Es la misma mirada. Desafiante e impertérrita. Guiaba cada paso que dio dentro de la banda, cuando disparaba, cuando ordenaba y cuando amenazaba. Nunca imaginó que sería la que un día le delataría. Una mirada como la suya no puede olvidarse. Garikoitz Aspiazu Rubina podía haber tenido una vida muy distinta. El Bilbao de 1973 en el que nació, mientras en Pamplona se lanzaba el txupinazo, estaba aún lejos de despertar del todo, de abrir los ojos. Cuando él alcanzó la mayoría de edad el clima justificador de ETA propio de la Transición ya se había diluido.
Garikoitz decidió que la vida que pudo haber tenido, como profesor de educación física, en la ciudad que amaba no merecía tanto la pena. Tampoco la novia a la que abandonó y que poco después también detendría la policía. Apostó por hacer carrera entre armas y terroristas hasta convertirse en uno de los dirigentes más crueles de ETA. Con 46 años cumplidos, es ese su historial y que culmina con once años de prisión acumulada en Francia y un horizonte de cárcel por llegar en España.
Como algunos jóvenes de su entorno, la vía de ‘lucha’ que brindaba la ‘kale borroka’ que ETA decidió socializar en los 90 fue una suerte de campo de entrenamiento. Aquella la violencia de ‘baja intensidad’, se le llamó entonces, fue una fase preparatorio para quienes estaban dispuestos a dar un paso más, a cruzar la línea roja. Él lo estaba.
En su juventud, Garikoitz aún no era ‘Txeroki’. Faltaban sólo unos años para que su aspecto, su actitud y su mirada penetrante contribuyeran a esculpir el particular mito que siempre se ha construido sobre los jefes de ETA. La tarde que huyó sin dar explicaciones no regresó al bar de la izquierda abertzale en el que había trabajado. El mismo en el que colgaban fotos de presos de la banda -hoy, en algunos casos, lo hace la suya- en el corazón del Casco Viejo de la capital vizcaína, escenario de algaradas y enfrentamientos, pintadas y manifestaciones e incluso algún atentado.
Con 24 años Garikoitz había pasado la línea roja, se había convertido en ‘Txeroki’. Lo hizo primero como miembro ‘legal’, no fichado, y más tarde en la clandestinidad. La formación recibida a comienzos de los 2000 fue suficiente para ponerle al frente de un comando, uno de los que ETA tenía operativos entonces. A él se le asignó su territorio que conocía bien, su Vizcaya natal. ‘Txeroki’ se integró en el comando ‘Olaia’, el mismo al que se le asignó el asesinato del primer juez en la historia de ETA: José María Lidón.
377 años de condena
Fue su estreno. Ocurrió el 7 de noviembre de 2001, a la puerta de la casa del magistrado. Dos etarras, dos pistoleros, descerrajaban siete balas a Lidón en presencia de su mujer, en el asiento del copiloto, y su hijo, a pocos metros de ahí en otro vehículo. 18 años después, ‘Txeroki’, aquel joven melenudo con aspecto desafiante, que pudo haber sido profesor de educación física pero que huyó del Casco Viejo de Bilbao sin dar señales, se sienta en el banquillo. Ahora su aspecto es otro, su mirada no. Pelo corto, rapado, al igual que cuando fue detenido en 2008. La Fiscalía pide contra él 30 años de cárcel por matar al juez. Ayer, Garikoitz lo negó, aseguró que no estaba en Euskadi ese día.
Sobre sus espaldas acumula ya una condena por 377 años de prisión, además de otras condenas en Francia. Su vida en libertad apenas duró 35 años. Su actividad criminal en el seno de ETA se estima que algo menos de una década. Un tiempo suficiente para un ascenso basado en la dureza más que en el argumento político, el debate intelectual o la estrategia negociadora. En su trayectoria figura un largo historial de crímenes, algunos de ellos de especial relevancia y gravedad. A él se le atribuye la decisión de romper la tregua de 2006 con el atentado en la T-4 que causó dos muertos. Su nombre también figura el inductor del intento de atentado contra el Rey o en otros crímenes como el atentado contra el entonces dirigente de las juventudes socialistas de Euskadi, Eduardo Madina, o la orden de atentar contra dos agentes en Francia.
Formado bajo el amparo de otros históricos de ETA, como Soledad Iparragirre, ‘Anboto’, su ascenso a la cumbre etarra se produjo tras el arresto de Gorka Palacio, otro de sus formadores. Su vacante la cubrió ‘Txeroki’ abriendo una etapa de especial dureza de la banda con la que compensar la debilidad que para ese primer lustro de 2000 ya arrastraba la banda a la que aún le quedaba una década de atentados.
"Es él, no hay duda"
En noviembre de 2008 fue detenido junto a Leire López Zurutuza en Cauterets (Francia), donde ahora cumple condena por pertenencia a ETA. Pero el pasado en nuestro país aún le perseguirá por mucho tiempo. Las causas pendientes de ‘Txeroki’ en España son numerosas, cerca de una veintena, algunas como autor, otras como inductor. La que desde ayer juzga la Audiencia Nacional es sólo una de ellas, la que podría suponerle una condena de 30 años de prisión.
Fue precisamente su mirada, la misma que el tiempo apenas ha modulado, la que recordaban Marian Gallastegi e Iñigo Lidón Gallastegi, la que le delató. La que les vino al unísono cuando cenaban en casa frente al televisor y la pantalla mostró en una fotografía del ex jefe militar de ETA. Se miraron, asintieron, y se cruzaron el peor recuerdo de una viuda y un huérfano. Bastó una mirada; “es él, no hay duda”. Lo reconocieron ayer emocionados durante la vista oral, a escasos tres metros de la mampara que les separaba de ‘Txeroki’ y sus ojos desafiantes, impenetrables.
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