Q W E R T Y. Seis letras en mayúscula seguidas, aparentemente sin conexión. Cinco consonantes y una sola vocal, sin significado. Christopher Sholes las fijó una detrás de otra después de cientos de ensayos, en 1868. Andaba enfangado en el desarrollo de una máquina de escribir de vanguardia y la alineación de los caracteres repercutía directamente en la mecánica del artilugio. Porque la pulsación reiterativa de las teclas más próximas en el teclado atascaban –literalmente- el engranaje. Y la convertían en un mamotreto más, incapaz de aligerar el trabajo de legiones de copistas y escribientes, que trabajaban en las oficinas del siglo XIX con la celeridad de los monjes medievales.
Sholes asignó letras a las teclas en un orden, a primera vista, desordenado. Pero la disposición obedecía a una combinación tan perfecta, que siglo y medio después sigue encabezando los teclados de cientos de millones de ordenadores domésticos. Y de los computadores más avanzados de las empresas tecnológicas. Del laboratorio en Pennsylvania del prolífico inventor había salido el sistema mecanográfico más exitoso de la historia. Con los caracteres distribuidos de tal forma que la gran mayoría de las palabras pueden teclearse usando las dos manos. El ingenio de Sholes también alumbró la primera máquina de escribir moderna, abocada al éxito comercial. Y eso que lucía el aspecto de una máquina de coser. Porque el inventor había usado una mesa de costurera para soportala. Incluso tenía un pedal.
El armatoste emanaba el aroma de los billetes verdes, en un país que renacía de las cenizas de la Guerra de Secesión. Quien lo olió primero fue una empresa que había hecho mucho dinero con la contienda. Remington & Sons llevaba décadas fabricando armas, desde que el patriarca de la familia, un tipo rudo y avispado llamado Eliphalet, ideó en 1816 un cañón novedoso para la época. Los Remington pusieron más de un cheque frente al rostro barbudo de Sholes. En 1873 el inventor agarró los dólares y cedió los derechos. La compañía, establecida en Ilion, en el estado de Nueva York, fabricó máquinas como rosquillas y las vendió como tales, con el apellido familiar implantado en el frontal.
A Remington & Sons le quedaban muchas máquinas por vender… y muchos bandazos que dar. La combinación mágica del QWERTY daba beneficios. Pero las armas generaban más. Por eso la empresa acabó escindiéndose en dos ramas. El futuro les tenía reservados distintos destinos. La división de armamento engordó tanto que hoy figura entre las mayores compañías del sector en EEUU. La de máquinas ni siquiera conserva hoy el nombre, después de un cúmulo de fusiones y absorciones, amistosas y hostiles, a lo largo del siglo XX.
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Bajo la denominación Remington Typewriters, la empresa mantuvo el tipo y amplió su gama con desarrollos innovadores. Eran imprescindibles para sobrevivir en un negocio cada vez más competitivo. Sobre todo, cuando la electrificación empezó a desplazar a la mecánica en las máquinas de escribir. Remington recurrió a su primera fusión en 1927, con Rand Kardex, que fabricaba productos tecnológicos para oficinas.
El tamaño era necesario para plantar cara a nuevos competidores, como la italiana Olivetti. Pero el rival más temido era uno que llevaba la tecnología impregnada en el ADN: Internacional Business Machines. Asustaban sus siglas, IBM, asociadas a algunos de los hallazgos más sonados del momento. Como la máquina de escribir eléctrica, uno de sus hits en los años 20. Se diferenciaba del resto por que los caracteres iban implantados en una bola, que sustituía a la tradicional línea de linotipia.
IBM Había echado a andar a principios del siglo, producto de la unión de varias firmas expertas en campos como la tabulación o la grabación y almacenamiento de contenidos. En 1914 cogió el timón Thomas John Watson. No lo soltaría hasta 1956, cuando IBM ya era un monstruo, cebado por la fuerza mental de miles de empleados que avanzaban bajo un lema tan simple como contundente: “Think” (piensa).
Los dueños de Remington se esforzaron para no perder el tren del desarrollo. Diseñaron su propia máquina de escribir eléctrica, competitiva, con prestaciones suficientes para que IBM no le hiciera sombra en las tiendas. Remington necesitaba tamaño para aguantar el pulso de su gran contrincante, que crecía de forma orgánica pero a pasos agigantados, cada vez más centrado en la computación. En 1938, Remington diversificó su negocio hacia los pequeños electrodomésticos, como las primeras máquinas de afeitar. Y en 1950 absorbió el laboratorio que había creado uno de los primeros ordenadores comerciales, el UNIVAC (acrónimo de Universal Automatic Computer). Porque Remington quería armarse para el auténtico negocio que se veía venir en la segunda mitad del siglo: el procesamiento de datos.
A la compañía de Ilion, cuyas máquinas de escribir ya eran sólo un artículo más de su cartera, no le bastaron los esfuerzos. En 1955 fue absorbida por Sperry Corporation. Bajo su batuta siguió avanzando en el hipercompetitivo sector de la informática, donde IBM ya estaba totalmente concentrado, creando computadores cada vez más pequeños en tamaño y más grandes en memoria; o diseñando los primeros discos de almacenamiento de la historia. En los años 60, sus máquinas de escribir ya incorporaban cartuchos de memoria e incipientes procesadores de texto. Compartían con las Remington la disposición del teclado QWERTY, pero añadían virtudes futuristas hechas realidad: las máquinas, además de escribir, empezaban a pensar.
Sperry, con Remington y el resto de enseñas, fue engullida por Burroughs en 1986. De la operación nacería Unisys, un gigante de las tecnologías de la información, enorme entonces y más grande aún ahora. Pero diminuta en comparación con IBM, la empresa que un día peleó con Remington por vender más máquinas de escribir, y que hoy vale, nada menos, que 245 veces más en bolsa.
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