Compostilla fue una de las centrales térmicas españolas desconectadas a mediados de 2020. El fin de la actividad en la planta de generación ubicada en el municipio leonés de Cubillos del Sil tuvo un significado especial, pues fue allí donde nació Endesa en 1944. La descarbonización avanza y obliga a clausurar instalaciones históricas que han creado valor y riqueza durante décadas. Pero la compañía eléctrica ni se va ni se desentiende del territorio y de las personas. Por eso ha puesto en marcha el plan Futur-e para compensar las consecuencias económicas y sociales del cierre y crear valor en coordinación con las administraciones públicas y los agentes locales. Se trata de avanzar en la electrificación de la economía, pero sin olvidar que, si el futuro pasa necesariamente por la sostenibilidad, la transición energética debe ser justa o no será.
Como parte del plan Futur-e, Endesa convocó un concurso internacional de proyectos industriales con un alto valor añadido en innovación y sostenibilidad para suplir la actividad de la central térmica de Compostilla. Un comité formado por miembros de la compañía, la Universidad de León, las administraciones y el Instituto para la Transición Justa eligió siete de ellos, de los cuales dos ya han sido aprobados: sendas plantas de reciclaje de baterías de vehículos eléctricos y de palas eólicas. Son iniciativas que «casan con las necesidades del mercado, del sector y de la zona», explica Javier Sardinero, miembro del área de desarrollo de negocio de Endesa y responsable de la creación de ambas instalaciones.
Baterías: recuperar el residuo de la nueva movilidad
El vehículo eléctrico va ganando presencia en el parque móvil español. Las matriculaciones crecen año a año: en 2021 los turismos híbridos y eléctricos superaron el 30 por ciento de cuota de mercado. Con la electrificación de la movilidad surge una nueva necesidad: procesar las baterías usadas de estos automóviles. Su vida útil, dependiendo de la antigüedad del modelo, oscila entre los seis y los doce años, y una vez agotadas tienen la consideración de residuo peligroso. «Sus componentes, al igual que los del resto de baterías, incluyen metales, materiales plásticos y ácidos que pueden resultar contaminantes si no se procesan y desechan del modo adecuado», constata Javier Sardinero.
Actualmente no existe en la Península ninguna planta preparada para procesar los voluminosos battery packs de los vehículos eléctricos, que suelen ocupar toda la parte inferior del coche y pesan entre 300 y 400 kilos. Por ello son enviados a otros países para su tratamiento, y esto hace que «el proceso se esté pagando muy por encima del coste racional», explica Sardinero. Un coste que los fabricantes repercuten en el precio final de sus productos.
Circularidad de los materiales
Al mismo tiempo, la necesidad de baterías va incrementándose día a día, y con ello la demanda de ciertos metales necesarios para fabricarlas. La Unión Europea está promoviendo la máxima reciclabilidad de las viejas baterías para poder recuperar elementos como el cobalto, el niquel o el manganeso y volver a introducirlos en la fabricación de nuevas unidades. Con el proceso diseñado para la planta de reciclaje que Endesa va a crear en sociedad con Urbaser en Cubillos del Sil, Sardinero calcula que podrán recuperar «entre un 97 y un 98 por ciento» de estos metales.
Con el proceso diseñado para la planta de reciclaje de Compostilla, se podrá recuperar hasta el 98 por ciento de los metales de las baterías
Una vez que las baterías lleguen a Compostilla procedentes de los diversos puntos de recogida en España y Portugal, el primer paso será descargarlas totalmente para poder manipularlas con toda seguridad. A continuación, se separarán las carcasas de aluminio, los cables de cobre y los elementos de plástico, susceptibles asimismo de ser reciclados. Entonces, los módulos de las baterías serán sometidos a un proceso de triturado del que se obtendrá la llamada black mass, una arena negra de la que empresas especializadas extraen, por medio de un proceso hidrometalúrgico, los metales aptos para la fabricación de nuevas baterías.
La planta de Compostilla, que entrará en funcionamiento entre finales de 2023 y comienzos de 2024, dará trabajo a cerca de 50 personas. Inicialmente podrá procesar unas 8.000 toneladas de baterías al año, aunque prevé aumentar su capacidad hasta las 12.000 toneladas. Las voluminosas unidades de los vehículos eléctricos son las que dan sentido al proyecto, pero en Compostilla se podrán reciclar todo tipo de baterías de ion de litio.
Un final 'digno' para las palas eólicas
A diferencia de las baterías, las palas eólicas no son un residuo peligroso, pero sí muy voluminoso, cuyo destino hasta la fecha era el vertedero. «Un final un poco triste para un elemento tan sofisticado y con gran potencial de reciclaje», reconoce Sardinero. Los primeros parques eólicos datan de finales de los 90, y los componentes de sus aerogeneradores han alcanzado la durabilidad máxima establecida para este tipo de instalaciones. Cada empresa tiene sus propias estrategias de renovación para estos parques pioneros. Entre ellas está la repotenciación: la tecnología reciente permite multiplicar por diez la potencia original de sus unidades. Pero, en cualquier caso, las viejas palas deben ser reemplazadas.
Estas inmensas piezas, cuyas dimensiones se pueden advertir durante sus traslados por carretera, están realizadas fundamentalmente a base de capas y capas de fibra de vidrio, o de fibra de carbono en el caso de las más modernas. A recuperar esa fibra para diversos usos, como material de aislamiento en la construcción o a la fabricación de nuevas palas, se dedicará la planta que Endesa va a establecer en Compostilla en consorcio con PreZero y Reciclalia Composite. Está previsto que entre en funcionamiento a mediados de 2024, tendrá una capacidad anual de 6.000 toneladas y creará unos 30 empleos directos. Un proyecto, como el de reciclaje de baterías de vehículos eléctricos, que armoniza las exigencias de un futuro sostenible con una transición energética justa.
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