Hace tres lustros que no ocupa un escaño. No ha sido por propia voluntad. La cárcel, las condenas y el nuevo tiempo se lo han impedido. Ahora ni siquiera su partido cree que sea una buena opción. El tiempo de Arnaldo Otegi como candidato electoral ha pasado y su perfil parece amortizado cartel electoral. Pese a ello, a sus 61 años, Otegi (Elgoibar, 1958) está lejos de jubilarse políticamente. Sigue siendo un referente indudable entre los suyos, el líder que maneja los hilos, aunque a partir de ahora lo hará sólo en la trastienda, en la vida orgánica de la coalición de la que es coordinador general.
Para muchas generaciones y no pocos nuevos potenciales votantes abertzales y de izquierda, es particular los más jóvenes, Otegi empieza a ser más pasado que futuro de la izquierda abertzale. Esta semana la Mesa Política de la coalición que lidera ha aprobado por unanimidad que no sea él quien aspire a lehendakari en las elecciones autonómicas que se celebrarán este año en Euskadi. Será la segunda ocasión en la que renunciará a optar al puesto más deseado de la política vasca.
En la anterior cita electoral al Parlamento Vasco, en septiembre de 2016, Otegi soñó con ocupar la presidencia del Gobierno vasco. Su salida de la cárcel el 1 de marzo de 2016, tras seis años y medio en prisión por el ‘caso Bateragune’, le brindaba un escenario para resucitar y emular otros regresos épicos de políticos en loor de multitudes; algunos le llamaron el ‘Mandela vasco’. Pero Otegi nunca fue Mandela. Su candidatura a lehendakari en las anteriores elecciones autonómicas pronto topó con su pasado y su condena de inhabilitación. Cuatro años después sigue haciéndolo.
Ahora el líder de la izquierda abertzale asegura que siempre tuvo claro que no sería el candidato a lehendakari –pese a que sólo días antes afirmar que estaba abierto a ejercer cualquier papel que le asignaran la bases-, que su ‘delfín’, Maddalen Iriarte, -una periodista de ETB desconocida en lides políticas hasta que Otegi la designó como su sucesora y aspirante a la lehendakaritza-, era la adecuada. A Otegi los nuevos tiempos le han arrinconado para ocupar escaños en instituciones públicas. Paradógicamente, los suyos siempre subrayan que es él uno de los principales artífices de ese ‘nuevo tiempo’ (… sin ETA) del que disfruta la sociedad vasca.
Atrapado por su pasado
En su mundo no todos le ven como un héroe, también hay quienes ven en él la figura de un traidor. Los sectores más ortodoxos de la izquierda abertzale consideran que la ‘refundación’ y el proceso de renovación que ha impuesto supone un desprecio a décadas de ‘lucha’ y enfrentamiento al Estado. La fractura en la izquierda abertzale es ya evidente. El sector crítico es por ahora minoritario pero creciente en apoyos y estructura.
Otegi ha vuelto a las sombras. Al lugar donde la política se diseña, la estrategia se pule y el mensaje se construye. Su rostro, su imagen y su pasado cada vez encajan menos con el presente. Para los jóvenes el líder de EH Bildu es cosa de sus padres, incluso de sus abuelos. Las generaciones que apenas vivieron los tiempos en los que Otegi justificaba como ‘consecuencias del conflicto’ los atentados de ETA, o menos aún los que él mismo se integró en ETA (PM) primero y ETA ‘militar’ después, sólo saben de él de oídas. Hoy la lucha ‘nacional’ ya no moviliza como lo hacía entonces. Ahora está trufada de otros ingredientes incluidos en la receta política de la Euskadi post ETA; políticas sociales, feminismo, cambio climático, empleo... Una nueva agenda política en la que su adversario ya no es sólo el nacionalista PNV sino también el ‘social’ Elkarrekin Podemos, con importante, aunque decreciente, presencia en el País Vasco y que ha captado gran parte de sus simpatías en el electorado joven que tiempo atrás hubiera absorbido de modo mayoritario la izquierda abertzale.
En este nuevo contexto social y político, el peso de Otegi queda demasiado atrapado en su pasado. El último sondeo del Euskobarómetro arrojaba un dato significativo. En una escala de 0 a 10 el grado de conocimiento de Arnaldo Otegi en el conjunto del electorado apenas alcanzaba el 4 y el 6,7 entre los votantes de la izquierda abertzale.
Iriarte es un rostro nuevo. Mujer, popular televisiva y sin mochilas de hemerotecas imposibles de justificar en el 2020. Cinco años más joven que Otegi, ha demostrado capacidad para liderar un grupo parlamentario sólido en el Parlamento. Iriarte ha actuado bajo el susurro permanente del ex portavoz de Batasuna pero ha logrado que no se eche de menos al líder abertzale. Más aún, ha certificado el relevo generacional que en EH Bildu, en gran medida, lideran las mujeres.
La última vez que Otegi encabezó una candidatura a lehendakari no dejó buen recuerdo en la izquierda abertzale. Ocurrió en 2001 y la marca heredera de HB, Euskal Herritarrok (EH) perdió la mitad de la representación que tenía en la Cámara vasca. De los 14 asientos que debía mantener sólo conservó siete. Por el camino se perdieron cerca de 80.000 votos. Más allá del perfil del candidato Otegi, el contexto político y violento de aquel comienzo del siglo XXI en Euskadi fue sin duda un factor determinante.
El relevo
Desde entonces, la izquierda abertzale ha sabido recuperarse. Los 143.000 votos de aquellos comicios que obtuvo la entonces marca abertzale, Euskal Herritarrok, hoy han aumentado hasta los 223.000 en las últimas elecciones autonómicas (2016) –que prácticamente se han mantenido en las generales del pasado 10 de noviembre-.
Otegi ha tenido que asimilar que ya no le espera ningún escaño, que su papel es culminar la ‘refundación’ de la izquierda abertzale. De algún modo, es terminar el trabajo que él comenzó. A él se asigna el empeño por virar el mensaje y la posición de la izquierda abertzale. En realidad, fue algo inevitable y fruto del hastío de la sociedad vasca y del agotamiento de ETA, tras el descabezamiento policial y judicial de toda su estructura, y la izquierda abertzale en su constante pulso con el Estado. El ‘nuevo tiempo’ que proclamó entre los suyos Otegi se impuso y ha alcanzado ahora uno de sus momentos más álgidos: el apoyo al candidato del PSOE para ser investido, el líder del partido contra el que un día Otegi y los suyos arremetieron sin piedad, justificaron que se atentara y consideraron responsables de la ‘guerra sucia’.
El relevo de Otegi era hasta hace no mucho un tema tabú. Su liderazgo incuestionable en ese mundo, acrecentado tras los seis años y medio de cárcel por el caso ‘Bateragune’, pronto dejó entrever que Otegi no era el rostro de las nuevas generaciones. La renovación que otros partidos habían hecho para adaptar liderazgos y mensajes a la nueva Euskadi seguía pendiente. En 2017 uno de los socios de EH Bildu, Eusko Alkartasuna, abogó sin éxito por buscar un nuevo candidato con capacidad para “aglutinar nuevas sensibilidades”. Lo reclamó el entonces secretario general de EA, Pello Urizar. Lo hizo casi al mismo tiempo que la coalición situaba en la cúspide de su estructura a Otegi al nombrarle secretario general de Bildu.
Pero Otegi tiene heredero, se llama Arkaitz Rodríguez y lidera Sortu, el partido que condena la violencia en sus estatutos pero que aún se resiste a un desmarque claro de la historia de ETA y que piensa más en los presos que en sus víctimas. Rodríguez e Iriarte conforman la bicefalia discursiva de la izquierda abertzale, el duro y el moderado, que todas las formaciones acostumbran a mantener. Y detrás de ambos, controlándolo todo, sigue Otegi.
Pragmatismo, no confrontación
Es él quien ha defendido una cierta ‘peneuvización’ de la estrategia política. El Otegi que arengaba a la confrontación y el enfrentamiento con el Estado se reserva ahora sólo para las campañas electorales y sus mítines. La práctica política que ha imprimido a la coalición EH Bildu ha iniciado un camino más pragmático, posibilista. La EH Bildu de Otegi está ahora más cerca del modelo de ERC que el de PDeCat, de la búsqueda de algún rédito, influencia y peso, por pequeño que sea, que de la vía unilateral.
Los acuerdos en Navarra y en Madrid son muestra de ello. En la Comunidad Foral EH Bildu ha logrado entenderse con el PSN y facilitar la investidura y los presupuestos de su presidenta, María Chivite. En el Congreso, hizo lo propio con Sánchez, de quien se han convertido más en un aliado que en un enemigo. El pragmatismo frente a la confrontación que décadas atrás llevó a la izquierda abertzale a despreciar el Congreso como símbolo del Estado que oprimía al pueblo vasco, se ha impuesto.
La explicación es una vez más ‘es el nuevo tiempo’ y la debilidad del Estado vistos como oportunidad para obtener resultados, avances. Otegi el estratega defiende ahora que la lucha por la independencia de Euskal Herria no se haga desde la trinchera sino desde la tribuna y los despachos. Es ahí donde entra el cambio de estrategia. Ahora la izquierda abertzale defiende que Euskadi, Navarra y los territorios del País Vasco francés, que integrarían Euskal Herria, trabajen de modo autónomo. Que la aspiración por ser un día independientes tenga su ritmo en cada uno de los tres ámbitos institucionales.
Ahora el adversario es más el PNV que el PSOE. En Euskadi Otegi ha impuesto la presión hacia la formación de Andoni Ortuzar. Bildu mantiene que son la única alternativa al control institucional que hoy en día poseen los jeltzales. El apoyo a la huelga general del pasado jueves es el último movimiento de desgaste que ha realizado y que se suma a la falta de diálogo para respaldar unos presupuestos o al cuestionamiento que la izquierda abertzale hace del acuerdo sobre la propuesta de nuevo estatus que PNV, PSE y Podemos han cerrado. Es precisamente esa la nueva amenaza que se cierne sobre el futuro de la izquierda abertzale, la conformación de una entente entre PNV, el PSE y Elkarrekin Podemos. Por ahora, el acuerdo presupuestario ha salvado a Urkullu en su último año de legislatura.
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