Juan José Carmelo empieza su jornada en la calle Alcalá de Madrid, donde le espera el chófer del peculiar autobús en el que trabaja a diario. Juntos se desplazan a un pueblo de la provincia de Madrid, como Titulcia, y a las nueve de la mañana aparcan en la plaza del municipio, donde ya les esperan los primeros clientes cartilla en mano.
Hace ya dos años que Juan José trabaja en uno de los ofibuses con los que Bankia da servicio bancario a pequeñas poblaciones. Este vehículo, que esconde en su interior una oficina, visita unos tres pueblos al día con la intención de que los habitantes de las zonas rurales no se queden sin poder realizar operaciones bancarias. Se trata de una de las fórmulas que los bancos han encontrado para no desamparar a la España Vaciada.
Anchuelo, Villar del Olmo, La Cabrera, Titulcia, Montejo de la Sierra... En estas poblaciones madrileñas, la edad media es considerablemente más alta que en las ciudades, por lo que sus habitantes requieren un servicio diferente. Las operaciones más habituales que se realizan en este autobús son la retirada o el ingreso de efectivo, el pago de la contribución o de la factura del agua y las transferencias.
En la ciudad los clientes quieren asesoramiento, hipotecas, comprar acciones... Esto es muy difícil verlo en los pueblos"
Juan José Carmelo
"Hacemos operaciones sencillas y tareas administrativas. El 90% de las cosas son recibos. En una oficina a pie de calle los clientes quieren más asesoramiento, operaciones más complejas, como una hipoteca o inversión, adquirir acciones... Esto es muy difícil verlo en los pueblos", añade Juan José.
El ofibus cuenta, además, con un despacho en el que se puede realizar un asesoramiento más técnico.
Las visitas a cada pueblo se coordinan con los ayuntamientos con unos veinte días de antelación, de forma que los clientes saben exactamente qué dos días al mes tendrán un "banco" en el pueblo.
A raíz de estas visitas, las personas que trabajan en estas zonas rurales acaban fraguando con sus clientes una relación más personal de la que tienen los gestores de la ciudad con los suyos, que, además, no pisan mucho las sucursales. "El trato personal y familiar con esas personas es más complicado tenerlo en Madrid. Aquí conocemos a todo el mundo, es como que tratas con un familiar", apunta Juan José.
Las relaciones son muy cercanas. "Hay gente que te trae dos conejos congelados como agradecimiento. La gente mayor es increíble", explica este empleado del ofibus, que, si pudiera, querría jubilarse en este puesto: "Es uno de los mejores trabajos que puede tener una persona".
Durante el confinamiento, el servicio se mantuvo. Era importante que los habitantes de las zonas rurales siguieran disponiendo de efectivo para hacer sus compras en las tiendas de ultramarinos, pues sus hijos no podían desplazarse desde las ciudades.
Mayores y tecnología
Esta fase de la pandemia, precisamente, ha servido para impulsar el proceso de digitalización de la banca, que suele enquistarse en la población mayor. "La gente es de 60 o 70 años para arriba y nos está costando que se adapten a las nuevas tecnologías, aunque la pandemia ha acelerado el proceso", explica a El Independiente, por su parte, José Antonio Martín.
Este trabajador de Ibercaja ha desarrollado toda su carrera profesional en zonas rurales de Aragón. Actualmente trabaja en Sariñera, un municipio oscense habitado por unas 4.000 personas. Lo hace en una sucursal bancaria tradicional, aunque no siempre ha sido así.
Cuando trabajaba en Castel de Cabra (240 habitantes) o en Martín del Río (400), en Teruel, y en otras poblaciones de tan difícil acceso que requerían, en ocasiones, desplazamientos a pie entre pueblos debido a la nieve, el servicio bancario se ofrecía en el ayuntamiento, en la farmacia o en el local que estuviera disponible.
Nos está costando que la gente mayor se adapte a las nuevas tecnologías, aunque la pandemia ha acelerado el proceso"
José Antonio Martín
Al igual que el comercial del ofibus, José Antonio valora especialmente de este trabajo la cercanía con los clientes: "Cuanto más pequeña es una población, más rápido se abren a ti. Si tienen un problema, te invitan a su casa a comer y eso en una población más grande no se da".
"Me gustaría seguir desarrollando mi carrera en el ámbito rural. Haber nacido en un pueblo pequeño, aparte de otorgarnos unos valores, hace que nos adaptemos mucho mejor a este tipo de cliente y de zonas", añade.
Modernizando la agricultura
Quien también ha terminado trabajando cerca de su lugar de origen es Carlos Arcas, que lo hace como agente de Santander en San Clemente, en Cuenca, ofreciendo el servicio bancario que antes se canalizaba a través de una oficina (se cerró en noviembre de 2018).
En muchas de estas zonas rurales, la actividad económica principal es la agricultura, lo que condiciona el tipo de necesidades financieras de sus habitantes.
Como explica este agente a El Independiente, en las zonas rurales suelen predominar las pólizas de crédito para campañas como la vendimia o la recolección de ajos o cebollas, lo que hace que "los clientes tengan en ciertos momentos estacionales necesidades adicionales de liquidez", pero cada vez más requieren "productos más técnicos, como el confirming".
"El cliente de zona rural suele ir más orientado a productos agro, aunque cada vez son más los agricultores que cuentan con verdaderas industrias que nada tienen que ver con lo que conocíamos antaño", apunta Arcas, que añade que cada vez más las cooperativas van ganando peso y convirtiéndose en muchos casos en las empresas más relevantes de las localidades rurales, por lo que a veces demandan productos de comercio exterior, "que hasta la fecha ni se planteaban".
Sin duda, trabajar para un banco en una zona rural, ya sea en un autobús, en una oficina o a pie de calle, tiene poco que ver con hacerlo en la ciudad. Algo tendrá la España Vaciada que atrae tanto.
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