Isabel, una vallisoletana afincada en Madrid por motivos laborales, quiso aprovechar las semanas de teletrabajo impuesto en su empresa para pasar algún tiempo en casa, con su familia. En un principio, el trabajo a distancia era la solución transitoria para un periodo corto de tiempo, pero los rebrotes y la segunda ola de contagios han ido atrasando poco a poco la vuelta de todo el equipo a la oficina. A día de hoy, no tiene ni siquiera una estimación de cuándo retomará el trabajo presencial, por lo que se plantea qué hacer con el piso que tiene alquilado en la capital: dejarlo y arriesgarse a no tener casa si le obligan a volver con poca antelación o mantenerlo y seguir asumiendo un coste que supone gran parte de su sueldo.
La situación de Esther es similar. En un principio, su fecha de vuelta a la oficina era septiembre, pero los rebrotes fueron dilatando la vuelta hasta el punto que la empresa dejó en el aire el momento del retorno. Esther quiso aprovechar esta circunstancia para vivir unos meses con su pareja en Valencia, cerca de su lugar de origen. Empezó a buscar piso en esta nueva ciudad y tanto ella como su pareja avisaron a sus respectivos compañeros de piso en Madrid de que lo abandonarían poco después, pero sus planes se fueron al traste cuando la empresa le avisó con pocos días de antelación de que debía volver a la oficina. Ahora, aunque ha retomado el teletrabajo debido a la segunda ola de contagios, ya no piensa en dejar su piso de Madrid por lo que pueda pasar.
Estas circunstancias se repiten en cientos de casos, pero no existe una solución sencilla. Los trabajadores afectados se debaten entre mantener sus alquileres para poder contar con una vivienda en el caso de que sus empresas decidan repentinamente volver a la presencialidad o interrumpir sus contratos de alquiler para no soportar el alto gasto que supone mantener un alquiler en la ciudad de Madrid, que ronda los 15 euros por metro cuadrado, según datos de Idealista (11,4 euros en la media de España).
Ante estos casos, la recomendación de los expertos es, en primer lugar, que los empleados soliciten a las empresas concreción sobre sus planes de vuelta. En el caso de que sus compañías sean incapaces de darles certidumbre, estos expertos aconsejan también que barajen la opción de llegar a un acuerdo con el propietario del piso para reducir el precio del alquiler mientras prefieran vivir en otro lugar.
La cláusula Covid
Como otra posible solución a qué hacer con los pisos en este entorno de incertidumbre aparece la cláusula Covid, diseñada para definir las condiciones y las acciones a tomar por parte del propietario y del inquilino si vuelve a producirse un confinamiento o un estado de alarma, como explica a El Independiente Mariola Soriano, research analyst en Instituto de Valoraciones.
En su opinión, es una buena opción incluir esta cláusula en los contratos de alquiler de los inquilinos que teletrabajan y continuarán haciéndolo un tiempo porque puede proteger a ambas partes.
"Si al inquilino le gusta el piso y no le compensa dejarlo, es el momento de negociar. Lo aconsejable es hablarlo con el propietario", añade, por su parte, Carlos Smerdou, consejero delegado de Foro Consultores Inmobiliarios. En su opinión, dado que estos momentos son "complejos", es muy posible que "muchos propietarios prefieran reducir el alquiler o introducir periodos de carencia antes de perder a un buen inquilino".
En todo caso, los propietarios están protegidos durante los primeros seis meses del contrato de alquiler, en los que la ley les ampara. Como explica a este periódico José Ramón Zurdo, director general de la Agencia Negociadora del Alquiler, "aunque el contrato se firme por un año, si el inquilino se va antes de seis meses se le podrían reclamar las mensualidades del tiempo que quede para llegar a ese umbral. Si se va después tendría que dar un preaviso de treinta días".
Eso sí, si el propietario quiere imponer una penalización al inquilino por marcharse más allá de esos seis meses, deberá especificarlo en el contrato de alquiler. Como recuerda Zurdo, la ley requiere que exista un pacto para fijar esta condición.
Universitarios sin clase
Esta problemática también hace mella en los jóvenes universitarios. El estado de alarma supuso un parón a la presencialidad en las universidades y la abrupta finalización de las clases en marzo provocó que muchos estudiantes volvieran a su ciudad de origen antes de lo previsto. La gran mayoría continuó pagando un alquiler que realmente no disfrutó debido a que la incertidumbre le impedía saber cuándo podría volver a sus casas.
Como detalla Instituto de Valoraciones citando a la última Estadística de Estudiantes Universitarios (EEU), en regiones como la Comunidad de Madrid, Castilla y León y Navarra el 30% de los estudiantes procede de otros lugares y los meses estrella para buscar piso para el curso académico suelen ser julio y agosto, algo que, como todo ahora, ha puesto patas arriba la pandemia.
Este año, el coronavirus ha cambiado los plazos habituales y los estudiantes han retrasado su búsqueda de hogar ante la incertidumbre por la vuelta presencial a las aulas y la situación sanitaria.
En todo caso, para los universitarios que tengan alquilado un piso son válidas las recomendaciones que los expertos hacen a los profesionales, a las que se suma recurrir al coliving, la evolución del coworking en el mundo de la vivienda, una especie de colegio mayor para jóvenes profesionales.
En estos edificios, los jóvenes pueden compartir un piso con personas afines (son seleccionados previamente) en el que disponen de habitación y/o baño privado y comparten el resto de zonas, que suelen incluir terrazas, con los servicios de limpieza incluidos.
La ventaja de este sistema frente al habitual piso compartido es que permite alquilar la habitación por meses sin tener que hacerse cargo del contrato, pues no existe la permanencia. Aporta la flexibilidad que no tiene el piso alquilado habitual, pero, por contra, tiene un precio considerablemente más caro, que ronda los 800 euros por habitación.
El confinamiento ha hecho a los españoles replantearse cómo quieren vivir. Ahora la gente busca casas con jardín y espacios abiertos, pero también con despachos. Sin embargo, la pandemia y, sobre todo, la incertidumbre sobre su duración complica los planes sobre cambiar de vivienda. Como explica a este periódico Esther, "es muy difícil organizarse, cada día cambian las cosas y es muy difícil hacer un plan a medio plazo". En eso se resume todo.
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