Imaginen a un operario subiendo a la azotea de un edificio en los años 80 y lanzando un reloj desde lo alto. Y a otro esperando la caída a pie de calle. Cuando el objeto impacta contra el cemento, el segundo operario lo recoge con guantes de látex y lo traslada a un laboratorio, donde varios técnicos lo examinan y lo diseccionan, como en una autopsia pero sin sangre. Casio debía castigar sus productos así, sin compasión, en el periodo de pruebas. Porque su futuro, el de toda la corporación, dependía de que los nuevos artículos cumplieran con lo que la clientela siempre esperaba de ellos: que fueran fiables y duraderos.
Una cosa llevaba a la otra: los productos de Casio solían tener una vida larga, precisamente, porque eran duros. Un círculo virtuoso que transformó el taller de una familia japonesa en una multinacional con presencia en medio mundo. Y que le permitió salir casi indemne de los vaivenes de una industria hipercompetitiva. No hay que rebuscar lejos para encontrar pruebas. Hoy día, el gigante nipón está esquivando el boom de los smartwaches con más éxito que los todopoderosos fabricantes suizos, sumidos desde hace dos años en un tortuoso bache de ventas.
Casio nació como idea en un taller de cacerolas, en la mente de un joven que había sufrido un terremoto. Se llamaba Kashio Tadao y tenía cuatro hermanos. En 1923 tuvo que escapar de los destrozos de un terremoto, para refugiarse en las afueras de Tokio. El tipo que había sufrido cómo el mundo se desmoronaba, literalmente, a su alrededor, se convirtió en un buen montador de piezas y engranajes. La pericia acabó en la constitución de un negocio familiar, donde colaborarían todos los hermanos.
Uno de ellos estaba predestinado a brillar. De niño, Toshio Tadao no soñaba con ser futbolista sino inventor. Quería ser Edison. Y en ello se afanó hasta lograr que Casio pasara de sustento familiar a empresa prometedora. No dio en el clavo con su primer intento, un anillo tan friki como efímero que permitía sostener los cigarrillos y liberar las manos del fumador. Pero el segundo demostró que la firma nipona iba muy en serio. En 1954, crearon una calculadora electrónica. Era un pesado armatoste, pero funcionaba. También lo fueron los primeros ordenadores de IBM y la empresa americana logró convertirse en un gigante.
Casio se sumó a la avanzadilla de empresas –como Nintendo- que lograron ubicar a Japón en el mapamundi de la tecnología. La firma nipona siguió mejorando (y menguando) sus calculadoras. Los hermanos fundadores vislumbraron una manera de diferenciarse, mediante la creación de artículos avanzados tecnológicamente, pero cada vez más pequeños. Si eran buenos armando piezas grandes, también podían serlo uniendo las más pequeñas. Una decisión trascendental, toda una diana empresarial, a juzgar por los éxitos que generaría después.
Casio se convirtió en un referente mundial de la tecnología en las décadas de los 70 y los 80, gracias a innovaciones que llegaron en cadena. En 1972, estrenó su primera calculadora doméstica, del tamaño de un transistor. Aunque en los años venideros fue reduciendo su tamaño, para colarse en las mochilas de millones de estudiantes.
En 1974 dieron la campanada con el Casiotron, un reloj digital que no sólo marcaba la hora, los minutos y los segundos, sino también el día y el mes. Fue todo un éxito de ventas, pero, sobre todo, permitió al grupo introducirse en el negocio relojero; una nueva actividad que, a la larga, acabaría reportándole buena parte de sus ingresos. Casio fue produciendo más y más relojes, cada vez más pequeños y originales. Así nació el reloj despertador y el que tenía videojuegos. O el calculadora, que luciría en su muñeca Michael J. Fox, en el papel de Marty McFly, en Regreso al futuro. Hasta Sting presumiría de su Casio de plástico en la portada del single Wrapped around your finger.
Consciente de la necesidad de diversificarse para reducir los riesgos, Casio creó otra división, de instrumentos musicales. Se estrenaría con todo un hit, el Casiotone, un teclado electrónico que se colaría en millones de hogares. Todo un símbolo musical de los años 80, como el pelo cardado de los grupos heavies o los calentadores de los bailarines versión Flashdance.
Pese a nacer a mitad de siglo XX, Casio está ligada a los 80 en la memoria de toda una generación. Porque fue en esa década cuando sus productos calaron a base de grandes ventas. Un ejemplo: en 1983 lanzó el G-Shock, el reloj que la marca vendía como prácticamente irrompible, aunque cayera desde lo más alto de un edificio. El G-Shock demostró ser duro en todos los sentidos, a juzgar por su capacidad de supervivencia: hoy día sigue siendo uno de los más vendidos de la multinacional, que también comercializa cámaras fotográficas ultrafinas o telefónos móviles. No pueden decir lo mismo algunas compañías míticas y equiparables del siglo XX. Como Kodak, que murió aplastada por no saber adaptarse, cuando el futuro se precipitó para convertirse en presente.
Casio ha mantenido el pulso manteniéndose fiel al espíritu original, pero tomando decisiones acertadas: como alimentar su presencia en el sector de la educación, apostar fuerte por mercados pujantes (China, Sureste Asiático o India) y aprovechar la ola del revival ochentero que tanto gusta hoy a muchos millennials.
La empresa japonesa logró encadenar tres años seguidos de ascenso en las ventas, mientras la industria relojera tradicional sufría su mayor caída en dos décadas. El batacazo más llamativo es la de las grandes marcas suizas, que sobrevivieron con relativa entereza a la crisis, pero que no supieron reaccionar a tiempo a la inmersión de Apple en su terreno.
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La decisión del gigante californiano fue providencial para muchas tecnológicas; su reloj abría un nuevo camino para empresas como Samsung o Motorola, que ya estaban desarrollando smartwaches. Sin embargo, supuso un mazazo para los fabricantes de relojes. Casi ninguno escapó al tsunami con epicentro en la sede de Apple en Cupertino. Entre principios de 2014 y finales de 2016, las exportaciones de relojes suizos cayeron hasta los niveles de 2011. Las que estaban cotizadas, como Swatch o Richemont (dueña de Cartier) recibieron el embiste. Tampoco escaparon al castigo bursátil sus rivales de extranjeros, como la estadounidense Fossil o las japonesas Seiko y Citizen Watch.
Los relojeros tradicionales no midieron correctamente el tamaño de la amenaza. Y cuando plantaron cara, ya era tarde. Eso sí, reaccionaron. El ejemplo más ilustrativo es el de una marca con renombre, solera y poderío: TAG Heuer acabó pasando por el aro y desarrollando su propio smartwach. La filial de la reina del lujo LVMH tuvo que recurrir a esa mezcla de plástico y tecnología que hizo de oro, muchos años antes, a cuatro hermanos japoneses.
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