de Gestión de Residuos Radiactivos aprobado en diciembre de 2023 contempla la construcción de siete Almacenamientos Temporales Descentralizados (ATD) y un Almacenamiento Geológico Profundo (AGP) para su almacenamiento definitivo. Pero eso no ocurrirá hasta… 2073.
Hasta que eso sea una realidad se abre una opción para que el almacenamiento de los residuos como el uranio y otros elementos radiactivos pueden ser un modo de prolongar el impacto socioeconómico en algunas zonas: “Por ahora tendrán que permanecer en las centrales o en almacenes anexos. Mientras siga siendo así recibiremos asignaciones”, señala Sánchez Yebra.
Un informe de AMAC concluye que en muchos municipios estará en peligro su propia supervivencia: “En algunos casos estarán en juego la continuidad de muchos servicios que ahora se prestan, en algunos algo más…”. La población de los municipios nucleares quiere más. Sánchez Yebra afirma que cuando se les pregunta que industria les gustaría qué se impulsara para compensar el impacto del cierre “la mayoría te dice que una central nuclear”.
En términos globales en el mundo operan actualmente 413 reactores en 41 países. El futuro inmediato del planeta no camina hacia la reducción de este tipo de instalaciones sino más bien al contrario, a su apuesta firme. A las ya existentes se suman 59 plantas que están en construcción, 113 que están aprobadas por sus respectivos gobiernos para iniciar su ejecución y otras 328 que están propuestas pero pendientes de aprobación. De completarse todos los planes, en sólo unos años el mundo pasaría de 413 a 913 reactores. Pero en España… su historia nuclear habrá acabado dentro de once años.
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