El diagnóstico lo detalló con los ojos húmedos de la emoción. Desde la tribuna, “en mi última rueda de prensa”, aseguró que la “colisión” que le forzaba a abandonar la presidencia del PP en Euskadi y a poner fin a su vida política era la de dos formas de ver la política, de entender el partido y de plantear la articulación y la vertebración de la diversidad en España. A Alonso se lo ha llevado por delante la cohabitación de los dos PPs, el recién relegado, el de Rajoy y Soraya Sáenz de Santamaría que él apoyó y que es mayoritario en Euskadi, y el que está aún abriéndose camino –y cuenta con un apoyo minoritario en el País Vasco- bajo la dirección de Pablo Casado. El primer PP, el suyo, le respaldaba internamente pero no en la calles, en las urnas. Con el segundo, el de Casado, la relación ha sido imposible. Comenzó mal, terminó peor. El insuficiente balance del primero y la imposibilidad del segundo han terminado con su presidencia de forma convulsa y a pocas semanas de una elecciones autonómicas en las que fue candidato a lehendakari por unos días.
En política los plazos son breves, el recuerdo frágil y el liderazgo intercambiable. La dirección nacional del partido pasó ayer de agradecer los servicios prestados a Alonso a proclamar un nuevo tándem interino para recomponerse y concurrir a las elecciones. El primer integrante del mismo lo conocimos el domingo; Carlos Iturgaiz, el segundo, ayer: Amaya Fernández. La actual secretaria general cuenta “con el apoyo y la confianza” de la dirección nacional, la misma que ayer Alonso dijo no haber sentido estos días.
El desgaste de Alonso que ha terminado con su muerte política comenzó el día que volvió a pisar suelo vasco. Tras ocupar el ministerio de Sanidad su encomienda era resucitar a un débil PP vasco. En aquel 2015 ETA ya no mataba, el calor social que les arropó y apoyó durante un tiempo en las urnas había comenzado a enfriarse y tocaba saber adaptarse al nuevo tiempo. Alonso debería saber conectar en aquella 'nueva' Euskadi, tal y como su predecesora, Arantza Quiroga, intentó bajo el reproche de amplios sectores del PP vasco, en especial el alavés que lideraba Alonso. También ella terminó dimitiendo.
Los números no engañan. Cuatro años y medio después, Alonso no había logrado su encomienda. Además de no mejorar en apoyo electoral, -en las municipales de 2019 registró el peor registro del PP vasco, 78.700 votos- la formación que hasta ayer presidía había comenzado a dividirse entre ‘Alonsistas’ y, en menor medida, ‘Casadistas’. Es posible que la política nacional del PP tampoco ayudara a recomponer la situación, ni que el cambio de discurso y acercamiento al PNV que él activó fuera comprendido por algunos de sus votantes más tradicionales.
19 meses de convivencia
La convivencia con Pablo Casado sólo suma 19 de los 56 meses de desgaste. La tendencia de caída de voto Alonso la heredó de su antecesora -es imparable desde el techo electoral de 2003-, pero el elegido por Rajoy para hacerlo, no supo frenarlo ni reorientar electoralmente el partido.
El otro PP, el de Casado, con el que el ex presidente popular vasco ha tenido que convivir el último año y medio nunca vio en él la solución sino más bien terminó por situarle como el problema. Continuar haciendo lo mismo sólo abocaba al partido a obtener los mismos resultados. La ‘receta’ que el presidente ‘Sorayista’ del PP vasco planteaba jamás fue vista con buenos ojos. Alonso ha reivindicado la singularidad y especificidad del partido en el País Vasco como el remedio a su debilidad. Abrirle la puerta a ello fue interpretado por algunos sectores de Génova como fragmentar la unidad de mensaje de la formación en tiempos de apelaciones a la unidad de España, el retorno a las esencias identitarias y el constitucionalismo que propugnaba Vox. Demasiado arriesgado.
La máxima jesuítica se impuso tras la llegada de Casado, ‘en tiempos de tribulación no hacer mudanza’. Forzar un relevo en Euskadi en año electoral, pese a los malos resultados electorales se antojaba precipitado. Aquel PP que Alonso comenzó incidiendo en su “proyecto propio” sonaba a una particular ‘nacionalismo popular’ orgánico dentro del PP. Los encontronazos de Alonso con Génova se fueron sucediendo entre acusaciones de “tibieza” y sintonía con el nacionalismo vasco. Aquel presidente que respaldó las cuentas del PNV en Euskadi y que llegó a entenderse con el nacionalismo que trabajaba al mismo tiempo un nuevo Estatus para fijar al País Vasco “de igual a igual” a España no gustaba. Tampoco las reivindicaciones constantes a la foralidad, la territorialidad o la necesidad de blindar y poner el foco en una herramienta singular vasca como el Concierto vasco considerada un privilegio en no pocos lugares del Estado. Y todo ello mientras la marea de Vox se llevaba la arena del PP de numerosas regiones españolas.
Para comienzos de este curso político la tribulación había alcanzado niveles demasiado elevados. El PP de centro derecha miraba ya con preocupación a la derecha-derecha de Vox. En Génova la estrategia para recuperar espacio y hacerlo de la mano de Ciudadanos empezaba a acercarse a la condición de “estratégica” y por tanto aplicable a todo el territorio, a todo el partido, sin fisuras. Con especial relevancia en los lugares más debilitados, Euskadi entre ellos.
La obligación a actuar rápido a la que forzó el adelanto electoral del 5-A hicieron que el PP de Casado precipitara sus planes y cerrara a Alonso cualquier experimento más allá del acuerdo con Ciudadanos. La coalición con Ciudadanos se negoció de modo personal por la dirección nacional para Euskadi. Sólo los flecos se dejarían a un acuerdo con los populares vascos y en el último momento. El País Vasco se convertiría en al laboratorio piloto de ‘PP+Cs’ tras la experiencia ‘Navarra Suma’ aplicada en la vecina comunidad foral.
Coser el partido
La elección de Carlos Iturgaiz es un intento por volver a apostar por lo que mejor funcionó. La duda radica en saber si en 2020 funcionará lo que a finales de los 90 y a comienzos de 2000 reportó los mejores resultados del PP vasco. Han pasado 20 años y ni el País Vasco es el mismo ni el PP tiene los mismos rivales electorales. En sus primeras horas como candidato a lehendakari Iturgaiz ha demostrado por dónde reconducirá el mensaje del PP vasco para que retornen al redil los simpatizantes que les abandonaron por el PNV, Ciudadanos, Vox o la abstención. Las apelaciones a ser el “muro de contención” del nacionalismo, a priorizar la “unidad de España” o la “unidad del constitucionalismo”, mensajes que Alonso comparte pero que en su discurso adquieren un protagonismo más moderado.
Iturgaiz no ha llamado a la defensa de la foralidad ni a la singularidad de los territorios vascos, no por ahora. En cambio, sí se ha dirigido directamente a quienes abandonaron el PP para que vuelvan a confiar en él, lo ha hecho con referencias al “fasciocomunismo” que quiere romper España o recordando que su relación con Santiago Abascal “es fantástica” y que muchos de los postulados que él defiende en Vox “también los encontrarán en la candidatura que encabezará de cara al 5-A.
Iturgaiz no es un recién llegado, pero sí un desconocido para muchos vascos, los más jóvenes. Los últimos 16 años los ha pasado fuera de la vida política vasca. Su ocupación como eurodiputado le ha obligado a no estar en la primera fila de la política que ha esculpido la Euskadi sin violencia terrorista y que tanto impacto tuvo en la formación y en su impacto en las urnas.
Ser el titular de los mayores éxitos electorales del PP vasco en el pasado no supone que lo vuelva a ser en el presente. La dirección nacional del partido es consciente de que Iturgaiz puede cosechar unos malos resultados después de un proceso de renovación interno tan convulso como el vivido estos días, pero el plan es a medio plazo, a la construcción de un partido unido que vuelva a conectar con la sociedad vasca. Iturgaiz no suscita rechazos en los distintos sectores del PP vasco y puede ser un elemento en torno al cual aglutinar, coser de nuevo al partido en la era post Alonso que ahora comienza.
La marcha de Alonso no ha suscitado grandes despedidas por parte de la actual dirección del PP. Presentado como “un referente” durante mítines y actos de partido, el expresidente de los populares vascos sólo mereció ayer un breve comunicado agradeciendo los servicios prestados en forma de un “profundo reconocimiento” a su trayectoria y a su labor desarrollada, “agradecemos su entrega y dedicación”. El PP de Casado ya tiene los ojos puestos en el día después del adiós de Alonso y por ahora los tiene fijados en Amaya Fernández, la secretaria general del PP y número dos hasta ahora. Será la que lidere el periodo de transición abierto y cuenta “con el apoyo y la confianza de la dirección nacionales”. Casado cuenta con ella para junto a Iturgaiz el partido refuerce “la base social y los valores cívicos del constitucionalismo”.
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